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EDUARDO RÍU MORA | Jinete | Memorias y 2

"Nunca utilicé fusta, con los caballos se necesita paciencia y la tengo de sobra"

"Éste es un deporte en el que las mujeres compiten con los hombres, ellas tienen mano suave y conocimiento: son muy buenas montando"

Eduardo Ríu Mora, en la finca de La Cogolla, en Nava. LAURA CARADUJE

Ya a los nueve años Eduardo Ríu Mora se recuerda a lomos de algún caballo. En Oviedo "cuando no había ni un semáforo" y en la finca de La Cuesta o en una casa que la familia tenía en Vega de Poja, en Siero. "Por Oviedo en los años cincuenta y sesenta se veían muchos burros; algunos se utilizaban también para el reparto de leche. Eran otros tiempos".

Un día en la vida de Dado Ríu Mora. "Me levanto sobre las siete. Con calor, ahora en verano, hay que ponerse en marcha tempranín. Y monto una hora. No es mucho tiempo pero lo importante para los caballos es hacerlo todos los días. Dependiendo del día, a veces monto dos caballos. Limpio las cuadras, les doy de comer. Por la tarde, otro paseo, y a eso de las ocho, cebo y cierro. Y yo a cenar, a ver un poco la tele y para la cama. Siempre estuve soltero, se puede decir que es como si estuviera casado con los caballos".

Dado se fue a vivir a La Cogolla a finales de los setenta, "con mi hermano y su mujer. De este lugar tengo muy buenos recuerdos. Es para alucinar, pero aquí, cuando éramos niños, los caballos dormían en unas habitaciones que había al lado de la cocina porque las cuadras estaban con vacas. Y por la puerta de casa veías entrar y salir caballos".

"Aquí donde los ve, un caballo de estos puede consumir siete kilos de avena y cebada al día, y beben cada poco. No sé cuánto, pero varios litros de agua. Y pueden llegar a vivir más de treinta años si se les cuida bien".

Un recuerdo imborrable: "El caballo se llamaba Beleño. un día me levanto por la mañana, abro la ventana y lo veo ahí mismo, muerto en medio del prao. Los caballos se suelen morir de cólicos pero aquello fue completamente inesperado, cogí un disgusto terrible".

Otro caballo cuya muerte generó herida honda: "El Carbonero era famoso porque daba tantos botes que el público se divertía con él, aquello parecía el circo americano".

Un jinete sin fusta. En esta semana, en la que Eduardo Ríu Mora cumplió 76 años, también compró un caballo "para vendérselo a un paisano que me lo había encargado. En este sentido soy un poco tratante, pero yo tampoco soy infalible, a veces me equivoco, no crea... Yo soy de los que opinan que los caballos tienen alma, son animales con buena cabeza, inteligentes y con memoria. Unos más que otros, como las personas. Pero tuve suerte con ellos. Vi caballos con muchas manías que lo que necesitaban era que les tratasen bien. Jamás utilicé la fusta que, a la larga, nunca es buena. no me hizo falta. Se necesita paciencia y yo la tengo de sobra. Lo importante es control, pierna y mano".

-¿Qué echa en falta?

-Es que nunca me lo planteé. Vivo tranquilo, aunque a veces en lo económico te encuentas algo justo porque vivo de una pensión. Me hubiera gustado hacer más carrera con los caballos pero las posibilidades económicas son las que son. Pero estoy muy bien de salud; hace poco me operaron de la próstata y quedé como un chaval de quince años. Como de todo pero soy más de paella valenciana que de fabada asturiana. Recuerdo las farturas de paella que nos pegábamos mi hermano y yo cuando andábamos por ahí de concurso en concurso. Lo que pasa es que yo estuve siempre delgado, nunca conseguí engordar. Será porque no bebo, el alcohol no me gusta".

Adiós al hermano. "Antes el nivel de los concursos era mayor que ahora. Recuerdo el de San Sebastián, que era importantísimo. Nos llamaban e íbamos con todo pago, hotel y comidas. Y los premios, en términos relativos, eran mejores que los actuales. Mi hermano Enrique era dos años mayor que yo, tenía más equilibrio y mejor técnica que la mía. Era un jinete muy completo, de lo mejor de España pero no se cuidaba nada. Se casó pronto con una chica de Oviedo y tuvieron tres hijos. la pequeña, Mari Luz -Lulú- practica doma clásica y a mí me parece que mi sobrina lo hace muy bien. Ahora me acaba de nacer un sobrino nieto que se llama como yo, Eduardo, y que habrá que intentar que le guste la hípica. Después, que él decida, ¿no?".

Dado Ríu Mora recuerda el día en que murió su hermano Enrique, aquel a quien siempre acompañó, que logró vivir de la hípica y al que en su juventud "las chicas se le tiraban".

-¿Y a usted?

-Alguna había, pero mucho menos.

"Murió en octubre de 2013, estaba muy malo, el probe. Cuando pesaba 90 kilos, porque a Quique le gustaba comer, logró montar caballos que superaron los dos metros de altura de obstáculo, lo que demuestra que el peso del jinete es más importante cuando se trata de carreras de velocidad. Hay alturas que es mejor que el caballo no "piense" que las va a saltar. Este es un deporte en el que compiten hombres y mujeres en las mismas pruebas, en igualdad de condiciones. Ellas tienen buena técnica y una mano más suave, con paciencia y conocimiento. Son muy buenas montando a caballo".

El primer caballo. Su primer caballo se llamaba Curibai. "Se lo compré a un tratante, muy barato. Yo creo que ese primer animal que sabes que es tuyo, que has elegido, no se olvida nunca. Pasó sólo tres años conmigo y se lo acabé vendiendo a un chica de Gijón que montaba en el CHAS".

Cae la tarde en el hípico de La Cogolla. Eduardo Ríu se prepara para el último paseo de la jornada y sus caballos resoplan nerviosos. Centella, aquella primera yegua blanca con la que en cierto modo aprendió a montar, a volar, sigue por ahí, galopando en algún lugar de la memoria.

"Esto es mi vida. ¿Sabe? A mí de pequeño no me gustaba para nada el fútbol, lo que pasa es que todos los compañeros de colegio le daban a la pelota y yo jugaba por jugar. A mí, de deporte, lo que me gusta además de la hípica es el tenis de mesa. Suelo ir a los concursos, a mi aire, a ver. No soy de los que apartan la vista cuando salta su caballo. En su día apostaba, pero es tan difícil acertar...".

Es asiduo de las competiciones hípicas por TV. Ríu Mora es de los que abominan de pruebas como el famoso Grand National. "Es un matacaballos. En esta prueba llegaron a existir hasta obstáculos de piedra, y se siguen viendo unos tortazos terribles. El que de verdad quiere a los caballos, sufre con estas cosas, pero amigo, mueve mucho dinero y si se matan los caballos, pues se matan".

Asegura Dado que "es más fácil predecir el comportamiento de los caballos que de las personas. Los caballos son nobles; las personas, depende. Algunas te dan sorpresas".

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