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Mieres: "Soy ante todo un trabajador; es lo que aprendí en la Escuela de Oficios"

El pintor radicado en Gijón, Medalla de Plata de Asturias, aún sigue creando a los 89 años y mantiene su espíritu crítico de viejo socialista

Alejandro Mieres, en su casa de Gijón. JULIÁN RUS

A punto de cumplir 89 años, el pintor Alejandro Mieres Bustillo (Astudillo, Palencia, 1927), Medalla de Plata del Principado, aún tiene fuerza y espíritu creativo para enfrentarse al lienzo y explorar los caminos del arte. "Sigo pintando, más en papel, con tinta china. Me cuesta ir a mi estudio del Alto de la Madera. Utilizo pincel, o una espátula de albañil, a la que le añado una tela. Es más dinámico", confiesa. Nada extraño en alguien con un sentido artesanal del arte. "Me considero ante todo un trabajador. Es lo que aprendí en la escuela de orientación profesional, donde aprendí carpintería, ajuste mecánico, forja y chapistería. Los oficios han influido mucho en mi pintura, la materialidad de trabajar con el hierro y la madera", asegura.

Mieres -un apellido que, según dice, no tiene que ver con las Asturias de acá del Deva, sino con las de allá, las de Santillana- comenzó en el expresionismo influido primero por el lúgubre Solana -"un pintor maldito, muy libre y expresivo", dice- y también por Van Gogh o el fauve Rouault, aunque él asegura que su principal influencia es Picasso. Luego derivaría al constructivismo de Malévich y al expresionismo abstracto -a la manera de Rothko-, una evolución que, según afirma, se dio en él de forma natural. "Era lo único que podías hacer, rodeado de academicismo por todos lados", asegura, aún inconformista. Aplicaba la máxima de un profesor, que a él le sonaba al principio a falta de criterio: "Es libre, por tanto artístico".

Cuando terminó en la Escuela de Bellas Artes -formó parte de la primera promoción-, a principios de los 50, tuvo que pagarse de su bolsillo el viaje de estudios a París, entonces centro mundial del arte. "La Escuela pagaba los viajes, pero no a París, donde uno al parecer se pervertía. La gente se besaba por la calle; aquí te ponían multas. Todos huíamos de España y de Franco, que no dejaba hacer nada. Hasta en el arte se metía. Será porque pintaba; mal, pero pintaba", asegura sin perder el sentido del humor.

Ha sido un explorador de texturas, como Tàpies o los artistas de El Paso, a quienes conoció. "Siempre me han interesado la materia, los empastes, los contrastes, incluso cuando pintaba bodegones. Me interesé por la pintura no académica desde el principio. Es agobiante sentirte esclavo de lo que ves y cómo lo ves. Me interesaba la materia como algo táctil. Es a través del tacto cuando te das cuenta de que el otro existe, se ve en el abrazo. La vista sólo no basta. Es la textura la que finalmente te informa de la realidad", teoriza.

Mieres es un hombre entre dos paisajes, los pardos y ocres de su Astudillo natal -campos labrados que ha pintado- y la verde Asturias, a la que llegó de paso. "Nunca pensé que me iba a quedar, pero encontré estabilidad y Asturias me gusta", confiesa. "Estoy agradecido por la Medalla del Principado, de que se acuerden de mi trabajo. Siempre me han tratado muy bien. Nunca me he sentido limitado en Asturias", cree.

Hace unos años se quejaba de que el público vivía de espaldas al arte moderno. Hoy matiza. "El público cada vez busca más lo abstracto, hay más inventiva. A fuerza de ver, se acaba formando el gusto", cree. Mieres ha consagrado gran parte de su vida a la enseñanza. Primero como profesor de pintura en Burgo de Osma (Soria) y Elche (Alicante). Luego como catedrático de Dibujo en el Instituto Jovellanos de Gijón. "No me arrepiento: enseñando se aprende mucho", dice. Por ejemplo, que basta ver los dibujos de los niños para colegir que el arte vanguardista surge naturalmente.

Lejos de los centros del arte, se consagró a unir a los artistas de la región y promover exposiciones, como las del grupo "Arte Asturias". "Las colectivas siempre me han gustado más que las individuales. He sido muy colectivista", bromea. Porque la otra vertiente de Mieres tiene que ver con el compromiso, con "participar". "Me viene de mi padre, que era republicano", confiesa. Llegó a presentarse en las listas del PSOE al Congreso en 1977, tuvo diversos cargos y fundó y presidió la Asociación de las Artes Visuales de Asturias. La España actual no le gusta mucho. "Nos dominan los nietos de Franco. Hay miedo a decir que la libertad es positiva, para el hombre y para el arte", dice.

"Tenemos que seguir la huella de quienes nos han precedido", escuchó de niño, en un mitin, antes de la Guerra Civil. Él se imaginaba ese empeño físicamente. Al cabo de tantos años, sigue creyendo en ello: "Los que nos precedieron nos han enseñado mucho, ante todo a ser consecuentes con el oficio y amarlo".

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