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PADRE JAIME GARRALDA | Orgulloso de recibir del Gobierno el premio al Voluntariado Social 2016

"Soy un enchufado de Dios"

"Cuando llegué a las chabolas descubrí que los rojos eran también hijos de Dios pero cojos en vez de caballeros mutilados"

El padre Jaime Garralda. FDV

He aquí un personaje que desvela ser un enchufado de Dios. A sus enérgicos 95 años, al padre Jaime Garralda no se le pasa por la cabeza jubilarse y menos ahora que ha recibido con la Fundación Horizontes Abiertos que lleva su nombre el premio al Voluntariado Social, del que se siente muy orgulloso. "Es que me divierto trabajando", confiesa para quitarse cualquier mérito este jesuita que añora los 16 años vividos en una chabola rodeado de drogadictos en el Pozo del Tío Raimundo y donde contrajo de por vida un enfisema pulmonar. "Menuda lata me daban cuando les entraba el mono", rememora con cariño Garralda, un hombre que nació en el bando nacional, en Escorial en 1921, y vio caérsele la venda de los ojos durante su estancia en el poblado de la droga al descubrir que los rojos, antes demonios para él, son también hijos de Dios por mucho que sus cojos nunca llegaran a tener la consideración de caballeros mutilados. Anteriormente había dirigido el Hogar del Empleado de los Jesuitas en Madrid, donde construyó 5.000 viviendas sociales para los parias del Sur que venían a la capital en busca de trabajo. En la década de 1960 se fue a Panamá a impulsar la Casa del Niño y a denunciar por televisión las injusticias que veía en su vida cotidiana. Devoto de los jesuitas Arrupe y Llanos, mira a los marginados a los ojos, come en la misma vajilla que los enfermos de sida y hace suyos los problemas de los presos, por quienes tiene gran debilidad, "como mi amigo Jesucristo", alardea este cura de una humildad insultante que lanza una denuncia demoledora: "La droga es el ama de las cárceles".

-Padre Garralda, ¿le halaga el premio que le ha concedido el Ministerio de Sanidad este año al Voluntariado Social?

-¡Por supuesto! La vocación de un sacerdote tiene que ser el servicio a los demás y que esta labor me la reconozca el Gobierno es un orgullo más que si me la hubiese concedido un obispo.

-¿Tiene algo en contra de los obispos?

-No, pero los obispos están para ocuparse de los católicos, no para valorar el trabajo de los ciudadanos.

-¿Es cierto que le trataban de esquirol por colaborar con las autoridades penitenciarias para ayudar a los presos?

-Sí, pero eso sucedió hace mucho tiempo. La gente que había luchado contra Franco se quedó sin nadie a quien demonizar cuando éste murió. Fue entonces cuando empezaron a lanzar su ira contra los funcionarios de las cárceles. Como iba a ayudarles con los presos, yo era para ellos también un opresor, pero siempre me tuvo sin cuidado lo que pensase la gente de mí.

-¿Qué balance hace de su vida tras dedicarse de los 24 a los 95 años que ha cumplido ya a ayudar a los más necesitados?

-No cambiaría nada. No sabe usted cuánto me ha merecido la pena el dedicarme a los demás, estoy cada día más contento y dispuesto a seguir así hasta el final.

-Usted, padre, es a su manera un gran triunfador.

-Soy ante todo un trabajador que cuido de otros luchadores. No trato con drogadictos ni exdrogadictos, trato con luchadores.

-¿No ha pensado en la improbable posibilidad de que detrás de tanta entrega a los más desfavorecidos haya un rescoldo inconsciente de soberbia precisamente porque es una cumbre poco accesible para el común de los mortales?

-A lo mejor es así, pero nunca me he parado a pensarlo. Yo me centro siempre en ayudar y dejo las filosofías para otros.

-¿Qué sentido tiene la vida de quien no se vuelca en el apoyo de los más débiles a costa de su propia comodidad?

-Ninguno. La vida es ayudar a los demás incluso si no eres creyente. Hay que acabar con las injusticias de este mundo y el que mira para otro lado es un asocial.

-¿Qué pensaban aquellos pobres de la posguerra de las señoras acomodadas que acudían a los suburbios para llevarles comida?

-Que les humillaban porque iban a visitar a la Virgen para ofrecer esa caridad. Les llevaban un puñado de garbanzos pero ni les miraban a los ojos ni sabían cómo se llamaban.

-¿Qué le motivó a los 24 años a dedicarse a los marginados?

-Soy un enchufado de Dios, nunca había pensado en ser jesuita y aquí estoy, tampoco había pensado en trabajar con marginados y es lo que he hecho. Voy de chollo en chollo sin buscar ninguno y a los 24 años entré en la Compañía de Jesús. Una vez allí descubrí a Jesucristo y entendí que lo que pide es entregarse a los que más lo necesitan y no ir a misa con una vela a rezar a la Virgen.

-¿Qué pesará más entonces en la balanza del juicio final, la caridad o los rosarios y las misas?

-La caridad. No se comulga por ser cristiano, sino para ser cristiano.

-¿Cómo dio los primeros pasos en aquel proyecto de 5.000 viviendas sociales y en qué quedó cuando la Compañía de Jesús decidió enviarle a América?

-Ése fue el disgusto de mi vida. Me hice cargo del Hogar del Empleado de Madrid entre 1957 y 1964. Lo que hacíamos era atender a todos esos emigrantes del Sur que venían a la capital y me centré en los niños y adolescentes. Creamos siete residencias con capacidad para 600 jóvenes, pero un día el Hogar del Empleado entró en una crisis tremenda y empezó a cundir el pánico. Se construyeron esas viviendas como viviendas sociales para empleados que venían de otras partes de España. Existía una cooperativa similar en Venezuela que quebró y pensaron que podría pasar aquí lo mismo, así que me mandaron para Centroamérica.

-¿Qué hizo usted allí?

-Llegué en 1964 a Panamá y me recorrí un mes a pie toda la ciudad. Luego me metí en todos los medios de comunicación que había para lanzar mi mensaje de ayuda a los más necesitados. Creamos también la Ciudad del Niño para recoger a los pequeños que llegaban solos a la capital desde las montañas. A cargo de esa institución estaban unos sacerdotes muy antiguos y los niños se escapaban, así que llamé a algunos de los jóvenes que había instruido en Madrid cuando estaba en el Hogar del Empleado y se fueron para Panamá a cuidar de esos niños. Así dejaron de escaparse del centro.

-Padre, ¿usted no hace planes para su vida personal?

-Es que yo me divierto trabajando.

-¿Cómo fue el lío que usted montó en la televisión panameña cuando descubrió una verdad que no le gustaba nada?

-No recuerdo bien lo que dije, pero no gustó nada a los dos hermanos propietarios del canal. Supongo que critiqué las injusticias de los empresarios con los empleados.

-Y vuelve a Madrid, ¿qué encontró en el Pozo del Tío Raimundo?

-Me hicieron volver y vi que no tenía trabajo porque entonces había muchos curas, así que me puse a buscar algo que hacer. Yo no protesto, empleo mi energía en buscar algo nuevo. Eché a andar y me encontré con las chabolas del Pozo del Tío Raimundo. Allí me quedé a vivir durante 16 años.

-¡Eso son muchos años en un ambiente muy duro!

-Pues volvería a revivir esa época de mi vida, y eso que no veas la lata que me daban los chicos que se habían enganchado a la droga cuando les entraba el mono.

-¿Cómo puede recordar con tanto cariño esa época tan difícil?

-Fue precioso, yo había nacido en el lado del bando nacional creyendo que los rojos eran el demonio. Cuando llegué a las chabolas descubrí que los rojos eran también hijos de Dios aunque fueran cojos en vez de caballeros mutilados.

-Dice usted que las drogas llevaban a los chicos a la cárcel, donde eran contagiados de sida...

-La droga es el ama de la cárcel. Los españoles son los drogadictos y los extranjeros son los traficantes. Llegaban a la cárcel ya con sida. Yo he visto cómo unas presas guardaban las jeringuillas debajo del Niño Jesús en la capilla de una prisión. Todos usaban la misma jeringuilla.

-¿No le daba el menor reparo comer en la misma vajilla de enfermos de sida que morían al día siguiente?

-Pero si el sida se pega como se pega, no por comer o beber del mismo vaso.

-¿Cómo sufrían esos enfermos la marginación social?

-Eso era lo peor. La gente no se daba cuenta de que eran enfermos pero que ante todo eran personas.

-¿Ha desaparecido ese problema por los avances de la medicina?

-El sida se ha cronificado y ya está superado eso de la sentencia de muerte. El problema es que ahora el enfermo no encuentra trabajo. Es la sociedad la que los margina de nuevo y hunde aún más.

-¿Qué es el amor cristiano para usted, padre Garralda?

-Si todos somos hijos de Dios, todos somos hermanos y como hermanos tenemos que actuar.

-¿Era un santo el padre Llanos?

-Sí. El padre Llanos era un poeta y un santo que tenía el mal de las estrellas porque se soliviantaba con mucha facilidad y era propenso a los bajones anímicos. Cuando estaba en el Pozo del Tío Raimundo entraba en depresión con mucha facilidad. Eso sí, cuando llegaban los "grises" a las chabolas les frenaba sin contemplaciones y les recordaba que aquel era territorio de la Iglesia.

-¿Se puede ser santo y comunista a la vez?

-¡Por supuesto! La filosofía del reparto comunista es muy buena, otra cosa es cómo se haga.

-Y el padre Arrupe, a quien usted conoció, ¿era también un santo?

-Sin duda. Fue un sacerdote perseguido por todo el mundo porque hizo un matrimonio especial al unir la fe con la justicia. La lió porque para los ricos primaba la fe y para los menos ricos, la justicia.

-¿Qué significa para los jesuitas de hoy ese empeño de querer estar en la frontera entre los rezos y las obras?

-La frontera es el ideal de San Ignacio de Loyola, que siempre propugnó la necesidad de hacer cosas sin repetir lo que hicieron los demás.

-¿No ha pensado a sus 95 años en jubilarse para poder dedicarse a estudiar teología a fondo y poder criticar a los obispos?

-Ni de broma. Yo ya sé mucha teología y la verdad es que no me apetece a estas alturas de la vida meterme con los obispos.

-Dígame, por favor, cómo podemos distinguir la presencia de Dios entre nosotros.

-Buscándolo y pensando. Hay que encontrar momentos de reflexión para encontrarse en paz con uno mismo y descubrir así a Dios.

-Padre Garralda, ¿por qué tiene tanta debilidad por los presos?

-A mi amigo Jesucristo le pasaba lo mismo.

-Por la cárcel pasan también algunos peces gordos...

-Pues sí y a alguno he conocido. A mí los que me interesan son los pobrecillos.

-Pero los ricos también son hijos de Dios...

-Sí, y depende de su actitud el que yo les atienda o no. Si entran en la cárcel y no me saludan a mí no me importa, yo tampoco voy detrás de ellos.

-¿Sigue siendo difícil que los ricos entren en el reino de los cielos?

-Al final Dios hace lo que quiere y tiene la misma misericordia con los ricos, los pobres, los mujeriegos o los gays.

-Por cierto, ¿tendrán muchas indulgencias personajes filantrópicos como Bill Gates o Warren Buffett que son tan generosos al aportar una parte importante de sus patrimonios a la sociedad?

-No sé si tendrán indulgencias pero seguro que Dios les premiará. En mis tiempos eso de las indulgencias se convirtió en un auténtico mercado negro.

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