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CARMEN BASCARÁN COLLANTES | Misionera laica y activista social | Memorias y 2

"La etiqueta que pone 'made in Bangladesh' es sangre, conviene no olvidarlo nunca"

"La cooperación es una obligación de conciencia, hay que devolver un poco lo que el Primer Mundo robó y roba"

Carmen Bascarán. LAURA CARADUJE

En las ventanas de la calle Fruela donde nació Carmen Bascarán siempre hay flores. Niña de posguerra, padre oftalmólogo insigne, seis hermanos. "En aquellos años mi familia lo pasó mejor que la inmensa mayoría de los hogares, pero aun así recuerdo a mi padre repartir una naranja entre sus hijos, gajo a gajo. No nos faltó nada, pero no nos sobró tampoco".

A la muerte de su madre, cuando Carmen tenía 2 años, los niños se fueron a vivir con su abuela en las Casas del Cuitu. "Papá compró un terreno en Buenavista, detrás de la vieja Gruta, y se hizo un chalé con una pequeña huerta. Cuando era la época de los calabacines no comíamos otra cosa, y lo mismo con los tomates y las lechugas. Años después, mi padre se volvió a casar y de repente llega a casa otra persona y se produce un chirrío inicial. Después todo fluye de la manera más natural del mundo. Aquella mujer a la que llamábamos madre puso mucha fuerza, se casó con un hombre con cinco hijos; era química pero lo dejó todo por la familia. Ella estaba detrás de todo y era un fenómeno cocinando".

Bascarán se confiesa "un desastre" en los estudios. Se casó joven y se separó cuando sus cuatro hijos eran aún adolescentes. "Pero tenemos una relación en la que los hijos están por encima de todo. Lo tuvimos claro los dos desde el primer momento, los hijos nunca deben ser moneda de cambio ni parapeto. Una separación siempre es dolorosísima porque apuestas por envejecer juntos y de pronto las vidas se separan. Y duele. Hemos respetado nuestros caminos diferentes y mis hijos siempre me dicen que qué bien lo hicisteis papá y tú".

"Mi marido era profesor en un instituto en Llanes, quiso venir para la Universidad, que en aquellos tiempos estaba llena de huelgas, y el riesgo era total porque él cobraba por hora de clase 500 pesetas. Fueron años muy vivos en los que pude conocer a Tierno Galván, un hombre admirable, y a gente como Alfonso Carlos Comín, Inguanzo, Camacho o Juanín, todos ellos de una categoría humana y ética impresionante".

-¿Estuvo afiliada?

-Seis meses con carné del Partido Comunista, pero a la primera consigna que vi que era mentira me fui. Les dije: ayudo en lo que puedo, pero nada de militancia. Esta casa en la que vivo fue el cuartel general del movimiento anti-OTAN en Asturias.

En los años de posfranquismo y transición compaginar ideas de izquierdas con militancia de fe no era sencillo. "En España tenemos la desgracia del anticlericalismo exacerbado, a veces con razón. Sería feliz si en este país la Iglesia fuera tratada como una organización más, pero la Historia, los ancestros acaban prostituyendo la fe, las ideologías y a las personas".

-¿De izquierdas y a misa?

-¡Pues claro! Depende de qué misa escuches porque si es una misa para condenar a los que no van a misa, pues no. Yo creo en la libertad y en un Dios que cree tanto también en la libertad que hasta dejó que matasen a su hijo.

Carmen Bascarán trabajó nueve meses en el "Asturias Diario Regional". "Buscaba publicidad, pero era muy difícil encontrarla para aquel periódico. Allí conocí a grandes profesionales, como Chano García, Pedro Alberto, Palicio, Nicieza, Pilar Rubiera y, por supuesto, a Melchor Fernández. 'Asturias Diario Regional' cerró pronto y mis hermanos me llamaron para llevar la administración de la clínica. Hasta hice un curso de contactología, pero ya con la idea de marcharme a Brasil. Lo tenía muy claro".

En aquellos años de efervescencia social en Asturias, Carmen Bascarán ayudó a crear la primera cooperativa de ayuda a domicilio en la región. "Pepe Iglesias, el cura rojo, nos dejó los bajos de la iglesia de la Argañosa y allí empezamos en medio de una crisis brutal. Eran los años de la reconversión, con un paro enorme. La cooperativa todavía existe, pero ahora el sector está en manos de las grandes empresas que vieron que aquello daba dinero y podía ser negocio".

Las batallas de la vida tienen mucho de guerrilla y poco de campo abierto. Carmen Bascarán recuerda una al poco de instalarse en Açailândia. Parecería un asunto banal pero tenía fondo.

"Tenía que ver con el registro de nacimiento. En Brasil era gratuito, pero allí cobraban a la gente. Y los que no tenían recursos, simplemente no se registraban. Encontramos casi cinco mil personas en esta situación y nos fuimos al registro y hablamos con el responsable. No tenemos medios, nos dicen. Necesitamos máquinas de escribir. Y desde el Centro de Derechos Humanos les dijimos que sin problema, que las máquinas las poníamos nosotros. Yo hablé con el encargado de la oficina y le dije: mire, el registro gratuito está en la Constitución. No tenemos problemas para traer a 4.800 personas y hacer cola. Y se ganó aquella batalla, la primera. El sistema estaba generando 'sin papeles' en su propia tierra. Nacían y morían sin que constara en ningún documento".

Habla en primera persona del plural, "porque soy de las que piensan que una persona sola nunca hace nada. Se piensa y se hace en colectividad, escuchando mucho a la gente. Aquí en España es todo personalismo, que mata conciencias".

Promotora de la ONG Asociación Derechos, Paz y Liberal (Adepal). "Somos unas 25 personas y cada una aporta lo que puede. El dinero lo aplicamos al Centro de Defensa de la Vida y los Derechos Humanos de Açailândia, sobre todo para cuestiones puntuales. Hace poco tuvimos que esconder a un trabajador y a su familia por las amenazas de muerte que había recibido y sacarlos de la zona hasta que la cosa se tranquilizara un poco".

El dinero oficial de Cooperación mengua que da (mal) gusto. Hasta hace cuatro años la cosa funcionaba, pero la Agencia Asturiana de Cooperación se está quedando en los huesos. "Yo les estoy muy agradecida por lo que aportaron, y también a Manos Unidas, pero se necesitan más esfuerzos. La cooperación es una obligación de conciencia, hay que dar lo que necesitamos, no lo que nos sobra, y devolver un poco de lo que el Primer Mundo robó y roba. Y es bueno no olvidar que esa etiqueta de nuestra ropa que pone 'made in Bangladesh' es sangre".

Hoy se siente en segunda línea. "Soy la abuela del Centro de Derechos Humanos. Mi papel es dar ánimos, ayudarlos a no dejarse comprar. Hace poco presentamos en la 'Semana negra' de Gijón un documental sobre esos veinte años de vida. Nos lo hicieron Javier Bauluz y Patricia Simón y viene a representar el poder de las hormigas, todas juntas, trabajando sin cesar".

Hay referencias. El misionero catalán Pedro Casaldáliga es una de ellas. Carmen Bascarán encuentra en su carpeta de recuerdos una foto con el religioso en Brasil. "Tendría que enmarcarla", dice. "Hace poco lo vi al frente de su gente, en silla de ruedas, recordando a ese Jesucristo que también salió a la calle a acompañar a los más desfavorecidos".

Bascarán se mueve un poco a contracorriente. "Volví de Brasil para cuidar a mis cuatro nietos, yo creo que ahora ésa es mi misión", pero la abuela feliz convive sin mayores problemas con la peleona crítica. "O gritamos bastante ya o no nos merecemos considerarnos humanos. Esta sociedad que hace tanto tiempo ya fue capaz de llegar a la Luna no sirve para que todos vivamos bien, para que la gente no pase hambre, y yo contra eso me rebelo. Me van a decir que estoy loca, pero me da igual. Creo firmemente que el otro soy yo, no alguien ajeno".

-¿Encuentra a quién votar?

-Siempre lo hice, aunque a veces fue con las narices tapadas. Creo en los movimientos de calle y espero que los partidos no ocupen el lugar de la ciudadanía.

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