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Melquíades, linchamiento o magnicidio

Francisco Martínez Ramírez, secretario particular del tribuno asturiano, apuntó a un complot político motivado por viejas rencillas entre reformistas y republicanos

José María Gil Robles, José Martínez de Velasco (asesinado también en la Cárcel Modelo), Melquíades Álvarez y Alejandro Lerroux, en el Parlamento. DÍAZ CASARIEGO

Los milicianos que acabaron con la vida del político gijonés Melquíades Álvarez, entre las nueve y las diez de la noche del 22 de agosto de 1936 -hizo anteayer lunes 80 años-, le propinaron, antes de ametrallarle, un tajo en el cuello, como si quisiesen acallar de una vez y para siempre una voz que consideraban odiosa, la de un político de reconocida oratoria, el "Pico de Oro" que había fustigado a la República desde que ésta comenzó a desbarrancar. El considerado "tribuno asturiano" era una figura detestada no solo por la izquierda, sino también por el republicanismo, incluido el de derecha, como ilustran los choques vividos en Oviedo en la campaña de las elecciones de junio de 1931.

A Melquíades Álvarez, le atribuyeron haber instigado el golpe de Estado de Sanjurjo, en 1932. Y su Partido Liberal Republicano unió su suerte a los gobiernos de derecha tras la revolución de 1934, frente a la que Melquíades Álvarez exhibió una línea dura. La sesión del 5 de noviembre de 1934, celebrada sin la presencia de los diputados socialistas y de izquierda republicana, es una muestra. Acusó a los revolucionarios de actuar motivados por "un propósito incalificable de secuestrar, de asesinar y de destruir (...) Asturias fue la víctima y la sacrificada: docenas de sacerdotes asesinados; ingenieros ilustres; mujeres y niños indefensos que perecieron en la contienda (...) Y por si fuera poco, los dirigentes socialistas se entregaron al saqueo y al robo".

Y continuaba: "Hay hombres que han cometido asesinatos, que se han manchado con toda clase de crímenes. Desgraciadamente para estos, los Tribunales pedirán la pena de muerte; estoy seguro que cumpliendo con la justicia, con gran dolor para todos nosotros, el Gobierno tendrá que ejecutarla". Y finalizaba evocando el aplastamiento de la Comuna de París: "Recuerdo que Thiers (...) fusiló, y fusiló produciendo millares de víctimas. Con aquellos fusilamientos salvó la República, salvó las instituciones y mantuvo el orden. Yo no pido severidad para nadie, pido justicia", concluyó, entre grandes aplausos.

Estas palabras no cayeron en saco roto, y cuando los milicianos anarquistas -aunque hay fuentes que responsabilizan a "la Motorizada" del Partidos Socialista, al frente del lucense Enrique Puente- asaltaron la Cárcel Modelo de Madrid, convirtieron a Melquíades Álvarez, que por entonces tenía 72 años, en uno de los primeros objetivos.

Las autoridades republicanas clamaron que no habían podido hacer nada contra este linchamiento, esta brutal muestra de justicia revolucionaria. Sin embargo, el bisnieto del gijonés, Manuel Álvarez-Buylla, está convencido de que su bisabuelo fue víctima de una conspiración política.

Álvarez-Buylla cuenta con el testimonio de Francisco Martínez Ramírez, "El Obrero", secretario personal de Melquíades Álvarez, quien dejó escritos algunos sombríos pasajes: "¿Quién armó el brazo de los asesinos de Melquíades Álvarez? Yo lo conozco, pero su nombre no saldrá nunca de mis labios, ni de mi pluma, porque ni siquiera debe figurar en la historia de la criminalidad, debe ser buscado entre los detritus de la envidia Melquíades Álvarez tenía un imitador de su oratoria, un envidioso de los triunfos del gran orador. No muchos días antes de aquel horrible fusilamiento, le escuché frases grandilocuentes exaltando la necesidad de realizar justicia contra los hombres que él consideraba traidores a la Patria y apuntando los fusiles contra Melquíades Álvarez. Es su constante retractor; y pocos días antes del crimen de la cárcel modelo, me encontré en la calle con el asesino, quien me dijo en tono y ademanes harto elocuentes: '¿Pero es que su jefe está todavía en la calle?' Y en efecto, pocos días después era enviado a la cárcel y asesinado".

Álvarez-Buylla aún no se atreve a dar un nombre, pero considera este pasaje una prueba de que su bisabuelo no fue víctima desafortunada de unas turbas, "sino de un complot político, un magnicidio que tenía como objetivo eliminar a esta voz honesta que criticaba la República sin orden". Y añade que las milicias pudieron ser los verdugos, pero el Gobierno fue al menos "cooperador necesario, al crear el riesgo de su detención sin mediar delito, y al negarle socorro ante el cariz que tomaron los acontecimientos a partir del 17 de agosto de 1936 (fecha en la que el general rebelde Fanjul fue asesinado)".

En marzo del 36 llegó el primer aviso, el asesinato por pistoleros de su médico y jefe de partido en Oviedo, el exministro Alfredo Martínez. En mayo del 36, tras hacerse cargo de la defensa de José Antonio Primo de Rivera, le aconsejaron marchase de Madrid. A primeros de julio, sus amigos de Asturias le conminaron a alejarse de la capital. "Sería una cobardía", les respondió. Tras el fracasado golpe militar, le pidieron que se refugiase en alguna embajada, pero prefirió irse a casa de su hija Carolina y su yerno, el catedrático Jaime Masaveu. Delatado por una sirvienta, fue arrestado por milicianos socialistas el 4 de agosto. Le ofrecieron exiliarse, pero él solo, sin su familia, a lo que se negó. El 22 de agosto, exhibió una inmensa dignidad que espoleó la crueldad de los verdugos.

Al conocer su muerte, Azaña amenazó con dejar el cargo de presidente. Pero no debe olvidarse que, durante mucho tiempo, Azaña, viejo correligionario de Melquíades Álvarez, le hizo objeto de feroces críticas. Rompieron en 1923, por la tibia postura del gijonés frente a Primo de Rivera. "Contemporizó, calló, desconfió como siempre de los republicanos, tuvo concomitancias profesionales con alguno de los negocios de la dictadura, se negó a colaborar con nosotros cuando le invitamos, entró en la comparsa 'constitucionalista' para salvar la monarquía", dejó escrito Azaña, según recoge Fernando Suárez en su libro sobre Álvarez.

El juicio de Azaña sobre la última etapa del político reformista fue implacable: "La sesión de Cortes ha tenido el interés de dejarnos oír a Melquíades Álvarez. Está viejo y se le ha rajado la voz de tenor. Su discurso ha sido malo. De un moderantismo sin fundamento (...) lleno de lugares comunes y expresiones muy manidas, agotadas por él mismo. Sobre todo aparece aumentada su falta de gusto, que siempre fue grande. Y su falta de autoridad, comprometida y perdida en los años de la dictadura por su ambigua posición. Cuando le invité a reunir al Partido Reformista para adoptar sin reservas la política republicana, y no me hizo caso, se jugó y perdió su porvenir. Si entonces hubiera hecho lo que era un clarísimo deber e hicimos otros muchos, Melquíades Álvarez habría sido el hombre de la República (...) Hoy está solo don Melquíades". Y solo lo dejaron ante las turbas.

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