El catedrático de Química Orgánica José Barluenga, referente indiscutible de la Universidad de Oviedo a lo largo de 35 años, falleció en la madrugada de ayer en su domicilio de Oviedo. Tenía 76 años cumplidos de julio y llevaba año y medio luchando contra una enfermedad que los médicos estuvieron tratando de identificar hasta el último momento. Barluenga se ha ido, pero ha dejado unas vitrinas bien repletas de distinciones, entre ellas el Premio de Investigación de la Fundación "Alexander von Humboldt", el Premio DuPont, el Premio Iberdrola de Ciencia y Tecnología, la Medalla de Oro de la Real Sociedad Española de Química, el Premio Nacional de Investigación Enrique Moles, el Premio Rey Jaime I de Investigación y la Medalla de plata de Asturias.

"Era un luchador tremendo que cambió la historia de la Universidad de Oviedo", subrayó el ex rector Juan López Arranz. "Fui alumno de Barluenga en 1976. Era una persona que llegaba con un ímpetu enorme. Desarrolló una escuela tremenda de química orgánica, es un líder en España y a nivel mundial", puntualizó el actual rector, Santiago García Granda.

El funeral por el profesor Barluenga se celebrará mañana, viernes, a las 12.30 del mediodía, en la parroquia ovetense de San Francisco de Asís (plaza de la Gesta).

Nacido en Tardienta (Huesca), en 1940, en el seno de una familia de agricultores modestos, José Barluenga Mur estudió Química en Zaragoza y completó su formación en un centro de primera línea, el Max Planck de Mulheim (Alemania). La ciencia y el carácter alemanes marcaron una profunda huella en su personalidad.

Llegó a la Universidad de Oviedo en 1975, tras obtener la cátedra de Química Orgánica. Formó parte de ese destacado contingente de aragoneses que han dejado una honda huella en la institución académica asturiana. Entre sus numerosos discípulos, más de una docena han alcanzado el rango de catedráticos. El primero de ellos, por orden cronológico, fue Vicente Gotor, rector de la Universidad de Oviedo entre 2008 y 2016. "Hice la tesis con él en Zaragoza y vine a Oviedo porque estaba trabajando con él. Soy de sus primeros discípulos. Cuando él llegó aquí, el departamento estaba prácticamente vacío, sin aparatos ni nada", evocaba ayer.

Con su esposa, Mari Cruz Badiola, José Barluenga formó una numerosa familia de seis hijos (cinco mujeres y un varón) que estudiaron seis carreras distintas. Sólo una optó por la química. "Mi padre era una persona muy entregada a su profesión y, al mismo tiempo, un padrazo", declaró su hija Ana, veterinaria. "Era muy luchador. Siempre estaba estimulándonos a todos", agregó la segunda hija del profesor Barluenga.

La palabra "luchador" aparece con frecuencia asociada a la figura y la trayectoria de José Barluenga. Él mismo daba por buena esta vinculación cuando repasaba su peripecia vital. "En las universidades de Zaragoza y de Oviedo luché sin cesar, de forma denodada, por lo obvio. Eso desgasta mucho, eso no puede ser", relató en una entrevista con LA NUEVA ESPAÑA en noviembre de 2014.

El profesor Barluenga era doctor "honoris causa" por las universidades de Alcalá de Henares (2000) y La Rioja (2010). Entre otras responsabilidades extrauniversitarias, presidió la comisión asesora para la investigación Científica y Tecnológica del Ministerio de Educación y Ciencia y también estuvo al frente de la División Orgánica de la Real Sociedad Española de Química.

Decía Barluenga que sus únicos méritos eran trabajar y poner entusiasmo en su tarea. Se quedaba corto: tenía más virtudes. Y también algunos defectos, entre los que él mismo incluía el decir siempre lo que pensaba. Sin duda, la diplomacia no era uno de sus puntos fuertes. Los paños calientes no formaban parte de su equipaje habitual. Se mostraba muy autocrítico con algunas características de la empresa para la que trabajaba. "La Universidad de Oviedo es endogámica en más del 90 por ciento", declaró en otra entrevista anterior, en 1996. Entre otras singularidades, tenía como día de descanso habitual los sábados. Los domingos retornaba al laboratorio con ánimos renovados.

A juicio de José Coca Prados, profesor emérito tras muchos años como catedrático de Ingeniería Química, "Barluenga elevó la química orgánica de la Universidad de Oviedo y de España a uno de los niveles más altos. Siento el fallecimiento pero la labor ya ha quedado hecha, ha dejado una serie de colaboradores".

Uno de los compañeros de Barluenga que más afectado se mostraba ayer era el también catedrático Francisco Javier Fañanás, quien considera que su maestro fue "una persona excepcional para la Universidad de Oviedo y un batallador que lo dio todo por favorecer y potenciar a la Facultad de Química".

Juan Vázquez, ex rector de la Universidad de Oviedo, manifestó su pesar por la muerte de Barluenga, con quien mantuvo una buena sintonía e incluso una relación de vecindad: "Fue un científico de primerísimo nivel. Una de las grandes figuras de las que gozaba la Universidad de Oviedo. Un científico de raza y un verdadero lujo para la Universidad. Un maestro reconocido de la química. Siento muchísimo su pérdida. Charlábamos mucho. Aunque pareciese un poco tosco, tenía un gran corazón".

Gonzalo, único hijo varón de José Barluenga y profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Alcalá de Henares, subrayaba "el ejemplo que nos ha dejado de dedicación a su familia, a su gente, a sus discípulos...". "A sus hijos siempre nos inculcó los valores del esfuerzo, la tenacidad, la excelencia, la calidad y el trabajo bien hecho", señaló Gonzalo Barluenga Badiola, quien añadió otra seña de identidad esencial que les queda como legado: "La honestidad humana y profesional".

El decano de la Facultad de Química, José Manuel Fernández Colinas, invocaba el impacto de la llegada de Barluenga a Oviedo. "Fue un punto de inflexión para la Facultad de Química. Ha sido uno de los grandes artífices de que la Facultad esté donde está; sin él sería otra cosa. Su esfuerzo, su tesón y su trabajo eran por y para la química".

José Barluenga era un trabajador nato. Por eso la jubilación fue para él un trance con ciertas complicaciones que afrontó con su habitual pundonor: "Tengo el día ocupado. Leo literatura de todo tipo y en distintos idiomas. Paseo dos horas por la mañana con mi mujer. Tengo que acostumbrarme a la nueva vida, no es fácil pero tampoco atroz. Lo han hecho millones de personas".

Alfredo Ballesteros forma parte de la amplia nómina de discípulos del catedrático fallecido ayer. "Es una pérdida irremplazable. Colaboré con él hasta su jubilación. Lo conozco muy bien, nacimos en el mismo pueblo. Es una perdida muy importante, era como un padre para mí. Su labor puso la química en el mapa mundial", indicaba ayer el catedrático.

Quienes conocían a José Barluenga y traten de imaginar su marcha de este mundo y la llegada a su nuevo destino estarán de acuerdo en que bien podría reproducirse este diálogo que mantuvo con LA NUEVA ESPAÑA a principios de 1997.

-¿Qué le pide al 97?

-Trabajar con paz.

-¿Hasta ahora no la ha tenido?

-Menos de la deseada, pero eso debe de ser lo normal en la Universidad española.

"Trabajar con paz", reclamaría. Y, de seguir la conversación, añadiría con su socarronería y su dureza en parte fingida:

-Tengo que acostumbrarme a la nueva vida. Lo han hecho millones de personas.