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Los familiares de Margarita Piloñeta, resignados a no saber quién la mató

La mujer, de 56 años, recibió 47 puñaladas en su piso de Riaño (Langreo) hace justo una década | Un hijo suyo fue juzgado y hallado "no culpable" en 2012

Los familiares de Margarita Piloñeta, resignados a no saber quién la mató

El pasado 13 de septiembre se cumplieron diez años del asesinato de Margarita Piloñeta Fernández, una vecina del portal número 50 de la manzana de Cocienes, en el polígono de Riaño (Langreo), que fue salvajemente golpeada, sobre todo en la cabeza, y apuñalada en el salón de su casa. Hasta 47 heridas de arma blanca le infligieron a esta mujer de 56 años, cinco de ellas en el corazón, un suplicio que se antoja inconcebible y absolutamente injusto si se piensa en cómo era Margarita, viuda desde hacía década y media, sin fortuna alguna y entregada a los suyos. La propia víctima franqueó la entrada a la persona que la terminó masacrando, lo que hace pensar que era alguien perfectamente conocido. El asesino dejó la marcha de sus zapatos manchados de sangre en la entrada de la vivienda. Nunca se encontró el arma del crimen.

Por aquel crimen fue juzgado en diciembre de 2012 un hijo de Margarita, Marco Antonio García Piloñeta. No acusaba el ministerio público, sino cuatro hermanos de la víctima, que solicitaban 25 años de cárcel por asesinato. El jurado declaró "no culpable" al acusado. No había prueba alguna contra él. Aquel crimen abyecto sigue por tanto impune.

Diez años después, los familiares de la víctima están resignados a no saber quién la mató con semejante saña. "Es triste que las cosas sean así. La Policía ya no investiga. Se pusieron muchos obstáculos para esclarecer el caso", aseguró ayer mismo una hermana de Margarita. Un hijo de la víctima, consultado por LA NUEVA ESPAÑA, y con evidente nerviosismo, indicó que lo concerniente a su madre y los sentimientos que pudiese despertar el décimo aniversario de su asesinato se quedaba en la intimidad de la familia.

Quien acabó con la vida de esta mujer debió ser forzosamente alguien que había acumulado una gran rabia contra ella. De otra forma no se explica que le causase tantas heridas, que buscase de una forma tan premeditada su muerte. En este crimen hubo una evidente carga pasional -incluso de venganza-, motivo por el que la mirada de la Policía se dirigió, al principio de la investigación, hacia el compañero sentimental de la mujer. También se puso el ojo en un yerno de la víctima. Pero ambos poseían coartadas que les situaban lejos de la vivienda donde se produjo el crimen.

Previamente a estas líneas de investigación, dos días después del crimen, fue arrestado un mendigo rumano que había sido visto pidiendo en la zona del crimen. Llevaba además una gorra, igual que el misterioso joven alto que fue visto abandonando precipitadamente el bloque en el que vivía Margarita la mañana del crimen, hacia el mediodía. El rumano fue puesto luego en libertad, al no haber indicio alguno contra él. En 2008, ante la ausencia de avances por parte de los agentes asturianos, se sumaron a la investigación funcionarios de Homicidios destinados en Madrid. Fueron ellos quienes finalmente, en 2008, pusieron el foco en Marco Antonio García Piloñeta. Previamente, un hermano de éste también fue indagado por los agentes del Cuerpo Nacional de Policía. Una amiga de la mujer, que le echaba las cartas, aseguró en el juicio de 2012 que Margarita estaba amenazada por un familiar directo, aunque no le había dicho de quién se trataba.

Marco Antonio García, que fue sometido a interminables interrogatorios por parte de la Policía, jamás admitió haber matado a su madre. Muy al contrario, aseguraba que su relación con ella era normal, que la quería y que nunca le había puesto la mano encima. Incluso expresó cierta admiración hacia ella, puesto que había sacado a sus hijos adelante con la dificultad adicional de estar casada con un alcohólico (que al parecer terminaría suicidándose).

El hijo y su familia habían vivido con la víctima hasta un año antes del crimen. La discusión que terminó forzando que él, su mujer y sus dos hijas se marchasen de la vivienda de Riaño, en 2005, había sido superada, según aseguró, y esa misma Navidad se habían vuelto a ver. De hecho, las niñas habían pasado una semana con su abuela poco antes del crimen. El detenido restó importancia a una discusión con su madre, en la que le afeaba que se hubiese mostrado cariñosa con su pareja sentimental delante de sus hijas.

Aunque la investigación sobre Marco Antonio se cerró, volvió a reabrirse y finalmente el caso llegó a la Audiencia, con cuatro de sus tíos como acusadores, aunque éstos llegaron a asegurar que no estaban convencidos de que su sobrino hubiese cometido el crimen y que solo les movía el afán de dar con el culpable del asesinato.

La clave de la acusación era demostrar que Marco Antonio pudo ausentarse de las instalaciones de su empresa, Autotex, en el momento del crimen, pero no pudo hacerlo. La llamada de su hermana en la que le informaba del crimen le cogió en la empresa, y él aseguró a sus compañeros que se iba porque le había pasado algo a su madre. El jurado razonó que no había prueba alguna de que hubiese cometido el crimen. Los hermanos de la víctima, tras la sentencia absolutoria de la Audiencia, dictada en enero de 2013, decidieron dejar las cosas como estaban y no recurrieron.

Y esta es la historia de un crimen que ha quedado impune y del que se cumple una década, sin visos de que el culpable cumpla su justo castigo en la cárcel.

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