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JOSÉ ANTONIO LÓPEZ-FOMBONA | Empresario y corredor de rallies (y 2) | Arquitectura personal

"Al dejar los rallies por la empresa, quedé sin saber hasta dónde habría llegado"

"Mi padre jamás me dio un duro para correr, mi madre me pedía que tuviera cuidadín y mi mujer no iba a verme"

El empresario y corredor José Antonio López-Fombona. ÁNGEL GONZÁLEZ

José Antonio López-Fombona (Gijón, 1951) es corredor de rallies y consejero delegado de la empresa de especialidades hospitalarias Acuña y Fombona, que fundó su padre en 1967. Fue un niño inquieto y pasó parte de su infancia en Perú, adonde la familia emigró para probar fortuna en la industria pesquera. Regresaron cuando su barco se hundió. Después de una etapa de desconcierto adolescente empezó Medicina, carrera que dejó para trabajar en la empresa familiar, empezó a correr rallies y se casó.

-A principios de los años setenta empezó a correr rallies. ¿Qué opinaban en su casa de que corriera?

-No les gustaba. Mi madre me decía que cuidadín y mi padre que no había problema siempre que lo hiciera con mi dinero. Jamás me dio un duro.

-¿A su padre le gustó más que corriera cuando se vio que ganaba?

-Jamás lo manifestó. A mi mujer tampoco le gustaba que corriera, no iba a las carreras y sentía que, de alguna forma, fue engañada al matrimonio porque no le aclaré que pensaba seguir corriendo. Aún lo piensa.

-¿Llegó a ser un problema?

-En parte sí porque no puedes compartir esa pasión que tienes y en la que te va bien.

-¿Cómo pudo compaginar trabajar bastante con un padre exigente en una empresa en crecimiento con correr y nada a favor de que lo hiciera?

-Por mi pasión hacia el automovilismo, mi juventud y mi capacidad de trabajo y sacrificio. Viajaba mucho por toda España y el extranjero. También lo logré con mucho sacrificio de mi mujer porque yo llegaba de viaje, le daba un beso y salía a entrenar. Y luego correr, ganar y volver feliz.

-¿La carrera en la empresa afectó a sus carreras de rallies?

-Tras los primeros años, los buenos resultados fueron in crescendo hasta que en 1983 me planteé continuar como profesional o dedicarme al negocio familiar, que también iba in crescendo. La razón se impuso a la pasión.

-¿Le pusieron en un brete?

-Tanto los directivos de entonces como mi padre me dijeron que debía poner todo en la empresa o ceder mi puesto de director comercial. La empresa tenía de socios a mi padre y a Acuña, y el hijo de Acuña y yo teníamos una parte cada uno. Decidí que para el futuro, la empresa y la familia sería mejor dedicarme plenamente a Acuña y Fombona.

-¿Dejó plumas en la decisión?

-Me quedó la duda hasta hoy de hasta dónde podría haber llegado en el deporte. La duda está, pero sin arrepentimiento. En la misma situación tomaría la misma decisión.

-Dejó unas rutinas y una manera de vivir.

-Eso no me creó ningún problema. Ya me había pasado. Había sido un destacado jugador de balonmano, primero en el Corazón de María y luego en el Grupo Covadonga. Abandoné el balonmano cuando el Grupo ascendió a División de Honor para pasar a ser semiprofesional o profesional. La manera de no reprimir las ganas cada día fue no volver a ver ni un partido de balonmano ni luego una carrera. La empresa me gusta tanto como correr y se parece.

-¿En qué?

-Me gusta compararlo con un maratón. Siempre distingo entre empresario y oportunista. Un empresario no piensa en un pelotazo sino en un establecimiento a largo plazo con connotaciones familiares que le dan continuación. Así me lo encontré, más o menos, y lo acentué. En 1987 tuvimos una situación complicada entre los socios, un cisma del que salieron el hijo de Acuña y varios altos empleados y montaron cerca de nosotros una exitosa competencia, MBA.

-¿Cómo libró eso?

-Con el cisma quedó tocada la relación entre las dos familias y me pareció oportuno propiciar la venta a Táper, una empresa que se creaba en Madrid y fusionaba a las empresas regionales más potentes entonces.

-¿Cuánto tiempo perteneció a Táper?

-Desde 1991 hasta 2005. Con la entrada en Táper disolvíamos de manera amistosa la excelente relación con la familia Acuña. Mi padre había trabajado duro durante muchos años sin haber disfrutado de un dinero en la mano para sus anhelos. Cuando lo tuvo se compró un chalé.

-¿Y usted?

-Pasé a ser director general en Acuña y Fombona y fui accionista y miembro del consejo de administración de Táper. Fui consejero delegado en Madrid desde 1998 hasta 2005.

-¿Durante casi veinte años tuvo reprimido al corredor?

-Aparcado.

-¿Qué pasó en su vida durante ese tiempo?

-Tuve dos hijos. Laura, de 42 años, y Sergio, de 41 años. Ambos trabajan en la empresa.

-¿Fue un padre presente?

-No. Como mi padre, no pude serlo porque la empresa estaba en expansión. El peso de la educación cayó sobre los hombros de mi mujer. No me lo reprocharon y eso quiere decir que la madre lo hizo fantásticamente bien.

-¿Y en 2005?

-Parte de los miembros del consejo de administración inicial ya no existía, a otros hubo que animarlos a que se fueran porque tenían comportamientos poco juiciosos y a los cambiantes consejeros de los bancos -entre ellos el Hispano, que iba pasando a Central Hispano- había que empezar a explicarles todo desde el principio. No teníamos la misma visión que la mayor parte del consejo y acordamos permutar mis acciones de Táper por la propiedad de Acuña y Fombona.

-¿Qué tal momento era?

-Uno no bueno. Acabábamos de perder la principal representada -con la que obteníamos más del 50% de la facturación- y la entrada de multinacionales estaba provocando en el mercado una bajada de precios y márgenes que hacían crítica la situación de muchas empresas. Y seguía sin solución el enorme retraso en el cobro de facturas de la Seguridad Social, nuestro principal cliente, a veces en una media nacional de más de un año.

-¿Cómo ganó esa carrera?

-Como en el deporte, con fe en uno mismo, entusiasmo, capacidad de trabajo, perseverancia y ese toque diferenciador. Hemos encontrado la forma de movernos con dos rasgos en la oferta: el mejor servicio de la Península y productos de mucha calidad y valor añadido, que son muy apreciados porque son auxiliadores del enfermo.

-Ejemplo.

-Comercializamos un dispositivo para cirugía de columna infantil que se ajusta al ritmo de crecimiento del niño, ahorrándole una operación de columna cada seis meses. No sabemos fabricar, pero somos comercializadores.

-Usted volvió a correr años después. ¿Es diferente?

-Diecisiete años después, con 49 años y mayor estabilidad familiar, económica y empresarial, me planteé volver a hacer pruebas más cortas, subidas de montaña, pensando que me robaría poco tiempo, como "hobby".

-Le fue muy bien.

-Para mi sorpresa, me vi competitivo. Acababa en los primeros lugares de las clasificaciones. Me centré más en ese deporte y conseguí seis campeonatos de España absolutos y tres subcampeonatos. Volver a ganar fue una caricia a la vanidad. No lo esperaba con mis añitos. En 2005 quedé campeón de España.

-Y dueño de la empresa absoluto.

-Buen año.

-Usted es consejero delegado y su hijo, director general. ¿Es cómodo trabajar con los hijos?

-Como todo en la vida tiene su lado bueno y su lado malo. Da una enorme satisfacción, pero tiene momentos duros. No hay manera de que un hijo sea otro empleado más. Supongo que, como me pasó a mí con mi padre, para ellos también tendrá momentos buenos y malos. He pretendido ser ligeramente diferente para mis hijos, lo que no sé si he logrado, pero con el paso de los años uno entiende mejor a sus padres.

-¿"Ligeramente diferente" porque lo quería así o porque no ha logrado mucho más?

-Dejémoslo ahí. Mi hijo está al frente del negocio y logra que subamos otro escalón. Él también fue un destacado piloto de rallies. Ahora tiene un hijo y espera una hija, ha colgado los guantes y está centrado en el negocio.

-¿Qué tal siente que le ha tratado la vida hasta ahora?

-La vida es un regalo, se mire como se mire. Aun en las peores circunstancias es el mayor regalo de los humanos. Mi brindis favorito es "por la vida". Tuve la inmensa fortuna de una esposa que ha sabido tirar de las riendas lo justo y necesario para que este caballo desbocado continuara por el camino correcto. Y unos hijos maravillosos que me hacen sentirme orgulloso y confortado porque son un amor y bellísimas personas. El nieto que me ha dado mi hijo, Gabriel, de 3 años y medio, me parece -supongo que como todos abuelos- lo mejor. A mi mujer y a mí nos ha devuelto alegrías que ya no recordábamos y ha dado redobladas ganas de vivir porque nos ha quitado treinta años de encima.

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