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Asturias recicla su otoño

Las hojas caídas y restos de podas y siegas se convierten en 3.500 toneladas de compost que comercializa cada año Cogersa

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Asturias recicla su otoño

En una nave industrial que sobrepasa con creces los cien metros de largo un camión es cargado y otros seis esperan turno. Mañana luminosa en Cogersa, el Consorcio para la Gestión de los Residuos Sólidos Urbanos de Asturias. Cargan compost, en este caso con destino al Jardín Botánico de Gijón.

A unos centenares de metros de allí, a cielo abierto, un camión de una empresa privada descarga cientos de kilos de hojas, ramas y hierba. Productos de poda, recogida y siega, que se multiplican todos los años con la llegada del otoño. Por esta explanada donde abundan los verdes y ocres pasan transportes contratados por ayuntamientos, comunidades y empresas. En la estación otoñal la actividad sufre uno de los dos grandes picos del año (el otro coincide con la primavera).

De esa enorme ensalada vegetal que es descargada en Cogersa sale el compost que el consorcio comercializa, con etiqueta ecológica y que es, aseguran los expertos, de una calidad extraordinaria. Pero desde que se produce la descarga en bruto hasta la salida del producto reutilizable pasan más de tres meses y se pone en funcionamiento mucho proceso y mucha maquinaria. Al final, las hojas caídas del otoño vuelven a la tierra, convertidas en fertilizantes para nutrirla.

Casi 17.000 toneladas de restos de siegas y podas se recogieron el pasado año en Cogersa. En esa cantidad se incluyen más de tres mil toneladas de estiércoles ganaderos, imprescindibles como materia prima para "fabricar" unas 3.500 toneladas de compost convertidas en un pequeño regalo de la naturaleza, en forma de fertilizante. Pero a la naturaleza, sabia pero no infalible, también hay que ayudarla. "Es un producto orgánico, no tiene nada químico, mejora las propiedades biológicas del suelo, aporta nutrientes y retiene muy bien las humedades. Nuestro compost no tiene restricciones de uso".

Lo explica Irina Vigil, responsable de Explotación de la planta de Compostaje de Cogersa. Ella sirvió de guía a LA NUEVA ESPAÑA para explicar sobre el terreno un desarrollo apasionante de reutilización de esta riqueza vegetal tan abundante en Asturias.

Entre la zona de descarga de la materia prima y la nave de la que sale el compost hay un área donde tiene lugar un capítulo fundamental en el proceso. El escenario es, cuando menos, llamativo: por un lado, los restos de poda y siega ya triturados; por otro, pequeñas montañas de estiércol. En medio, la paja que acompaña a esta materia orgánica, procedente de explotaciones ganaderas o de empresas hípicas, principalmente.

Con regularidad, una máquina mezcla los tres productos y hace pilas de algo que no es aún compost pero está en camino de serlo. Diez metros de altura, aproximadamente, coronados por pequeñas columnas de humo, síntoma inequívoco de que se ha iniciado la fermentación. Pronto las pilas serán tapadas con lonas impermeables.

Hay un mes por delante hasta que esa mezcla de un 60 por ciento de restos vegetales triturados y un 40 por ciento de estiércol esté lista para pasar a la siguiente fase. Su temperatura se controla de forma permanente y a tiempo real gracias a unas sondas que garantizarán que el proceso se desarrolla según lo previsto. "Hay que lograr que al menos durante una hora se superen los 70 grados de temperatura" para acabar con los agentes patógenos: controlar temperatura y humedad, y en ese control tiene mucho que ver el medio ambiente de cada lugar. "Esta operación en verano y en Andalucía, por ejemplo, nos obligaría a regar la mezcla" para evitar sequedades excesivas, explica Irina Vigil.

El proceso normal es que la mezcla llegue a unos 75 grados de temperatura, se estabilice durante unos días y comience a descender muy poco a poco.

Si todo transcurre dentro de los parámetros habituales unos cuantos miles de kilos "viajarán" de cada vez a otras instalaciones de Cogersa, la llamada planta de maduración. Ya es un compost "que tiene aspecto de tierra esponjosa", dice Irina Vigil. En días alternos una maquinona volteadora se va a encargar de airearlo, en medio de una humareda que da cierto look de ciencia ficción al entorno. Es también una forma de homogeneizar el material, que será cribado allí mismo y a gusto y necesidad del cliente, hasta convertirlo casi en polvo.

Esa es la sensación que se tiene cuando uno mete la mano en una de las montañas de compost y extrae un puñado del fertilizante natural. No huele, es algo así como un producto neutro pero lleno de capacidad biológica y lo más compatible que se puede con el medio ambiente, de ahí su etiqueta ecológica de la UE. Se cobra a 25 euros la tonelada, que se reduce a casi 18 euros cuando los clientes son los ayuntamientos del consorcio. El que lo quiera lo puede adquirir en las propias instalaciones de Cogersa o en la Cooperativa de Gijón.

El compost ayuda en los cultivos hortofrutícolas, pero la proporción de uso varía según ese cultivo. Hay una norma general, que experimenta pequeñas fluctuaciones según el producto que se quiera conseguir: una parte de compost por dos de tierra.

En otra nave anexa también se fabrica compost, pero de una calidad menor. Es el compost que se saca a partir de los lodos de depuradoras, de los que llegan a las instalaciones del consorcio más de 70.000 toneladas cada año. El sistema de compostaje evitó el pasado ejercicio enviar al vertedero unas 28.000 toneladas de lodos y generó en torno a 5.000 toneladas de compost que en buena medida se está utilizando para reforzar la tierra de cultivos extensivos de cereal en Castilla y León. También es un producto apropiado para la regeneración de suelos de canteras.

Los residuos vegetales llegan a Cogersa en cantidades mucho menores que otros aunque abulten lo suyo. Un camión con residuos de la llamada "bolsa negra", la que tiramos al contenedor convencional con la basura de casa, puede transportar una carga de veinte toneladas; el mismo camión cargado de hojas de otoño se puede quedar en poco más del diez por ciento.

Todos los residuos vegetales y el estiércol, la materia prima para hacer el compost, suponen al año una entrada media de unas 15.000 toneladas, algo así como el 1,8% del total de residuos que son tratados en las instalaciones del vertedero central de Asturias. En el último año la cifra global ascendió a 839.000 toneladas, hubo un incremento del 2,5% en los residuos urbanos y, sin embargo, un descenso del 6,6% en la entrada de residuos vegetales, que pueden tener en las empresas papeleras otro de sus destinos.

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