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El cole en el que todos sonríen

Los 72 alumnos con parálisis cerebral del Ángel de la Guarda llenan de esfuerzo y coraje las aulas del centro concertado de la asociación Aspace, premio a la Excelencia en Dependencia

Por la izquierda, Rocío, Ivette, la tutora Ana Sierra, Gema, Erik y Lucía, en una de las aulas de Infantil. MIKI LÓPEZ

La cálida oscuridad de la sala de estimulación sensorial, un espacio para la relajación de los alumnos, se ve compensada por la luminosa sonrisa de Carmen, 12 años. Es una sonrisa que inunda, de las de boca abierta y ojos de fuego. Se lo está pasando bien. La niña reposa sobre una cama de agua y Ana Mayoral, maestra de psicomotricidad y ahora también jefa de estudios del centro, participa en este juego sin palabras, plagado de cercanías cómplices. Haces de luz cambian de color con cada movimiento de maestra y alumna y se desparraman por la habitación, techo, suelo y paredes.

El colegio de Educación Especial Ángel de la Guarda, de la asociación Aspace Oviedo, cuenta este curso con 72 alumnos, desde los 3 a los 21 años. Etapas de Infantil, Educación Básica Obligatoria (EBO), que se corresponde a Primaria y la ESO, y un apéndice educativo de transición a la vida adulta. Colegio concertado, con una plantilla de 17 profesores y otros tantos profesionales de atención educativa (fisios, logopedas, auxiliares, trabajadores sociales?), además del equipo de Orientación.

Dan clase y ayudan a darla, pero sus alumnos son gente especial. Niños, adolescentes y jóvenes afectados por parálisis cerebrales y, en muchos casos, otros problemas asociados. Todos con discapacidad motora. Si en cualquier colegio vale la idea de que cada niño es un mundo, en el de Aspace esa idea se convierte en el eje de la actividad diaria, de diez de la mañana a cinco de la tarde, almuerzo incluido.

Un cole que se enmarca en un complejo educativo y asistencial, y éste en un proyecto que nació en 1964. Aspace ya cumplió los primeros cincuenta años de actividad. La Asociación de Ayuda a Personas con Parálisis Cerebral recibió en el pasado mes de septiembre la Medalla de Plata del Principado como reconocimiento a su labor, y hace unas semanas recogió en Madrid el Premio a la Excelencia a la Dependencia, de la Fundación Caser.

Pero al margen de esa infraestructura que incluye un centro de atención temprana, un CAI y una residencia, el Ángel de la Guarda tiene pinta inequívoca de colegio, aunque buena parte de los escolares se desplacen en silla de ruedas. "Aquí se necesita un esfuerzo de adaptación a nuestros alumnos pero seguimos las mismas pautas que un centro ordinario", explica su director, Alfredo Llaneza.

Esa necesidad de adaptarse a las posibilidades motoras de los alumnos se visualiza en una sala de juegos muy especial. Oficialmente, de Psicomotricidad. En las estanterías, cada peluche permite ser conectado, y cada conexión se acopla a dispositivos que se adaptan a las necesidades físicas de cada niño. Hay quien interacciona con las manos, pero también con la barbilla o con la cabeza. El reto es que ningún niño quede sin jugar, que es una forma de aprender. La misma actividad, pero con distintos recursos.

Ana Mayoral escoge un juguete. Es una pequeña locomotora unida a un interruptor convencional a través de un cable de los de antes. No es para menos. Ana explica que ese fue el segundo juguete que ella adaptó a las necesidades de sus alumnos, hace de esto unos 25 años, recién llegada al colegio. Se da al enchufe y la locomotora enciende la luz. Los maestros del Ángel de la Guarda se han convertido en técnicos de mantenimiento y en creativos lúdicos. "Si algo nos falta, se inventa".

Hay tres grupos de Infantil y ocho de Educación Básica Obligatoria, divididos en dos periodos. El número máximo de niños por aula es de seis. Pero las aulas tienen en el colegio una importancia tan solo relativa porque todos los alumnos pasan por el aula activa (unidades didácticas sobre pantalla grande, con actividades colaborativas entre los escolares), el gimnasio para el trabajo de los fisioterapeutas, el aula de lectoescritura y cálculo, la sala de música o la sala virtual. En esta última, tres alumnos, Pedro, Candela y Viki viven su invierno particular. Es un invierno que crea Pili Álvarez, su tutora. En las grandes pantallas que cubren las paredes del aula se suceden los paisajes nevados. En el techo, unos ventiladores producen vientos. Hasta se crean olores y cae la "nieve". Se trata de interaccionar a través de todos los sentidos. Candela, con gorrito de nieve, colabora con la profe en esa recreación virtual que cubre estaciones, paisajes y hasta mundos submarinos.

El Ángel de la Guarda es un cole en el que todo el mundo sonríe. Isabel también. Frente a su tablero de lectoescritura escribe frases, letra a letra, plastificadas y con velcro. Lo hace en ese tablero y ya frente al libro escolar. La suya es una sonrisa de triunfo, solo reservada a los héroes.

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