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Economista

La aldea virtual y la revolución tecnológica

La sangría demográfica obliga a buscar herramientas para mantener la cohesión de la aldea Camiones de comida por colmados y el control del establo con drones, algunas ideas

Una estampa de la siembra de patata en Cangas del Narcea el siglo pasado. COLECCIÓN MUSÉU DEL PUEBLU D'ASTURIES

La quintana, como elemento básico de poblamiento y la aldea, como centro de la comunidad campesina y base de la organización del espacio han constituido históricamente la urdimbre material en la que descansa la organización social del mundo rural en Asturias. Y esto fue así incluso en algunos periodos de cambios profundos, como los ocurridos en los siglos XVIII y XIX, cuando la irrupción de nuevos cultivos propició un notable incremento de la población. La presión demográfica produjo entonces el desdoblamiento de determinadas "caserías", lo que dio lugar a aumentos del poblamiento disperso. Pese a todo, la aldea continuó siendo la unidad económica por excelencia del campo asturiano, al tiempo que marco fundamental de las relaciones y responsable de la cohesión social. Asimismo, la quintana mantuvo mayoritariamente su indivisibilidad. Por lo que se refiere a otras instituciones territoriales, como el concejo, la villa y la parroquia, cabe decir que la primera constituía una simple entidad administrativa y comercial, y la villa -su capital- un lugar de visita obligada en cuanto prestador único de determinados servicios. Por su parte la parroquia, salvo en los escasos casos en los que mantenía la titularidad - montes comunales- que exigía una gestión acordada del común, servía fundamentalmente de lugar de reunión social, tanto en las efemérides gozosas, como en las circunstancias luctuosas. Era en estos señalados momentos cuando, entre los campesinos de las diferentes aldeas y de forma afectuosa, se producía el intercambio de noticias y se reafirmaba una cierta conciencia de comunidad.

Dentro de este campo de la sociabilidad popular y la provisión de servicios, en Cangas del Narcea, como en el resto de Asturias, se fue consolidado una red privada de tiendas mixtas (colmaos) que atendían las necesidades más perentorias y cotidianas. Las distancias y la difícil accesibilidad a las zonas de montaña impedían o dificultaban la llegada regular de los productos básicos, esenciales para la población. Por eso, la relativa proximidad de estos establecimientos a las aldeas los hacía imprescindibles. Entre los que conocí y frecuenté en ocasiones, vienen a mi memoria, "Casa Cuervo" en Onón; Casa "El Suaro" en Sorrodiles; "La Chabola" en Vallao; "Casa Floro" en El Otero y "La Venta" o "Casa Saturno" en Ventanueva. Todos ellos fueron ejemplo de esa red intangible, sin coste público, que proveía de bienes y servicios esenciales. Pero no fue esta su única utilidad. En un mundo dominado por el trabajo duro, el aislamiento y la rutina, estos "colmaos" facilitaban el contacto social y funcionaban como verdaderos centros naturales de relación.

La solidaridad rural. El derrunbe de este mundo es evidente. Las escasas esperanzas de continuidad productiva, unidas al atractivo de la vida urbana y al natural afán de mejora de la juventud, han desencadenado una sangría demográfica que, a su vez, puso en marcha un proceso continuo de desarticulación de la débil estructura de asentamientos, que tuvo un doble efecto. Por un lado, fueron abandonadas numerosas explotaciones; y por otro, se produjo el envejecimiento de la pirámide demográfica. Al mismo tiempo, estos cambios incidieron en el sostenimiento de los servicios de proximidad, lo que puso en cuestión el razonable plan de miniconcentración de ciertos servicios públicos iniciado décadas atrás. Simultáneamente se erosionó la cohesión y la función tradicional de la aldea, lo que aceleró un proceso de individualización quizás ya existente, aunque permanentemente soterrado, y que ahora se mostraría abiertamente y sin ambages.

Esta solidaridad alcanzaba su grado máximo en algunas aldeas de Cangas (Cuadriellas, Ridera y Parada de Arriba, entre otras) en las que la cosecha se consideraba como un bien colectivo. Sobre esta cuestión, es preciso aclarar que no se trata de recuperar aspectos o instituciones de la vida tradicional carentes de sentido, desvinculados de un específico régimen de producción social. Sin embargo, la realidad es que, sin la solidaridad que caracterizaba a la comunidad aldeana difícilmente se habría podido mantener históricamente un sistema fundamentalmente intensivo. La ayuda mutua entre todos o gran parte de los habitantes de la aldea, resolvía o mitigaba los problemas. En expresión de Jesús García Fernández "el trabajo agrícola era en gran parte un trabajo colectivo", pero añadiendo a continuación como antídoto para nostálgicos que "la solidaridad era más en la desgracia que un modo de conseguir la prosperidad".

Los lazos de la aldea. La ruptura de este delicado equilibrio coincidió en el tiempo con la mejoría de las comunicaciones, la generalización del sistema de conservación de alimentos perecederos y la existencia en muchos casos de ingresos de la minería. Fueron transformaciones que contribuyeron a elevar el nivel de confort de unas familias campesinas a las que las tecnologías de la información las conectaban ahora desde los puntos más aislados y lejanos con el resto del mundo.

Asistimos así a un proceso caracterizado por dos acontecimientos simultáneos, la explosión de la conectividad "on line" y la destrucción o ruptura de los lazos que mantenían la cohesión en la aldea. Estaríamos ante un proceso de individualización que, como todo proceso de diferenciación, en las pequeñas comunidades campesinas resultaría, a la vez, caldo de cultivo para ideas innovadoras, pero también podría ser ser campo abonado para la siembra de dudas y resquemores, cuando no motivo de abierto rechazo. Al analizar las encuestas, se pudo observar con claridad esta situación contradictoria. Por ejemplo, prácticamente la totalidad de los encuestados valora como "muy importante" la existencia de unas buenas relaciones vecinales y se manifiesta dispuesto a "echar una mano" en momentos concretos y para mantener la comunicación en la complejidad que acarrea la vida cotidiana. Complejidad que nos atrevemos a definir como "el lento y arduo camino hacia la cooperación". Sin embargo, esta decisión de echar una mano solo genera una "cohesión sin decisiones compartidas" insuficiente en cuestiones relevantes para la organización del trabajo o la mejoría colectiva. Así ocurriría si se propusiera la creación de un parque de maquinaria común, se planteara el trueque de parcelas para mejorar la extensión de los "recintos" o se ofrecieran otras medidas vinculadas a la gestión del uso del "común".

Tecnología e innovación. Si el incremento de la superficie agraria útil resulta un factor decisivo para lograr la supervivencia económica de una parte relevante de las explotaciones y aumentar los ingresos de las familias, la adopción mimética de las formas de vida urbana y sus proyectos vitales por la sociedad rural, cada vez más indiferenciada de la urbana, exige perentoriamente, y lo hará aún más en el futuro, una adaptación de la "casería" -tanto en cuadra como en monte- a las nuevas posibilidades que brinda el uso de la tecnología. Se aproximaría así la vida rural a la urbana. La relajación que la tiranía presencial ejerce sobre los explotadores directos permitiría al ganadero disfrutar de su ocio y compaginar su profesión con otras funciones esporádicas o a tiempo parcial. La tecnología liberará tiempo, evitará las labores más penosas -como ha ocurrido históricamente- , suavizará la exigencia de la continuada presencia física en la explotación y, junto a la mejora de la accesibilidad en una sociedad rural-urbana más integrada, reforzará la supervivencia del campesino.

Necesitamos imaginar un mundo en el que los "food-truck" adaptados al mundo rural tomen el relevo de los "colmaos" y en el que se generalice el control remoto res a res, en el establo o en el monte, a través de un App en el i-Phone. Tendremos que aspirar a que, mediante la utilización de drones o sistemas similares, sea posible conocer "on line" la situación de la cabaña al aire libre, realizar el control y gestión de los cercaos y medir los parámetros medioambientales.

En otro orden de cosas, el cooperativismo podría prestar servicios de ámbito colectivo, lo que pondría a prueba, una vez más, la supuesta solidaridad vecinal, si esta se canaliza para lograr los anhelos de la comunidad mediante el ejercicio poco frecuente de las decisiones compartidas.

Cooperativismo. Las cooperativas agrarias de servicios, que proporcionan a sus asociados piensos, abonos, fueloleo, y otros productos, tienen también un campo importante por explorar como prestadores de servicios. Por ejemplo, podrían realizar sustituciones por ausencia o enfermedad, asesorar sobre los nuevos artefactos tecnológicos que se vayan implantando o sobre su mantenimiento y otros servicios. Nos encontraríamos entonces un nuevo reto, porque el proceso de implantación tecnológica y el aprendizaje de su buen uso exigen inversiones considerables, en muchos casos, y pueden prestar servicios de carácter indivisible solo justificables por su aprovechamiento colectivo. Un nuevo reto para la cohesión vecinal, pero, también, para valorar la capacidad de adaptación del acervo de conocimientos del campesino a las nuevas exigencias tecnológicas.

La continuidad de la sociedad rural, transformada por este proceso imparable de novedades de todo tipo, solo será posible en una explotación tipo con un mínimo de 80-90 hectáreas de base territorial, 90-100 nodrizas, moderna, tecnológicamente dotada, más accesible. Una exigencia para la continuidad rural en un espacio transformado en el que se perciba desde el confort del interior de la quintana el aroma inconfundible del pasado: el sueño de las nuevas generaciones.

Es una exigencia, pero también un reto, porque la adaptación tecnológica acelera siempre el proceso de diferenciación y lo que no es una necesidad en otro tipo de actividad, en otros sectores, en otros ámbitos, lo es en este. El binomio sector ganadero y mundo rural es una simbiosis que exige un planteamiento, análisis y solución conjunta y la dificultad radica en la compleja compatibilidad entre la inevitable adaptación tecnológica y el mantenimiento de un marco de solidaridad vecinal. Una tensión que se expresa en la necesidad de incorporarse a la comprensión, uso y buen manejo de los adelantos tecnológicos y simultáneamente conservar los "?. muchos y amplios conocimientos sobre campos y aspectos, como el medio y los ciclos naturales, desconocidos por el hombre de la ciudad, que solo se encuentran en la tradición oral y que están en proceso de desaparición irrecuperable" (García Martínez, 2016).

Se trata de una situación que ineludiblemente va a mostrar la difícil convivencia entre los restos de la sociedad agraria tradicional, y los atisbos de la posmodernidad.

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