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Asturama

La joya más escondida de un genio llamado Carreño Miranda

La bóveda de San Antonio de los Alemanes, en Malasaña (Madrid), descubre una de las pinturas murales más prodigiosas del Barroco

Arriba, plano de situación de la iglesia, en Madrid. A la derecha, la bóveda de Carreño; abajo, el exterior del templo, y dos turistas japonesas, de visita.

La iglesia de San Antonio de los Alemanes debe su nombre a los avatares políticos en tiempos convulsos, los del reinado de Carlos II. En 1668 se firma el Tratado de Lisboa por el que España acepta la independencia de Portugal, y una pequeña pero sublime iglesia en el corazón del Madrid castizo perdió tiempo más tarde su nombre por puro despecho nacional. Se llamaba San Antonio de los Portugueses, y la reina madre Mariana de Austria, esposa de Felipe IV, viuda después del rey, madre de Carlos II y regente durante algún tiempo, arrimó el ascua a su sardina a la hora de darle un pequeño vuelco a la denominación: era de sangre alemana.

Cuando Portugal se independiza, el pintor avilesino Juan Carreño Miranda había terminado ya una de sus obras más espectaculares: la bóveda de la iglesia, una asombrosa "Gloria de San Antonio" que hoy sigue cautivando a los turistas que dan con una de las grandes sorpresas artísticas que puede ofrecer Madrid.

Un ejército de ángeles, un mar de nubes; en los fondos, un azul celestial cuyo tono conecta con la magia de grandes obras del Siglo de Oro. En el centro, la Virgen, y otra vez el azul, en este caso más potente, en su manto. A un lado, San Antonio con su vestimenta franciscana. Los brazos abiertos, para recibir al Niño.

Carreño Miranda en estado puro. Un pintor ya consagrado y respetado al que aún le quedaba pendiente firmar algunos de sus cuadros de referencia, los retratos de Carlos II y los de Mariana de Austria, entre otros.

Juan Sánchez ejerce hoy de encargado de la iglesia y disfruta mostrando los mil detalles escondidos en los 1.500 metros cuadrados de pintura mural que lo cubren todo, una exaltación del Barroco madrileño. Desde abajo la cúpula elíptica, como la planta del templo, parece grandiosa, pero es mucho más baja de lo que la gente puede creer. Cuestión de perspectiva, trabajada por los pinceles de dos maestros de la pintura, Francisco Rizi y Carreño Miranda, ambos nacidos el mismo año, 1614, compañeros y amigos hasta que en 1671 Carreño Miranda es nombrado pintor de cámara del rey, cargo al que aspiraba Rizi, y se produce el alejamiento entre los dos genios.

Carreño trabaja en la bóveda de San Antonio en un momento muy cercano a 1663. Felipe IV vivía sus últimos años. Muere en 1665 cuando su sucesor, Carlos II, era un niño de apenas 4 años. Su vida iba a ser corta, víctima de enfermedades y debilidades de todo tipo, incapaz de generar descendencia. Una biografía declinante que duró tan sólo 39 años.

Carlos II, ya adulto, se casa con María Luisa de Orleans. No tienen hijos y ella muere a los 26 años. La Corte le busca a Carlos una segunda esposa sin tiempo apenas para el luto, y eligen a Mariana de Neoburgo, una hija del Sacro Imperio Romano Germánico, a las que las crónicas la pintan de cara larga, nariz afilada y pelirroja. Más o menos como en el pequeño retrato que luce en una de las paredes de la iglesia.

Carlos y Mariana se casaron en Valladolid en 1690 y en los diez años que duró el matrimonio los intentos de descendencia fueron inútiles. Fue el fin de la Casa de Austria.

Junto a la iglesia hay un comedor social, heredero de la Hermandad de San Antonio de los Portugueses, que vio la luz en 1604 en Valladolid y se refunda tres años más tarde en Madrid, ya como hospital real. Un siglo más tarde, Felipe V concede la gestión de la iglesia y el hospital a la Hermandad del Refugio, una de esas instituciones que reconcilian con el ser humano. Fundada en 1615, recogía pobres y enfermos de las calles, alimentaba a vagabundos, atendía a embarazadas y a sus pequeños y enterraba a los muertos callejeros.

La iglesia de San Antonio de los Alemanes reina en una de las esquinas del barrio madrileño de Malasaña, pero por fuera llama muy poco la atención. Dos euros la visita, reza un cartel. Dos jóvenes turistas japonesas entran, se sientan en uno de los bancos y permanecen extasiadas. Una guía de viajes -evidentemente bien documentada- las puso en la buena pista.

El caso de Laly Gutiérrez y Carmen Gordo es distinto. Son madrileñas, apasionadas de la Historia y el Arte, sabían a lo que venían y, además, conocen bien los avatares de la iglesia, cuyas paredes abruman. En esas paredes alumbra el trabajo de otro genio, Luca Giordano, maestro versátil como pocos, que años más tarde hizo trabajos de restauración de la bóveda y cubrió las paredes con una iconografía abigarrada en la que se mezclan escenas de la vida de San Antonio (santo portugués, y de ahí el nombre primitivo del templo), aunque su "apellido" mencione no el lugar de nacimiento, sino el de su muerte, Padua.

Hay retratos de reyes y príncipes, santos españoles y a cada lado del altar mayor los retratos (éstos ya de principios del siglo XVIII) de Felipe III, Felipe IV, Carlos II y Felipe V, y de sus consortes, Mariana de Neoburgo (que dicen que llenó la Corte de alemanes), María Luisa de Saboya y Mariana de Austria.

El guía reclama atención al viejo escudo real de Portugal, descubierto tras la última restauración de las pinturas, ya que había sido velado por orden de Mariana de Austria cuando Portugal pasó a ser un extraño incómodo a la monarquía española.

La bóveda elíptica está circundada por un pasillo con barandilla metálica.

-¿Se puede subir?

-Imposible. No está abierto al público.

Desde esa pasarela aérea tendríamos las figuras pintadas por Carreño Miranda a tan sólo media docena de metros. Desde el suelo hasta la cúpula, San Antonio de los Alemanes tiene unos veinte metros de altura. Si al visitante se le dice que son cuarenta, la mayoría lo creería. La iglesia es parroquial, tiene culto, está abierta toda la semana, pero la mejor hora de visitas es de lunes a sábado, de 10.30 a 14 horas.

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