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La última pista

El autor del crimen de los ancianos de La Arena, ya con 30 años, vive en Valencia

Hace justo trece años, José Luis F. I., libre desde 2012, mató a hachazos, martillazos y puñaladas a los octogenarios Manuel e Isabel Álvarez Fernández

El autor del crimen de los ancianos de La Arena, ya con 30 años, vive en Valencia

Los hermanos Manuel e Isabel Álvarez Fernández, de 87 y 88 años, encontraron en su casa de San Juan de la Arena una muerte atroz a manos de un crío de 17 años, con un 25 por ciento de discapacidad y golpeado por una infancia en una familia desestructurada. Hace pocos días se cumplieron trece años de aquel crimen, solo igualado en brutalidad por el que perpetraría, una década después, José Ignacio Bilbao, el hombre que mató a golpes a sus hijas Amets y Sara y luego se arrojó al vacío desde el viaducto de la Concha de Artedo.

El asesino de los ancianos, José Luis F. I., ya con 30 años y en libertad desde 2012, vive ahora en Valencia, según los vecinos de La Arena, una localidad aún traumatizada por la violencia de aquellos crímenes. El joven no ha regresado, y es más que probable que no se apreciase su vuelta a un lugar donde, según dicen, no le quedan familiares. Ahora vive anónimamente en la costa levantina, aunque hace unos años se publicaron en un blog varias fotografías suyas en las que exhibía un sonriente aspecto, muy alejado del cuadro de pesadilla que ofrecía el día de su detención, con las ropas manchadas por la sangre de sus víctimas.

En La Arena siguen sin comprender cómo un crío menudo e inocente, al que hasta hacía poco tiempo habían visto jugar con niños más pequeños que él, pudo cometer un crimen tan brutal, y surgieron todo tipo de dudas y especulaciones, incluso que no hubiese cometido los asesinatos, o que no hubiese actuado solo.

El año anterior al crimen, el menor, muy retrasado en los estudios, había estado seis meses en un centro especial, haciendo un curso de limpieza y mantenimiento de hoteles, y le habían visto, pese a su discapacidad, con ciertas dotes, "listo, inteligente, con capacidad para la creación". Pero sus padres (mejor dicho, su madre y el compañero de ésta, porque su padre biológico había fallecido años atrás) decidieron sacarle del centro y matricularlo en el instituto de Pravia. Una de las leyendas que corre por La Arena es que su madre le tiraba por la ventana los libros que sacaba de la biblioteca. El menor no era muy ducho en matemáticas, pero le encantaban la lengua y la literatura, y hay quien dice haberle visto llorar con un libro de poemas en las manos.

En los meses previos al doble crimen, se le veía nervioso y aislado, dando vueltas en horas lectivas, e incluso llorando en el parque tras ser insultado en un bar. Como suele ocurrir en tantos casos parecidos, José Luis, al que apodaban "El Pititi", era objeto de crueles burlas. Hay quien dice que estaba obsesionado con tener novia, y quien indica que había tenido problemas con las drogas, aunque su familia siempre lo negó. También se dijo que, antes del doble asesinato, ya había mostrado cierta querencia por los bienes ajenos.

En la noche del 31 de enero de 2004, entre las ocho y las doce de la noche, el joven entró en casa de los hermanos -que habían tenido el cine Capitol- tras forzar la puerta con un cuchillo. El joven conocía bien la casa. Su madre había estado limpiando allí hasta hacía poco tiempo, y se había hecho amigo de los ancianos. Hay quien dice que Manuel Álvarez le daba dinero al chico, pero que éste pedía cada vez más y había cortado por lo sano.

La noche del crimen, José Luis F. I. quizá quiso tomar lo que le negaban por las buenas. Una vez en la planta baja de la vivienda, se puso a revolver los cajones en busca de dinero u objetos de valor. Manuel Álvarez, que estaba en el piso superior de la vivienda, junto a su hermana impedida, se despertó con el estruendo y fue a la planta baja, donde se encontró con el chico. El menor dio rienda suelta a la violencia y propinó hasta catorce hachazos al hombre. En la planta superior, Isabel Álvarez escuchó los golpes y gritos de abajo. El adolescente subiría luego y acabaría con ella, golpeándole la cabeza con un martillo y rematándola a puñaladas. Una auténtica carnicería, inimaginable en el caso de un joven al que no se le conocían actos violentos. "Sacaba el genio a veces, pero nunca pensamos que pudiese hacer algo así", dijeron sus familiares.

La Guardia Civil tuvo claro desde el principio que se trataba de un robo que había salido mal, y puso el foco en una decena de jóvenes, entre ellos el propio José Luis F. I., que sería detenido junto a otro muchacho, L. R. M, al que el menor acusó de forma infundada. Sería puesto en libertad, después de que el menor confesase haber cometido el crimen. El asesino entró en un centro de menores, donde se acomodó rápidamente. "Mamá, aquí estoy bien. Me dejan ver la televisión, pero no puedo salir", le decía a su madre. El Tribunal de Menores le impuso ocho años de internamiento (el máximo eran diez), lo que generó cierta polémica. Incluso María del Mar Bermúdez, madre de Sandra Palo, la joven discapacitada que fue martirizada en Madrid por unos menores, clamó por que José Luis no se fuese "de vacaciones a un centro". Cuatro años después, ya con 21 años, obtuvo el régimen semiabierto, que le permitía salir a la calle a estudiar o trabajar. Y es que, como indicó el fiscal de Menores, Jorge Fernández Caldevilla, su comportamiento había sido impecable.

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