Si algo ha demostrado la declaración de Villa ante la jueza que instruye la querella del SOMA por apropiación de 420.000 euros, es que el exlíder minero está "en perfecto estado de revista", como describió el letrado del sindicato, Luis Llanes, y capacitado para prestar declaración en un hipotético juicio o en los otros asuntos que tiene pendientes. Ahora puede ser llamado por la Fiscalía Anticorrupción, que trata de averiguar el origen de la fortuna que Fernández Villa afloró en la amnistía fiscal de 2012, 1,4 millones de euros sobre cuyo origen la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil ya ha apuntado algunas vías. O en la investigación del agujero descubierto en la construcción del geriátrico del Montepío en Felechosa (Aller). Para el SOMA, la declaración de Villa de anteayer, viernes, abre nuevos caminos para aclarar de dónde sacó el dinero, aunque "se ha perdido un tiempo precioso", en palabras del secretario general del SOMA, José Luis Alperi.

La jueza Simonet Quelle Coto decidirá en breve si da por concluida la instrucción y abre juicio al ex secretario general del SOMA, o si se practican nuevas diligencias en el caso, aunque los letrados del sindicato descartan que pueda haber nuevos investigados o que se puedan acopiar nuevas pruebas tanto contra Fernández Villa como contra Pedro Castillejo, el otro implicado en este caso, acusado por el sindicato de apoderarse de 72.000 euros.

Villa ha comenzado a defenderse y abandonado las tácticas dilatorias, si bien ha tenido que mediar un apercibimiento por parte de la jueza instructora de que sería detenido si no acudía al Juzgado, algo que ya había ordenado en enero del año pasado, hace catorce meses. En su declaración del viernes, preparada al dedillo con su abogada, Ana García Boto, emergió un Villa distinto del que se ha querido trasladar en los últimos tiempos. Durante su último ingreso en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), el pasado mes de octubre, su esposa, María Jesús Iglesias, llegó a asegurar que Villa sufría alucinaciones, que estaba convencido de que iba a volver al sindicato y de que sería llamado como "número tres" en un Gobierno de Pedro Sánchez. Su letrada afirmó en cierta ocasión que le era imposible comunicarse con su cliente, y en su último escrito aseguró que estaba en una situación de vulnerabilidad que obligaba a la presencia de una persona adulta que le tutelase e incluso de un forense que valorase in situ su imposibilidad de declarar.

Esfuerzos inútiles. El viernes, ante la jueza, Villa se mostró lúcido y coherente, y salvo un par de arranques de ira, con puñetazo en la mesa incluido, fue perfectamente capaz de hilvanar una línea de defensa que apunta directamente a los responsables económicos del sindicato, el excontable Juan Cigales y el ex secretario general de la junta de administración del sindicato Amalio Fernández, e incluso a su exsecretaria, Carmen Blanco. Villa acusó a sus compañeros de sindicato de falsificar su firma, por otro lado muy fácil de imitar -en la instrucción ha quedado claro que algunas de ellas sí las habían puesto otros, pero por la absoluta despreocupación del ex secretario general por esos asuntos-, y llegó a dolerse de que había confiado en ellos y le habían traicionado dejándolo en su situación procesal actual, algo que casa perfectamente con la llamada que le hizo a Juan Cigales tras la presentación de la querella del SOMA, en la que el exlíder minero llegó a echarle en cara que no le había apuntado bien los gastos.

También surgió en la declaración el Villa doliente bien conocido por quienes trabajaron con él durante treinta años. Y es que se jactó de haber tenido y tener aún "los bolsos de cristal" y de sólo haberse preocupado de que la organización llegase a ser lo que un día fue, se entiende que antes de la Guerra Civil.

Villa también negó tener cualquier vinculación administrativa con el dinero de un sindicato, en el que por otro lado, como dejaron claro los testigos que han declarado hasta el momento, "no se movía un papel sin que él lo supiese". Llegó a deslizar que el no conocía cómo utilizar las tarjetas de crédito del sindicato y que otros las manejaban. Con Juan Cigales se cebó especialmente, ya que le llevaba todos los papeles, hasta los del testamento. Además, nadie puso límite a sus gastos. Genio y figura.