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La "madre coraje" de la odontología

"Si se quiere, se trabaja, se educa y se enseña", afirma la nonagenaria Argentina de Arriba, una de las primeras especialistas de Gijón

Argentina de Arriba Peral, ayer, en su casa en Gijón. MARCOS LEÓN

Argentina de Arriba Peral cumplirá el próximo abril 99 años, la mitad de ellos dedicada a la odontología, su profesión y la de su marido.

"Según llamé a mi padre desde Madrid para decirle que había aprobado la última asignatura que me quedaba, se fue corriendo a Oviedo a colegiarme", recuerda la nonagenaria. Corría el año 1944.

El carácter de esta mujer está forjado a fuego lento a lo largo de su larga vida. Con apenas 18 años, la guerra civil española la cogió en Francia, "en un curso de verano para aprender el idioma con las Ursulinas", rememora con una precisión propia de un cuaderno de bitácora. Tras cruzar la frontera, en plena guerra, vivió en Vitoria "para acabar el bachiller" y de ahí, "a estudiar odontología, que era lo que mi padre quería para mí, era su ojito derecho".

Fue en Madrid, haciendo prácticas, cuando conoció al que fuera su marido, Paulino Sierra. "Me invitó un día a tomar una caña, y hasta hoy", cuenta.

En 1946, De Arriba monta su clínica dental en la gijonesa Plazuela de San Miguel, con instrumental traído de Filadelfia "y eso que era muy complicado pasar los controles", afirma, convirtiéndose en una de las primeras odontólogas de Gijón. Dos años más tarde, se casó y la pareja se mudó al Principado.

"Éramos unos pioneros, los primeros en poner prótesis u ortodoncias", relata, "hacíamos cosas que muchos no sabían ni qué eran". "Yo siempre ayudaba a mi marido en la clínica, haciendo empastes o extracciones", asegura, "incluso le llevaba la contabilidad, porque él no sabía", sonríe.

"Tuvimos siete hijos, algunos de ellos con problemas de salud", asevera De Arriba. "Casi siempre estábamos en la clínica, pero aún así estábamos muy encima de ellos, muy pendientes", relata, algo que confirman sus descendientes, siete hijos, once nietos y cuatro biznietos. Aunque eso sí, "cuando tenía que sacar la zapatilla lo hacía, sobre todo cuando me mentían", arguye sonriente.

Sus hijos definen a De Arriba como una "madre coraje, muy cariñosa y muy cercana". Ella lo tiene claro: "Hacía lo que fuera necesario por ellos. Si se quiere, se trabaja, se educa y se enseña", concluye.

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