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Los 10 mandamientos del escanciado, huérfanos

Constantino Ovín, el echador de sidra más elegante de la historia, deja como herencia un decálogo para servir el culete perfecto

Tino Ovín, en 1995.

Cuentan quienes lo vieron en Nava en sus años mozos, en cualquier fiesta de San Bartolo, que tenía el pulso suficiente para hacer pasar el chorro de la botella de sidra por entre los huecos de las tablas de una silla de madera. Cuentan, y no mienten, que ese fue uno de los métodos de entrenamiento de Constantino Ovín de la Vega para convertirse en campeón de España y en uno de los más grandes echadores de sidra de la historia. El mejor de todos los tiempos, para muchos.

Fallecido el pasado lunes, "Tino el de la Barraca", como era conocido popularmente por sus vecinos y amigos, deja como impagable herencia las tablas de la ley del escanciado. Se trata de una guía sencilla que permite a cualquier neófito convertirse en todo un experto sidrero, a base de consejos que hoy ya son sentencias y de las imprescindibles dosis de práctica. Casi un cuarto de siglo ha pasado desde que LA NUEVA ESPAÑA publicara por primera vez el decálogo de Ovín para convertirse en el "rey del chigre", reproducido en esta misma página. Su vigencia es total.

A juicio de los entendidos, "Tino el de la Barraca" era, ante todo, un escanciador elegante. Un enemigo acérrimo del escorzo y del arabesco a la hora de echar un culete. Postura recta, brazo al alto, vaso inamovible en el centro del cuerpo y lograr que la sidra espalme y haga "buen vasu". No había más secretos para el gran maestro.

En los años noventa del pasado siglo, reconocido ya como el escanciador oficial del Festival de la Sidra de Nava, "Tino el de La Barraca" era el encargado de puntuar a los participantes en el concurso de echadores del evento, que aún hoy, pese a la creciente competencia, continúa siendo el más prestigioso de la región. Seguir aquel certamen a su lado suponía un máster acelerado sobre cómo se echa bien la sidra. "No hay que arquease, hay que mantener una postura recta sin que sea rígida", sentenciaba, con una sonrisa, al observar a un concursante entornarse demasiado al escanciar. "Hay que mirar al vasu y no al tendido", apuntaba sobre aquel que no se concentraba demasiado en que la sidra rompiera en el sitio exacto para dar lo mejor de sí en sabor y olores.

Aseguraba Constantino Ovín hace bien poco, al ser reconocido con total justicia y emoción por la cofradía de Los Siceratores, que a lo largo de su vida habría escanciado más de 50.000 litros de sidra. Fueron miles y miles de culetes que nunca -jamás- se echaron de cualquier manera, por respeto al bebedor y a una bebida que, como buen naveto, sentía como propia.

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