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ARACELI RUIZ TORIBIOS | "Niña de la guerra" | Memorias y 2

"Viví la crisis de los misiles en Cuba como traductora de los militares rusos"

"Mis padres viajaron a La Habana gracias a la mediación del Che Guevara y pudimos abrazarnos después de treinta años"

Araceli Ruiz. ÁNGEL GONZÁLEZ

"La guerra nos lo quitó todo y no nos dio nada. Lo único, la posibilidad que tuve en Rusia de formarme, sacar una carrera y trabajar durante cuarenta años, pero de todo aquel esfuerzo recibo de allí una pensión equivalente a 150 euros".

Araceli Ruiz Toribios tiene un piso lleno de recuerdos y pequeñas obras de arte en las paredes, reproducciones de cuadros emblemáticos hechas por ella en punto de cruz. Sigue la estela de su madre, Pilar, que era una artista con la aguja y el dedal. En el maremágnum de fotos, libros y papeles, Araceli parece la única capaz de orientarse.

- ¿En qué trabajó?

-Tuve varios destinos. Como perito de puentes y carreteras. Cursé la carrera de Economía, rama ferroviaria, y trabajé de economista en el Ministerio de Finanzas, sección de divisas, puro secreto. Cuando se necesitaba ejercía de traductora con las delegaciones cubanas que aparecían por allí. Y, por último, ya cerca de la jubilación, tuve un trabajo muy curioso.

- Cuente.

-Pues verás, me asignaron al Comité Estatal de Radio y Televisión. Allí estuve doce años, pero había un programa radiofónico donde se leían las cartas de los oyentes. Nos llegaban más de mil a la semana y se necesitaba gente que las tradujera y las leyera en directo. Era como el programa de Elena Francis en España, pero allí el personaje femenino que recibía las cartas era Elena Ivanova. En realidad, Elena Ivanova no existía, éramos tres mujeres, dos rusas y yo. Algunos se preguntaban cómo aquella Ivanova, de apellido tan ruso, podía leer con tanta perfección en castellano. La respuesta es que la Ivanova de la radio rusa había salido del barrio de El Natahoyo, en Gijón. Nos llegaban cartas de Cuba, Argentina, México y, por supuesto, de España. Conocía a mucha gente de La Pirenaica.

En la Unión Soviética vivió el fulgor y la debacle de un personaje llamado Stalin. "Rusia ganó la Guerra Mundial gracias a él, pero no nos enteramos de la realidad hasta el XX Congreso del partido. No mató a más gente porque no pudo, Stalin hizo mucho daño. Recuerdo haber estado en su entierro y después empezaron a salir historias. Conocía a Nicolás Díaz Valbuena, un profesor de Mieres que un buen día desapareció. Se lo habían llevado al gulag porque según dicen hizo una vez un comentario en voz alta mientras daba una clase. Algo así como "en este país no hay un trapo en condiciones para borrar el encerado". En los campos de concentración de Siberia el que no moría de hambre y frío lo fusilaban. Tuve una vecina que se pasó veinte años en la cárcel. Al parecer, su culpa es que había sido una de las secretarias de Lenin".

En el otoño de 1962 el mundo vivió la crisis de los misiles, probablemente el acontecimiento que nos acercó más a la tercera Guerra Mundial. Araceli Ruiz estaba en Cuba. "El Ministerio de la Guerra había enviado militares a Cuba para asesorar y necesitaban traductores. Nos apuntamos a pesar de que ya teníamos a nuestra primera hija, Elena, de 6 años. En Cuba estaba mi hermana Conchita con su marido, Pedro, que era vasco. El primer año nos lo pasamos en Pinar del Río. Los rusos habían mandado estaciones de comunicación, que eran unidades móviles tan completas que incluían estufas y esquís. Preparadas para ser usadas en suelo ruso, pero allí en el Caribe aquello de los esquís les hacía mucha gracia a los cubanos. El segundo año ya nos fuimos a La Habana. Mi marido, Lauri, trabajaba con los pilotos porque en Rusia había hecho el curso de pilotaje. Recuerdo que nos tocó el huracán "Flora", que fue tremendo, y Lauri se fue a colaborar en las labores de ayuda".

El régimen se lo agradeció de una forma un tanto especial. "Raúl Castro le regaló una pistola enorme que, por supuesto, no nos dejaron meter en Rusia cuando regresamos. La tuvo que dejar en la aduana, y yo encantada de no tener que meter en casa aquello. Estuvimos en Cuba cuatro años y por fin allí pudimos abrazar a nuestros padres".

Resulta que Conchita, la hermana de Araceli, dos años más joven y economista, trabajaba en el Ministerio cubano de Industria, con el Che Guevara como titular. "Un día le comentó al ministro que llevábamos casi treinta años sin ver a nuestros padres, desde nuestra salida de Gijón en 1937. El Che se sorprendió y preguntó: 'Pero si vosotros no podéis ir a España, ¿por qué no vienen ellos a Cuba? Nosotros teníamos el dinero para pagarles el viaje, el Che Guevara nos lo cogió y en una semana mis padres aterrizaron en La Habana. Fue algo increíble, sobre todo para ellos que nunca habían salido de casa. La primera vez que se montan en un avión y cruzan el Atlántico. Yo estaba a punto de dar a luz a mi segunda hija y me entró una llorera que no podía parar. Mi madre me abrazaba y decía: 'Araceli, esto no es para llorar, esto es para reír, para reír'. Se pasaron en Cuba cuatro meses a cuerpo de rey. Mamá estaba feliz, pero papá, acostumbrado a trabajar toda su vida, empezó a no sentirse a gusto, y se volvieron para Gijón".

Araceli y Laureano, con sus dos hijas pequeñas, retornaron a Rusia a mediados de los años sesenta. Dos de sus hermanas que la acompañaron en el exilio en 1937, Águeda y Angelines, ya habían regresado a España en la primera expedición de retorno de "niños de la guerra", en 1956. "Águeda trabajó durante veinte años en la fábrica de cristal de La Bohemia y mamá se murió muy anciana, a los pocos días de mi regreso. Me decía: 'Araceli, esta vela se apaga'. Yo creo que simplemente esperó a que yo llegara para despedirse y cerrar los ojos". Las cuatro supervivientes de la familia fueron las cuatro hermanas que se habían marchado a Rusia.

- ¿Cuándo volvió?

-En 1980. Laureano había muerto en 1975, el 8 de septiembre. Mi padre, un mes después, el 20 de octubre. Ninguno de los dos vivió la muerte de Franco, que fue en noviembre. Yo tenía 51 años y me quedé con la sensación de que sin mi marido no iba a ser capaz de seguir en Rusia. Me volví con mi segunda hija y con ganas de seguir trabajando, pero mi título ruso aquí no servía para nada. Olvídate de él, me dije. Acabé de interna en casa de la familia de la empresa Celuisma. De Lolo, César y Luis sólo puedo hablar buenas cosas, hasta me ayudaron a pagar el piso donde ahora vivo.

El último tramo de la vida rusa de Araceli fue el más cómodo. "Cuando retornamos de Cuba pudimos vivir por primera vez en un piso entero para nosotros solos. Dos habitaciones, una sala, cocina y baño para nosotros cuatro. Compramos muebles, yo nunca me había visto con tanto dinero. No era un piso en el centro, pero había buena combinación de metro. Y yo siempre corriendo".

En realidad, sigue haciéndolo, menuda y ágil, con ganas de volver a Rusia. "Allí está enterrado mi marido. Su lápida tiene grabado el mapa de España, y en el mapa está grabada Asturias, y dentro del mapa de Asturias, un punto que es El Entrego".

Araceli Ruiz se casó por segunda vez ya en Asturias. "Mi segundo marido se llamaba Saturnino Rodríguez, era también 'niño de la guerra', había regresado en 1956 y mi marido y él habían sido muy amigos. Me empezó a rondar y me casé con él. Tenía una casa en Pinto, en Madrid, pero a mí aquello no me gustaba. Nos quedamos en este piso de Gijón, pero Saturnino era un fumador tremendo, le diagnosticaron un cáncer de pulmón y no duró más de un año. Estuve casada dos años y medio".

Araceli Ruiz tiene una hija en Asturias y otra en Madrid. Disfruta de dos nietos y ya tiene un bisnieto al que hace mantas a ganchillo. Conserva los ojos claros y la mirada pacífica de niña.

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