"Un educador nato, un hombre de acción y de servicio... Un trabajador incansable que aceptaba los propios límites sin desesperanza... Humilde, pobre y entregado a la voluntad de Dios, Este fue el secreto de su santidad".

El cardenal Angelo Amato, prefecto para la Congregación de los Santos, perfiló en su homilía la personalidad del que desde ayer es nuevo beato de la Iglesia católica, "el francés de nacimiento y español de adopción" Luis Antonio Ormières. Un "hermano de los pobres" y el creador de una "obra maestra" como es la Congregación de las Hermanas del Santo Ángel.

La catedral -abarrotada- de Oviedo se llenó de fieles y de música. También con una emoción creciente que culminó con una larga ovación al término de una ceremonia que duró 160 minutos. Final sincero y poco ceremonioso para liberar sentimientos.

En uno de los bancos laterales del altar se encontraba la monja gijonesa Celina Sánchez del Río, de 80 años, cuya curación científicamente inexplicable fue entendida por Roma como fruto de un milagro por intervención del entonces Venerable Luis Ormières.

Celina Sánchez del Río fue la encargada de portar hasta el altar las reliquias del nuevo beato cuya festividad queda fijada el 16 de enero, fecha de su muerte en Gijón en 1890 en una modesta habitación del colegio Santo Ángel, en el Campo Valdés. El último año se lo había pasado entero en Asturias, trabajando en su proyecto de crear en la región un noviciado para toda España. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio gijonés pero unos años más tarde sus restos fueron trasladados a la casa madre de la Congregación en el país vecino. Dejó 87 escuelas en Francia y España.

La Congregación tiene presencia hoy en 16 países de Europa, América, Asia y África, con un total de 500 religiosas repartidas por estos cuatro continentes, muchas de las cuales disfrutaron estos días en Asturias de un reencuentro feliz y entusiasta.

Todo comenzó en diciembre de 1839 con la apertura de una escuelina en Quillan, la localidad natal del padre Ormières. A su lado estaba la religiosa San Pascual, cofundadora de la Congregación, centrada desde sus inicios en la instrucción de niños de familias obreras con escasos medios y, sobre todo, del área rural.

"Su caridad era como un perfume que se expandía hacia el prójimo, sobre todo hacia los pobres, los pequeños, los necesitados", señaló el cardenal Amato, que recordaba un recurrente consejo de Luis Antonio Ormières a sus hermanas espirituales: debéis tomar alas y ser valientes.

La de ayer fue la segunda ceremonia de beatificación celebrada en Asturias, tras la de los cuatro mártires de Nembra. La catedral se llenó de distintivos azules y blancos, símbolos de las Hermanas del Santo Ángel, cuya superiora general Mari Paz Mena calificó a Ormières de "hombre sencillamente bueno".

Mena dio las gracias en cinco idiomas -también en asturiano- a todos los que intervinieron en el largo proceso de beatificación desde la solicitud de apertura del proceso en 1954 (la autorización recayó en el entonces arzobispo de Oviedo, Javier Lauzurica) hasta la misa solemne de ayer. En julio del pasado año la Sesión Ordinaria de los Cardenales dictaminó en Roma que estaban ante un milagro y unos días más tarde el Papa promulgó el decreto de reconocimiento. El proceso, pues, partió y finalizó en Asturias.

"Miramos a nuestra Santina la Virgen de Covadonga y a este nuevo beato el padre Louis Ormières, encomendando nuestras vidas a su celeste intercesión y a su compañía, para que también nosotros vivamos la santidad a la que fuimos llamados en nuestra vocación cristiana, siendo testigos en nuestra circunstancia cotidiana del amor y el perdón que ellos nos enseñan", dijo el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes en su intervención.

En las primeras filas del templo el equipo de gobierno en pleno de las Hermanas del Santo Ángel y la postuladora de la causa, la religiosa Carmen Trejo. También Pilar Lobo, la médica que trató el cáncer maxilofacial a la monja Celina y que con su primer informe profesional dio pie al inicio del proceso de la causa.

Uno de los grandes momentos de la mañana fue el estreno del Himno al Beato Ormières, con música del compositor granadino Luis Bedmar y letra aportada por la propia Congregación: "Como tú queremos ser / signo y presencia de Dios, / sus testigos en la Tierra / siendo fieles a su don".

Era casi el final del rito solemne de la beatificación. Antes se había descubierto el enorme óleo sobre lienzo obra de Goyo Domínguez. En él se ve a Luis Ormières, sonriente, rodeado de niños en una escena rural que el autor ha querido ubicar en el pueblo de Quillan donde nació el beato.

La sonoridad del templo agigantó una vez más la calidad de la Schola Cantorum de la catedral. Casi dos terceras partes de la ceremonia estuvieron presididas por la música.

El cardenal Angelo Amato recordó que "las virtudes son anillos de la cadena de oro de la santidad. Quien posee una, posee las otras. De la fe de Ormières manaban la templanza, la mansedumbre, la humildad".

Porque la humildad -añadió el prefecto para la Congregación de la Causa de los Santos- "es el fundamento de toda virtud. Y el padre Ormières sobresalía en ella. Era humilde en la presencia, en los modos, en la enseñanza".

Esta última palabra centró buena parte de la vida del nuevo beato y de quienes le siguieron. Las Hermanas del Santo Ángel nacieron con vocación docente y ahí siguen. El "Cher Père", le llamaban en Francia; "El Santín", como era conocido en Gijón. Seguidor del apóstol Pablo, como dijo Amato, en aquel llamamiento evangélico de "revestir los sentimientos de profunda compasión, y practicar la benevolencia, la humildad, la dulzura y la paciencia".

A los sones del órgano y la trompeta, con las voces de la Schola llenando cada rincón de la catedral metropolitana, la ceremonia discurrió en torno a la figura de quien fue "ejemplo de santidad sacerdotal", tal y como definió a Luis Ormières el arzobispo de Oviedo, Sanz Montes.

La ceremonia fue transmitida en directo por una cadena de televisión. Entre el público, mucha gente joven, alumnos en su mayoría de los tres colegios que las Hermanas tienen en Asturias. Las primeras monjas llegaron a Gijón en 1878. El colegio de Avilés data de 1881 y el de Oviedo comenzó su andadura en 1884, año en que también se funda otro colegio en Pravia, regentado por la Congregación hasta 1995.