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La reconciliación son más que palabras

No habrá paz "si la ejecutiva toma represalias o los vencidos no se ponen a su disposición", afirma Álvaro Álvarez, derrotado por Fernández en el año 2000

Álvaro Álvarez y Javier Fernández. Ricardo Solís

La lectura de una victoria decidida por 21 votos, 215 a 194, ponía en una situación poco confortable a los vencidos, pero tampoco anticipaba una digestión fácil para los ganadores. Pasó el 4 de noviembre de 2000 y Álvaro Álvarez, el perdedor ante Javier Fernández de aquella carrera ajustada por la secretaría general de la Federación Socialista Asturiana (FSA), es ahora viceconsejero de Administraciones Públicas en el Gobierno que preside su rival en aquel congreso convulso al que el partido también llegó partido por la mitad. De lo que ha pasado entre una imagen y otra, y entre una fractura y otra, Álvarez rescata una teoría sobre la reconciliación que a lo mejor le sirve a quien venga a volver a zurcir lo que ahora se ha vuelto a romper. Ya no será Javier Fernández, que ha confirmado que no cumplirá diecisiete años al frente del PSOE asturiano. Lo que empezó con un desgarro en 2000 se terminará con otro en 2017. Lo que partió de la división ha vuelto a ella mezclando a los contendientes y revolviendo los motivos de su disputa.

En aquel otro partido fraccionado del cambio de siglo, fracturado entonces entre afines al SOMA de José Ángel Fernández Villa y "renovadores" arecistas opuestos a la hinchazón de poder político del sindicato minero, el hilo de la sutura fue la "voluntad de integración por las dos partes", destaca Álvarez. Ganaron los villistas que lideraba Javier Fernández y "la dirección del partido no tomó ninguna represalia de carácter político ni personal contra los que habíamos perdido", subraya, y además de palabras hubo "hechos y gestos". Hechos y gestos de "integración" e intenciones reales de "superar la controversia" entre los vencedores; de puesta sincera a disposición del secretario general en el bando de los vencidos. Y ahora no sirve una generosidad sin la otra, eso "complicaría mucho más el proceso", ni valen solas las promesas de palabra.

"Eso se hace con hechos". Y si por detrás de las buenas palabrsa la dirección vencedora "se dedica a tomar represalias personales, colectivas o de otro tipo, contra los que han perdido, difícilmente la otra parte abandonará su actitud defensiva". Tampoco habrá sutura si los vencidos no se someten a la autoridad de los vencedores, o sin unos equilibristas que sean capaces de darse la mano sin caerse. Incluso recordará que en aquel momento, después de consumada la derrota, el sector perdedor se diluyó, dejó de funcionar "como grupo" para ceder todo el protagonismo a las agrupaciones territoriales.

Álvaro Álvarez ha aclarado de entrada que la fractura de entonces se parece poco a la disputa de ahora, y no sólo porque los bandos se hayan mezclado y muchos afines de entonces sean rivales ahora. O al revés, como él y Javier Fernández. Era aquella una guerra de poder de genuina raíz asturiana, a su juicio menos contaminada que ésta por la división del partido en todo el país, pero su armisticio tardó y costó unos cuantos ensayos errados, como una oferta de ejecutiva "poco generosa" en la que los perdedores se negaron a entrar.

De vuelta al presente, el socialista avilesino identifica el riesgo en la posibilidad de que la discrepancia táctica o estratégica enquiste tras el congreso una divergencia "política" alrededor de temas "sensibles" que afecten al eje de la concepción territorial del Estado o a otros componentes nucleares del ideario del partido. Eso sería, confirma, "más difícil de superar".

Si hay algún paralelismo, no obstante, es que entonces como ahora en el bando ganador se cuenta el SOMA. O que la renuncia de Javier Fernández al liderazgo de la FSA reabre la puerta de la bicefalia. Clausurando un lustro de paréntesis, el secretario general volverá a ser un socialista distinto del presidente del Principado. Y hoy como en 2000, el PSOE tiene un gobierno que preservar, pero éste mucho más frágil que aquél de la mayoría absoluta de Areces. "No exentas de tensiones, las bicefalias funcionan si las dos partes quieren que funcionen", apunta Álvaro Álvarez. Si partido y gobierno "respetan el ámbito de de actuación del otro".

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