Cuentan quienes conocen bien a José Antonio Postigo que su relación con José Ángel Fernández Villa no fue en sus inicios tan afectuosa y leal como terminó siendo. La vieja guardia del SOMA asegura que Postigo ya intentó a finales de los noventa asaltar la presidencia del Montepío. "Era su obsesión", cuentan. El "jefe" le puso el caramelo en la boca y "El largo", apodo con que era conocido su corpulento delfín, llegó a dar por hecho que el dulce sería suyo. El nombramiento para el cargo de Alfredo Álvarez Espina, ex alcalde socialista de Riosa, hizo que Postigo se pasase un verano entero quejándose lastimeramente del trato recibido a todo aquel que se cruzaba en la playa de Los Alcázares. Las compensaciones no tardarían en llegar y la amistad entre ambos sindicalistas se convirtió finalmente en inquebrantable, hasta el punto que juntos terminaron regularizando sus fortunas ocultas.

José Antonio Postigo logró su ansiado anhelo de presidir el Montepío en 2006. A los pocos meses empezaron a circular anónimos sobre la "mansión" que se había construido en una urbanización próxima a Mayorga, en Valladolid. En 2011, denunció que tanto él como su entorno familiar, sindical y político estaban siendo víctimas desde hacía meses de una maniobra de "acoso, extorsión, amenazas y difamación". Salió públicamente a defenderse. Y es que Postigo se vuelve muy peligroso cuando se siente acorralado. De hecho, viejos conocidos afirman que aún son muchos en el SOMA los que le tienen pánico: "Saben que éste como se despeñe arrastrará con él a todos los que pueda. Y alguno tiene mucho que perder", susurran.

José Antonio Postigo es lo que parece. Un enorme minero al que el poder le volvió un personaje soberbio, más temido que respetado. Fue un lugarteniente devoto. El comandante intimidador de la guardia pretoriana del influyente SOMA.