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La guía secreta de Asturias

Los tesoros de Villa de Sub

La localidad tevergana, que junto a La Focella y Páramo forma los llamados "Pueblos del Privilegio", recupera su historia gracias al tesón de sus vecinos

Molino de rabil restaurado por los vecinos y miembros de la asociación "El Furáu" de Villa de Sub. ANA PAZ PAREDES

Mientras unos pueblos van, lamentablemente, quedándose vacíos y abandonados, en algunos rincones de Asturias, sin embargo, hay quienes además de habitarlos trabajan por mantener su historia más viva que nunca. Tal es el caso de los vecinos y los miembros de la asociación "El Furáu", de Villa de Sub, uno de los conocidos como "Pueblos del Privilegio", junto con Páramo y La Focella, en Teverga, pueblo guapo donde los haya y que cada día se asoma a Asturias a 1.040 metros, tal como reza escrito en la fachada bajo una de las ventanas de una de las casas de esta localidad.

Conocido como uno de los pueblos más soleyeros de Teverga, tiene a sus espaldas los riscos del Barriscal de Sobia. Para llegar a él se accede por carretera desde un desvío que sale desde Páramo y que, en ascenso, muestra al viajero la tremenda riqueza paisajística de este valle, donde manda, entre otros picos, el Ferreirúa, además de la sierra de Sobia. Ver atardecer desde allí arriba en un día despejado es un espectáculo impagable.

Ya arriba, da gusto perderse por sus caleyas y comprobar con qué mimo y con qué cariño han ido recuperando su pueblo y su historia vital estos vecinos. Junto con las casas de aldea y sus fuentes, cobra especial protagonismo uno de sus tesoros sociales: la pequeña escuela que tantos recuerdos guarda en su interior y donde algunos de los viejos pupitres de madera se asoman, huérfanos de estudiantes, a la ventana cerrada tras cuyos cristales manda el paisaje siempre cambiante, dependiendo de la luz y del día.

Otro de los tesoros de Villa de Sub y de todo el Valle del Privilegio es el molín de rabil y la vanadora, restaurados por los miembros de esta asociación vecinal y que invitan a conocer a cuantos estén interesados en ello. Son auténticas joyas etnográficas con las que se obtenía la harina de escanda. Tal como allí reza escrito a la entrada del local que los alberga, se explica entre otras cosas que "primero se quemaban las aristas de las espiguillas y se machacaban las espigas con mazos sobre el suelo de piedra. El molino de rabil se utilizaba para el descascarillado del grano mientras que en la vanadora se procedía a la separación del grano de la cascarilla mediante el aventado y el peñerado. Una vez el grano estaba limpio, se llevaba a moler al molín de agua para obtener la harina".

Impresiona el lugar e impresiona lo que los vecinos valoran lo suyo. Inclusive hasta las piedras. Buena muestra de ello es una gran peña que, junto a unos apartamentos, abandera la personalidad de este lugar donde el privilegio, si acaso, es hoy el del viajero que lo descubre.

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