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Una afición que implica una forma de vida

Tienen 40 y siguen sobre ruedas

La generación de skaters asturianos de la edad de Ignacio Echeverría, el héroe de Londres, aún practica orgullosa un deporte que marcó su vida

La "generación Echeverría" siente la libertad cuando se sube a una tabla con ruedas. Frisan o superan los 40 años y han convertido su afición de adolescentes por el skate en una forma de vida. Hoy están casados, tienen hijos, desempeñan trabajos formales, de vez en cuando se plantan la corbata: pero su tiempo libre lo dedican a subirse a un monopatín y disfrutar. Y sobre todo, a superarse a sí mismos. Al igual que el héroe de origen asturiano de 39 años que se enfrentó con su skate a los terroristas de Londres cuando regresaba de patinar con sus amigos, son muchos los cuarentañeros asturianos que mantienen una pasión que en ocasiones choca con una percepción social errónea. El español Ignacio Echeverría, "el héroe del monopatín", ejemplifica a toda una generación que ha peleado por quitarse de encima un estigma y demostrar que "volar" sobre una tabla con ruedas es un sueño como cualquier otro.

Emilio Arnanz, avilesino de 40 años, casado y con dos hijos, se subió a un monopatín a los 10 años. Para entonces, en los años 80, los chavales skaters se enfrentaban a la incomprensión de los vecinos en la calle Fernando Morán o en la Avenida de San Agustín. Lograron que en el parque de Las Meanas de Avilés les construyeran una "U", en la que mataban las tardes tras el colegio, dándose golpazos y tratando de aprender nuevos trucos. Arnanz echa la vista atrás: "En el 97 me fui a Inglaterra, la escena estaba allí a tope; sobreviví trabajando de todo un poco".

El skate se ha convertido en su modo de vida. Fue profesional de este deporte, viajó por todo el mundo y logró que una marca de ropa se fijase en él para pagarle un sueldo. Cuando cumplió los 33 años abandonó la dedicación profesional al skate y otra firma le nombró delegado comercial y coordinador de eventos deportivos para toda España.

¿Pero quiénes son esos muchachos que parece que no hacen más que molestar con sus patinetes? "El skate es cien por cien callejero, y se notan aquellas ciudades en las que no hay instalaciones específicas", dice Arnanz. "Cuando hay un espacio correcto, se molesta menos". Para muestra un botón: Avilés terminó construyendo un skate park en La Magdalena donde se dan cita los amantes de un deporte que será olímpico en 2020. "A veces te enfrentas a los miedos de los padres; para nada. La gente que se dedica al skate es gente sana, que quiere divertirse con un deporte que no es competitivo y que comparte su afición", dice Arnanz. Él mismo dirige en Bilbao un campamento internacional que permite a chavales de entre 8 y 17 años dar rienda suelta a su pasión.

Xuama es en realidad José Manuel García Fernández, pero nadie le conoce así. Por Xuama sí: es un tatuador de prestigio mundial. Hay quien dice que su lista de espera es mayor que la de operaciones en el avilesino Hospital San Agustín. "El skate me hizo ser tatuador. Empecé haciendo dibujos siguiendo el estilo de las tablas de patín, llenas de calaveras. Ahora es una forma que expresa mucha libertad. Ser skater es un orgullo", dice este tatuador de 41 años.

"El skate no es solo una cultura", afirma. En su adolescencia implicaba una música alternativa que no se vendía en las tiendas de discos, un concepto de arte. "No había uniforme, sino estar con los amigos, en medio de mucha camaradería, compartiendo afición con gente de otras ciudades y visitando lugares en los que practicar", rememora. Con los años, el patín duele. "Si eres adolescente puedes llevarlo mejor. Y es cierto que el trabajo y la familia te van cambiando. Pero te cuento una cosa: mi mujer hace un tiempo me lanzó un patín del crío y dijo: si te montas es que aún eres skater. Y lo hice".

"Hay un poco de metáfora en esto: del patín te caes mucho, como de la vida". Lo dice José Antonio González Busto, a quien le conocen como Kini González. El apelativo viene de Enrique Castro "Quini", porque de chaval jugaba al fútbol y era bueno, pero él ha decidido escribirlo con K, porque sí. "Llevo sobre el skate casi 30 años", dice. Cumplirá 40 en febrero. Es hijo de padres currantes con bar en el barrio avilesino de Sabugo. Cuando dejaron el negocio repartieron los beneficios de la venta. A cada hijo le compraron lo que quisieron: "A mi hermano mayor, un portátil; a mi hermana un coche, y yo pedí mi primer monopatín profesional".

Kini González ahora es profesor de inglés en Primaria en Madrid pero también ha aprovechado para viajar por el mundo y abrirse una nueva etapa en el negocio de los "hostels" (albergues). Admite que hubo un tiempo en que se decía que "los del monopatín son cuatro porreros", pero las cosas han cambiado y por ello pelean en los campamentos con chavales: "Se trata de generar cultura, personitas, con un educación integral", dice.

Jany (Alejandro) Guerra y su hermano Marcos, de 42 y 40 años, gijoneses, tampoco han abandonado la tabla. Jany Guerra es carpintero y sus 27 años de práctica del patín le han servido profesionalmente. Pasó de ser carpintero de estructuras a construir skate-parks, pistas de monopatín, por toda España. "Sí, en casa cuando era crío estaban con aquello de que dejase ese juguete y me tomase la vida en serio, pero mis padres aceptaron que fuese un amante de deportes alternativos". La afición le ha llevado a construirse su propio skate-park bajo techo, que abrió hace dos meses en Gijón y que quiere ser un lugar de aprendizaje y diversión para chavales.

Ignacio Echeverría era otro skater. Pero eso no le hacía un héroe. "Tengo sentimientos enfrentados: es un chico que patinaba. Pero olé por él por su forma de actuar. Si viniera de una oficina y se enfrentase a la misma situación sería 'el héroe de la carpeta'", afirma Jany Guerra. "Seguro que habría reaccionado igual con la mochila del gimnasio", dice Emilio Arranz.

Pero a estos skaters cuarentones la tabla les ha marcado la vida. Esta generación, que comparte edad y cultura con Ignacio Echeverría, fue la pionera en Asturias de un deporte que ha peleado por lograr su propio espacio urbano. "Te enseña a afrontar la vida de forma diferente, a intentar lo que te gustaría hacer. De crío vi una carpeta en la que salía un chico sobre un monopatín y me dije: Quiero hacer eso. Hasta que lo conseguí", recuerda Xuama García. Y ahí siguen.

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