Un equipo de investigadores, coordinado por la Universidad de Oviedo, ha concluido que no hay evidencia de subdivisión genética en la población de urogallo del occidente de la cordillera Cantábrica, lo que demuestra que los distintos grupos de individuos se están cruzando entre sí, o lo han hecho hasta fechas recientes, a pesar de la fragmentación de los bosques. "Es obvio que ha habido pérdida de hábitat, aunque no suficiente para explicar por sí solo el actual declive de la población. No descartamos que pueda haber problemas genéticos, pero parece que en Asturias se mueven con cierta facilidad, y se cruzan entre sí", señala Mario Quevedo, investigador del Departamento de Biología de Organismos y Sistemas y de la Unidad Mixta de Investigación en Biodiversidad (Universidad de Oviedo-CSIC-Principado de Asturias), ubicada en el Campus de Mieres.

El estudio se llevó a cabo a partir de ADN extraído de excrementos de urogallos, recogidos en cinco valles del occidente de la Cordillera Cantábrica, Alto Sil en León, Degaña, Hermo, Leitariegos y Muniellos en Asturias, que presentan zonas humanizadas entre ellas que podrían comprometer el tránsito efectivo de individuos. Se hicieron extracciones de ADN de los excrementos y se determinó qué urogallo estuvo allí, si se movió de un lado a otro, quiénes fueron sus padres€ De este modo, se determina si hay evidencias de aislamiento de los urogallos en cada uno de los valles mencionados.

El urogallo afronta un declive para el que no existen causas claras, lo cual complica la gestión. Los investigadores recuerdan la importancia de que estos animales puedan estar libres de molestias por parte del ser humano, ya que entorpecen el paso de los individuos de unos lugares a otros. En la zona estudiada se localizaron algo más de 100 ejemplares.

El hábitat del urogallo cantábrico, ave eminentemente forestal, está fragmentado tanto por los usos históricos del territorio como por modos de destrucción de hábitat más recientes y agresivos. El estudio, que ha visto la luz en la revista "European Journal of Wildlife Research", pretendía comprobar si la fragmentación de dicho hábitat montano se traduce en pérdida de conectividad entre sectores de la población de urogallos, y por tanto si la fragmentación podría ser una causa directa del declive de la población, al comprometerse el flujo genético.

El aislamiento implica pérdida de capacidad de respuesta a los cambios ambientales y, en general, mayor probabilidad de extinción. En la primera mitad del siglo XX se llegó al mínimo estimado de cobertura forestal. Aunque ahora haya más bosque que entonces, la hipótesis de la fragmentación del hábitat se barajaba porque sus efectos tardan décadas en notarse: ahora podríamos estar sufriendo las consecuencias de los niveles forestales más bajos alcanzados hace un siglo. De ahí que cobrara fuerza la hipótesis de la pérdida de hábitat y el consiguiente déficit de intercambio genético como causa del riesgo de extinción del urogallo, hasta que ahora esta hipótesis se ha descartado.