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La monja enfermera no tiene jet lag

A sus 96 años, Araceli Revuelta descansa en Pravia para reanudar en septiembre su formidable trabajo en favor de los pobres de Bolivia

Araceli Revuelta, enfermera y misionera

Araceli Revuelta, enfermera y misionera

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Araceli Revuelta, enfermera y misionera Pravia, Pablo ÁLVAREZ / Manuel D'OCÓN

-El 19 de septiembre regreso a Bolivia.

- Pero usted tiene 96 años. ¿No se cansa?

-No hay problema.

- ¿No le afecta el jet lag? ¿Y los más de 4.000 metros de altitud a la que está situada La Paz?

-Lo que hay que hacer es hablar poco, comer poco y descansar mucho. Así te aclimatas en 24 o 48 horas.

Así, sin complicarse, sin darse mayor importancia, la monja praviana Araceli Revuelta lleva trabajando como misionera y enfermera en Sudamérica desde 1955. En sus manos han nacido más de un millar de niños bolivianos. Ha fundado dispensarios, un centro materno-infantil, un hogar para discapacitados, una casa de acogida de niños abandonados, una escuela... Atiende a toxicómanos, procura ayudar a los que denomina cariñosamente "borrachitos"... El próximo martes recibirá un homenaje que le tributan el Ayuntamiento de Pravia y los enfermeros asturianos. Ella lo agradece, claro, pero los honores no parecen causarle demasiado efecto: "No eres mejor porque te alaben ni peor porque te vituperen", subraya con una lucidez asombrosa en una mujer de su edad.

Fermina Araceli Revuelta Arias nació el 2 de enero de 1921 en Pravia, donde se la conoce como Fermina. Desde 1951 forma parte de la congregación de las Misioneras Dominicas del Rosario. Además, es enfermera. Y en los ratos libres, pintora. Pasa este verano en su casa familiar de Pravia: antigua, cálida, acogedora, de planta baja, entresuelo y dos plantas más, atravesada de arriba abajo por una empinada escalera, que ella y sus hermanas, también mayores, libran con un salvaescaleras eléctrico que las sube y baja sentadas en una plataforma. La longevidad parece inscrita en los genes de la familia: sus dos hermanas solteras tienen 97 y 85 años, respectivamente. En Oviedo vive un hermano. Una sobrina suya trabaja en Irak como cooperante con Médicos sin Fronteras: genética solidaria.

Araceli Revuelta tiene ojos claros. Es menuda, vivaz, se entusiasma mientras habla, gesticula... Su primer destino en América fue Calama (norte de Chile). Después, Lima, capital de Perú. En 1959 se instala en El Alto, una de las zonas más depauperadas de La Paz, capital de Bolivia, a más de 4.000 metros de altitud. "Trabajamos con la gente de la calle, discapacitados, drogadictos...", explica. "Atendí más de mil partos, llegué a ver a una mujer con todo el útero encima de la cama, pero nunca he visto morir a ninguna parturienta. Dios lo quiso así. En algunas ocasiones, los médicos iban dándome instrucciones por teléfono", señala. Además de enfermera, ha sido impulsora y gestora de equipamientos sanitarios.

Su rutina actual sigue marcada por la exigencia. "Me levanto a las cinco y media, rezamos los laudes, arreglo la habitación, a las siete y media voy a misa, y a las ocho de la mañana al centro de salud de San Antonio de Padua, de los franciscanos. Trabajo de coordinadora. Por la tarde descanso un poco, voy a ver a algún enfermito, a alguna amiga, a rezar... A las seis estoy en casa, y a las nueve, en la cama".

Araceli Revuelta no duerme sola: comparte su habitación con una tortuga, "Curmi" (palabra que en el dialecto aimara significa aurora, salida del sol). "Me la regalaron; no voy a tirar a un animalito", señala. En el año 2000, la operaron de la cadera en el Hospital de Cabueñes. "Desde entonces, me encuentro estupendamente", asevera. Y matiza: "La única medicación que tomo es, por la mañana, una pastilla de 50 miligramos de diclofenaco y una de paracetamol, y luego una de artrosamín, y con esto estoy perfectamente". En los últimos tiempos no puede leer a causa de un problema macular.

La monja praviana está jubilada por el Ministerio de Salud de Bolivia. Tan insignificante es su pensión que el Ministerio de Hacienda español aceptó que siguiera percibiendo su paga como huérfana de la guerra. Cómo será la cosa para que se compadezca el ministro Montoro...

En septiembre le espera un vuelo Madrid-Bolivia de unos 9.000 kilómetros y doce horas. Araceli Revuelta no teme al jet lag, insiste. Confiesa, con su sencillez característica, que suele venir a Asturias cada tres años, que no sabe si habrá una próxima vez... No parece muy agobiada por la incertidumbre: "Quiero seguir atendiendo a los necesitados, y después entregar mi cuerpo a la madre tierra allí donde Dios me puso".

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