La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

¡Pero si esta foto la tengo yo en mi casa!

La historia plagada de coincidencias que unió para siempre a las familias de dos hermanos de Llanera emigrados a EE UU

José, a la izquierda, y Francisco, en una foto de despedida tomada en Clarksburg, probablemente en 1912.

Esta es una historia de casualidades. Un relato de destinos caprichosos que se remonta a hace más de cien años y que afecta a tres generaciones de una misma familia asturiana.

Una historia con momentos. El primero hay que buscarlo a principios de los años diez del pasado siglo. Dos hermanos, José y Francisco, deciden abandonar su casería en un pequeño lugar rural del concejo de Llanera y lanzarse a la aventura de la emigración americana. Recalan en un paraje insospechado, la ciudad de Clarksburg, en el Estado norteamericano de West Virginia. Allí encontraron trabajo en una empresa cristalera y montaron un negocio ganadero similar al que habían dejado en Asturias.

A los dos años, Francisco opta por regresar a su tierra. No se sentía feliz. Los dos hermanos se separan y ritualizan el adiós con una fotografía muy de la época. Trajes y chaleco, botas gruesas y uno de ellos con un enorme puro en una mano. Entre ellos, formando parte del atrezzo del plató del fotógrafo, un jarrón con flores. Semblantes serios, ojos claros, evidente parecido físico.

Nunca más se volvieron a ver.

Segundo momento, cuarenta años después. Oviedo, a mediados de los años cincuenta. Un joven militar estadounidense, vestido con atuendo de la navy, se planta en la calle de Uría con una foto. Probablemente llegó a la capital asturiana pensando que iba a encontrarse con una pequeña localidad donde todo el mundo se conoce. Y se topó con una ciudad media española, lo suficientemente grande como para conducir al más absoluto fracaso su pretensión, que no era otra que buscar a los familiares perdidos de los que había oído hablar a su abuelo.

Francisco Fernández hablaba una mezcla exótica. Por supuesto, inglés, su idioma natal. Procedía de una base militar en Nápoles, donde estaba destinado y chapurreaba el italiano. De español, casi nada, salvo algo parecido a un bable ancestral aprendido del abuelo y que él creía lengua española. Conclusión: en el Oviedo de 1956, ni le entendían ni entendía una palabra.

Y aquí surge la primera gran coincidencia, casi cinematográfica. Por la calle Uría caminaba un ovetense que se fijó en el militar norteamericano y, sobre todo, en la foto que enseñaba a los transeúntes. "¡Pero si esa misma foto la tengo yo en casa!".

Era su tío, el hijo de uno de aquellos dos pioneros que se lanzaron a la emigración norteamericana. El que regresó a Asturias.

Herminio Menéndez Fernández, primo de aquel militar que buscaba sus ancestros por las calles de Oviedo, tiene 80 años pero sigue en activo como cirujano urólogo en el hospital madrileño de la Virgen de la Paloma.

"Por aquellos años cincuenta yo estudiaba Medicina. Acabamos los dos de médicos militares, yo en la Armada y él en la Navy. Hemos vivido una asombrosa vida paralela".

Los dos se especializaron en Urología, los dos tuvieron una hermana enfermera; y ambos nacieron con un mes de diferencia. Los dos primos mantienen desde aquel sorprendente encuentro familiar en plena calle Uría una inquebrantable relación "aunque a Francisco no le gusta nada internet ni el wasap y todo se complica un poco para comunicarnos", lamenta Herminio Menéndez. En todos estos años los viajes a uno y otro lado del Atlántico fueron frecuentes.

La siguiente casualidad tiene que ver con la próstata. "Un día mi primo me dijo que esto de España a él le encantaba y que quería venir a vivir aquí, destinado a la base norteamericana de Rota. Que le buscase alguna recomendación. Yo era por entonces un simple capitán y le dije que no tenía contactos suficientes para conseguir ese traslado. Y en esto, días después, me llega el encargo muy especial de que tenía que operar al almirante jefe de la base, un militar norteamericano muy amable que vino varias veces a consulta. Decidimos operar y el día en que el hombre ya estaba en la camilla para entrar al quirófano, le abordé y le conté el deseo de mi primo. Dicho y hecho. La operación salió muy bien y Francisco estaba en Rota a los quince días".

José, el hermano que se quedó en Clarksburg dejó pronto la fábrica de vidrios y fundó una casería con vacas y cultivos de maíz. Murió mayor, dicen que sin hablar una palabra de inglés.

Pasa a la página siguiente

Compartir el artículo

stats