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ANITA SIRGO SUÁREZ | Militante histórica del PCA

"El encierro de 1962 en la Catedral movió a la gente, había pilas de barras de lomo"

"Tuve que marchar a París dos años para librarme de la cárcel; allí, una camarada me enseñó a leer y a escribir, como si fuera una cría"

Anita Sirgo, junto al retrato de su marido, Alfonso, fallecido a los 57 años de edad en un accidente de tráfico. FERNANDO RODRÍGUEZ

"Cuando comenzaron las huelgas mineras nos dimos cuenta de que les muyeres de los trabajadores teníamos que organizarnos. Aquel movimiento surgió sobre todo del PC, moviéndonos en la clandestinidad. Imagínese, en los años cincuenta y a principios de la década de los sesenta. Nos reuníamos unas veces en casa de una, otras veces en casa de otra. Y nunca más de siete, porque te podían acusar. Había Policía secreta por todos laos. Poníamos una cafetera en medio de la mesa, unas tazas y si venía alguien a preguntar es que estábamos de celebración de cumpleaños".

Cuando surge la conflictividad laboral, el movimiento femenino, aún no feminista en el sentido en que hoy podemos entender el término, estaba en marcha. "Había responsables de cada comarca. Y yo hoy estoy hablando con usted, pero toda la vida he dicho que esto fue una cosa entre todas. Ni una más ni una menos. De las mujeres y de toda la gente que nos ayudó, que no se puede imaginar cuánta".

Anita Sirgo recuerda una madrugada del año 1962. "Llevaban los nuestros hombres casi un mes de huelga y se vio que iban a empezar a entrar algunos. No lo critico porque se pasaba mal a pesar de que también había mucha solidaridad. Pero ya sabe, tienes una casa, unos hijos? Un día nos organizamos, lo hablamos y decidimos salir a la entrada del relevo de las seis de la mañana. Una hora antes comenzamos a llamar a las demás puerta a puerta. Y no falló una sola muyer. Nos fuimos al cruce de la mina del Fondón por donde teníen que pasar los que iban pal pozu. Los bolsos llenos de maíz para tirarlo al paso de los que pasaben de la huelga. Lo del maíz era pa llamalos gallines. Y todo muy pacíficamente".

- ¿Y cómo reaccionaban?

-Pues bien. Recuerdo que con nosotros iba una muyer de unos 80 años que iba con el palu de una banqueta, por si acaso. Pero nada, aquellos hombres nos dijeron que ellos tenían responsabilidades de mantenimiento en el interior de los pozos. Yo les dije: "Oírme bien, que aquí nos conocemos todos; ni mantenimiento ni hosties". Y se volvieron pa casa. Todos. Dieron la vuelta y convencieron a otros compañeros que veníen detrás para hacer lo mismo. En seguida llegó la Guardia Civil, la estrategia era cogernos todas de las manos y si nos detenían que tuvieran que detenenos a todas. Y libramos. Claro, al día siguiente llegó Paco con la rebaja, pero logramos mantener la huelga unas semanas más.

Aquella experiencia de madrugada terminó de convencer a Anita Sirgo y a sus compañeras de que se podían hacer cosas desde una retaguardia que no era tal. Primera línea, con todos los riesgos. "Había que hablar con muyeres de otros partidos. Recuerdo que la parroquia de El Entrego nos cedía una sala para celebrar asambleas todos los meses. Llegamos a ser doscientas. En una de esas reuniones decidimos ir a encerranos a la Catedral. No todas podían, claro, así que elegimos a cuarenta, todas de las Cuencas, y para Oviedo".

Había que montar la estrategia. "Para no despertar sospechas entramos de dos en dos, nos empezamos a sentar en los bancos y sin abrir la boca. Allí estuvimos varias horas hasta que el conserje, ya casi de noche, se nos acercó y nos dijo que la Catedral cerraba y que teníamos que salir. Contestamos que no, llegó alguien del Arzobispado, muy educado, y le hicimos ver que nuestra intención era pasar la noche allí. Suponíamos que dentro de la Catedral la Policía no se atrevería a danos leña". Y así fue, aunque hubo todo tipo de provocaciones. Algunas, pura anécdota: "Un día yo estaba sentada en un banco de la iglesia y llegó una señorita muy puesta, se sentó detrás y venga a pincharme con el bastón. Yo, callada como una muerta, cambiándome de sitio. Y la muyer, detrás".

A la mañana siguiente del inicio del encierro, desde el Arzobispado se hizo llegar a las cuarenta mujeres leche para el desayuno y se les abrió la sala de calefacción del templo "para que pudiéramos dormir calentinas. Se portaron bien y aquello no se olvida".

Al cuarto día de encierro aparecen en la Catedral el comisario Claudio Ramos, de infausto recuerdo, y otros tres policías. "Desde la puerta nos empezaron a llamar de todo, menos guapes. Aquello fue increíble, yo supongo que iben drogaos porque si no, no se entiende. Pero aguantamos el tipo, calladinas, sin contestar. Le juro que si vamos a por ellos no salen de allí. Fabricamos unos carteles de cartón que nos colgábamos para que la gente supiera qué estábamos haciendo allí. Porque la gente, oiga, no lo sabía. La prensa no decía una palabra de lo que estaba sucediendo. Pedíamos la libertad de los presos y los desterrados, que estaban en esa situación por defender unos derechos básicos de condiciones de trabajo".

Y sucedió un pequeño "milagro" social. En aquella Asturias encorsetada "empezó a llegar gente a preguntanos qué necesitábamos y a traernos cosas. Los de La Gran Taberna, que estaba allí al lado, nos traían comida. Muchas de nuestras compañeras estaban fuera, de vez en cuando hasta teníamos música de gaita y tambor en la plaza de la Catedral para acompañarnos. Y se empezó a amontonar comida, no se puede imaginar la pila de barras de lomo que acabamos teniendo. Salimos a los ocho días, cuando nos dimos cuenta de que la misión estaba cumplida y que aquella iniciativa había dado visibilidad al problema, incluso fuera de España. La comida se fue toda para Cáritas".

Anita se acuerda de muchas de aquellas mujeres que compartieron lucha y calle en tiempos del franquismo. Por encima de todas, Tina -Constantina Pérez-, amiga del alma, fallecida hace años. Con Tina y alguna otra intrépida se quiso un día encerrar en la Casa Sindical langreana. "Llevamos toletazos todos los del mundo. Yo había metido en el bolsu un zapato vieyu de tacón y me dije: a mí me darán, pero alguno va llevales hoy también. Caí por les escaleres, tiré el zapatu a un guardia y conseguí escapar. Me anduvieron buscando, pero esa misma noche tenía yo billete para París. Me pasé dos años en Francia y allí una camarada me enseñó a leer y a escribir, como si fuera una cría".

Anita Sirgo se libró de la cárcel, pero sólo temporalmente. Su nombre salió en el BOE en busca y captura. "Quise regresar, tuve que presentame por lo militar y a lo que fuera. Me encaminé al Gobierno Militar con ropa, muda y zapatillas. Y de allí a la cárcel de Oviedo. Una cosa tengo que decir: me trataron bien".

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