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El olvido no puede con José Fernández

Salud, fortaleza y resignación: los tres secretos de un vecino de Peón para llegar a los 100 años con tan buena memoria

José Fernández Meana, junto a su perra "Selva", en su casa en la parroquia de Peón (Villaviciosa). ANA PAZ PAREDES

Todos los días José Fernández Meana, de 100 años recién cumplidos, sale de su casa en un rincón de la parroquia de Peón, en Villaviciosa, para ir a coger el pan que el panadero le deja a la entrada de la caleyina que conduce hasta su hogar y que éste deposita en una caja metálica en cuya parte superior está escrita la palabra "pan". Él se vale por sí mismo para todo, aunque esté encantado con la compañía de Víctor, uno de sus nietos. Se ducha, se viste solo y, aunque confiesa que no cocina, cuando termina de comer friega los cacharros.

En total, ida y vuelta, casi un kilómetro que él camina siempre despacito, calzando sus madreñas, con el bastón en la mano izquierda y un pito encendido en la boca. Y es que el tabaco es uno de sus compañeros de viaje, como él recuerda, casi desde su infancia. Ese paseo al que se obliga y que disfruta es la excusa para seguir en forma, aunque los primeros segundos le cueste levantarse de la silla de la cocina, por culpa de algún "dolorín" en las piernas, para caminar hasta la salida de la caleya hacia la carretera. Justo en ese cruce encuentra a peregrinos que van a Santiago y con parte de ellos entabla conversación. Le piden información, a veces agua y en alguna ocasión les invitó a café, sobre todo cuando el camino pasaba frente a su casa. Ahora, y desde hace años, van por un ramal cercano.

Recuerda toda su vida con precisión meridiana, sobre todo lo referente a la Guerra Civil, en la que luchó, primero en el bando republicano y, tras enviarlo para casa, le reclutaron en el nacional. Estuvo en la batalla del Ebro y a lo largo de la contienda fue herido de gravedad en dos ocasiones. "La bala entrome por la cerviz y me salió por las paletillas. Estuve muy mal. Nadie quiere ir a la guerra, ¿quién va a querer?, pero te reclutaban y no había otra", dice.

Al acabar la guerra volvió a casa, con los padres, y con el tiempo y mucho trabajo hizo su casa. Se casó con Adela Fano y tuvo dos hijos, Felicidad y José Ramón. Hoy es abuelo de cinco nietos. Tenían entonces cuatro, seis, ocho vaquinas, el terreno y los manzanos para sidra. "En mi juventud éramos más alegres, bailábamos en las romerías, había gaita y tambor, cantábamos tonada, jugábamos a los bolos. No sé qué le pasa a la gente ahora, pero lo de antes prestaba más". La vida le dio duros golpes pero no le arrebató su buen humor, su cordialidad, sus ganas de luchar y la bonhomía que desprende con sólo mirarle a los ojos y escuchar la querencia con la que habla. Normal que le quieran tanto su familia, sus amigos y sus vecinos de Peón.

Dice él que no tiene ninguna receta para llegar a los 100. "Cumplí los 100 porque tengo tres cosas, salud, fortaleza y resignación. La salud es fundamental para llegar a mi edad, bueno, y también que no te llame el de arriba, que es el que manda", afirma al tiempo que se lía un cigarrillo. "Había pensado en dejarlo, pero ahora ya ¿pa qué?". añade con sorna.

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