Soy de los que piensan que el monocultivo turístico es ya un mal incuestionable. Una pandemia constatable en Barcelona, Viena, Iguazú o Santillana del Mar. La idea de mete uno y saca diez nos ha traído hasta aquí. Yo desde luego tengo la impresión de que los que recorren Venecia, París o Buenos Aires son los mismos, a la vez que yo mismo aporto mi granito a contaminar estando allí.

Quizás ha llegado la hora de replantearse ciertos métodos, no se trata de estar en contra del turismo, pero hay que ser racionales. Sí, es muy tentador obtener beneficios rápidos con las hordas guiris, pero se debería valorar el saldo final. Ya no son pocas las ciudades aplastadas por el peso del turisteo. Ciudades que se van convirtiendo en parques temáticos para el gusto de unos visitantes no siempre racionales, y no me refiero a los episodios gamberros de algunos, sino a una masa que reclama aspectos que chocan con los intereses legítimos de los habitantes de un lugar. Intereses en ocasiones burdos, despersonalizados, contrarios a las rutinas de un vecindario cada vez más extraño en su calle.

Que el turismo trae cosas buenas no se discute. Pero yo he visto turistas en La Habana que se paseaban disfrazados de guerrilleros revolucionarios, unos imbéciles superficiales que mañana se disfrazarán de torero en Sevilla o de canguro en Sídney, a saber. ¿Verdaderamente se puede esperar algo bueno de semejante calaña por mucho que el disfraz lo compren en las tiendas del puerto? El monocultivo turístico produce mamarrachos, también colas, saturación, carestía en la vivienda... Las ciudades van perdiendo su identidad a cambio de unos puestos de trabajo precarios, el ansia empresarial de cuanto más mejor arroja estos desafortunados resultados.

Barcelona, hace no tantos años sus administradores sacaban pecho porque habían negociado para atracar tropecientos cruceros por día, un récord mundial, qué grandes somos... venga, arreando el rebaño que aún caben cuatro más al fondo. Hoy buena parte de sus habitantes se asfixian y piden tregua, el récord les va saliendo caro. ¿Es ése el modelo que queremos?

La economía es importante, pero los ingresos no deben ser el argumento definitivo, una suerte de criptonita que anule la voz de los demás argumentos. Los vecinos de un destino turístico también tienen sus derechos.

Hay algo más sutil en todo esto, un asunto que merece desguace filosófico y que acaso excede estas líneas, pero conviene apuntarlo: cabría pensar si la mayoría de quienes hacen colas para ver a la "Gioconda" son también los que la hacen para ver el espantajo de Borja o a la mujer barbuda, porque para muchos todo es lo mismo, un motivo para hacerse un "selfie" y reenviarlo a la cuñada junto con el del cachopo en Langreo. Así el ser humano no se refina y nada le aporta el viaje, ni él al destino; el mismo valor tiene la Capilla Sixtina que la foto de papi echando un sueño en el parque. A la sombra, eso sí.