El trigésimo segundo congreso de la Federación Socialista Asturiana (FSA) otorgó ayer un aprobado justo, raspado y bien calculado a la gestión de Javier Fernández en su último mandato al frente del socialismo asturiano. Después de un par de semanas de tiras y aflojas entre facciones y de la inquietud que sembraron los votos de censura en algunas asambleas de grandes agrupaciones, el secretario general saliente se libra de una reprobación que habría sido insólita, que nunca ha recibido ninguno de sus predecesores, pero salva la bola de partido con una ventaja discreta, con un respaldo del 54,22 por ciento de los sufragios emitidos que cumple todos los pronósticos salvando la gestión y visibilizando a la vez la magnitud del desagrado, de paso también la persistencia de la fractura interna en el partido.

En números absolutos, la ejecutoria del presidente del Principado como líder del partido recibe el apoyo de 167 delegados y la reprobación explícita de 109, además de 32 abstenciones, para que se vea que un 35,38 por ciento de los que participó rechazó y que un 10,38 optó por la abstención. De los 343 delegados con derecho de sufragio en el cónclave que arrancó ayer en el Palacio de Congresos de Oviedo -la asistencia total es de 350, pero los siete de la corriente Izquierda Socialista intervienen con voz, pero sin voto-, ejercieron el derecho únicamente 308. Los porcentajes del resultado final se acercan mucho a los pronósticos que habían vaticinado días atrás representantes de las dos facciones que se disputaron el liderazgo en las primarias del día 17. Confirman lo previsto, el funcionamiento de las calculadoras de los pactos, las renuncias a hacer sangre pese al rechazo a la gestión del mandato en las cinco grandes agrupaciones de la región.

El debate previo a la votación sobre el pasado reciente del javierismo, dilucidado a puerta cerrada y con catorce peticiones de palabra, moduló sin embargo el volumen de los reproches y resultó poco bronco, para algunos menos de lo esperado. Ni siquiera recibió demasiadas críticas la omisión en el texto de la memoria del papel que Javier Fernández asumió en la crisis interna del PSOE como presidente de la gestora. A cambio, la censura vino más bien a cuenta de su ejecutoria en la gestora o de los expedientes abiertos a militantes críticos con Fernández por la dirección saliente de la FSA en lo más crudo del enfrentamiento que ha fracturado la organización. El propio presidente del Principado tomó la palabra para separar su paso al frente personal hacia la gestora federal de su gestión al frente de la federación asturiana.

El primer día de los tres del cónclave socialista que hará secretario general a Adrián Barbón y dará el control del partido en Asturias al sector afín a Pedro Sánchez salvó así la primera papeleta de los adeptos a Javier Fernández. La del informe del comité de ética, no. La investigación del caso por el supuesto enriquecimiento ilícito del alcalde de Siero, Ángel García, "Cepi", abierta en Asturias y archivada en Madrid, pesa en el rechazo del informe de gestión de la Comisión de Autonómica de Ética, suspendida con 150 votos en contra, 140 delegados a favor y 27 abstenciones. La memoria del Comité Autonómico salió adelante con el respaldo de 178 votos, el suspenso de 91 y la abstención de 43.

Antes de salvar la papeleta con aquel aprobado raspado, Javier Fernández se había despedido de palabra de los asistentes. Dijo que con congoja, pero no con amargura. Enviando un recuerdo de "cariño" a su inmediato predecesor, el fallecido Luis Martínez Noval, y simplemente "respeto" para quien tomará su relevo, Adrián Barbón. Se va, de hecho, con un respaldo ajustado a su gestión, más o menos como se marchó su predecesor inmediato en 2000. El final de los diecisiete años del liderazgo más duradero en la historia de la FSA se escribió ayer en un discurso despegado de lo más incandescente de la actualidad en el que el secretario general saliente quiso buscar refugio en el pasado, "dar audiencia a los recuerdos" y esconder reproches y consejos, pero que dejó algún mensaje envuelto en metáfora náutica con apariencia de aviso a navegantes. Ayer, al abrir el trigésimo segundo congreso de la FSA y cerrar el mandato más largo de la historia del partido, el presidente del Principado invitó -fue éste su único "consejo" explícito extraído de la propia experiencia- a navegar ojo avizor. Tal vez porque nunca se sabe de dónde saldrá el enemigo.

"Aunque vayas muy sobrado por la vida", dijo sin destinatario expreso, "cuando navegas por los mares de la política tienes que saber que siempre hay un iceberg que está ahí, silencioso e invisible, esperándote en alguna parte". A dos días del primer aniversario del 1 de octubre que acabó de partir el PSOE, Fernández construyó un alegato final relleno de referencias al pasado que escondían veladas advertencias para el futuro. Es en la única mención expresa a las vivencia del último año convulso en el PSOE donde confiesa que se despide con "congoja, pero no con amargura" y aclara que sentir ahora el sabor amargo le haría "no ser leal con mis recuerdos".

Sin decirlo expresamente justificó su proceder en primera línea de la crisis interna de cuyo episodio más tormentoso se cumple mañana un año, y lo hizo con frases que muy en el fondo escondían también avisos para los sucesores que están a punto de pasar de las palabras a los hechos. "Muy rápido aprendí", afirmó Fernández al repasar los hitos de su pasado, "que en la política no se elige entre el bien y el mal, sino entre lo preferible y lo detestable y que para hacer política los socialistas tenemos que empezar por la esperanza". Justo en este momento de expectativa se explica asegurando que "estamos aquí para repartir esperanza, pero sabiendo que ella es enemiga de los utopismos y las certezas irrebatibles, de las verdades sacras o de la magia como solución. He aprendido que la realidad se hace más resistente a medida que negocias con ella. Cuidado", remató, con extender cheques que se puedan pagar. Ojo "con que las esperanzas que demos hoy no se conviertan en decepciones mañana".

Se confesó ajeno al "instinto o pasión por el poder", proclamó "como valor central por encima de otro la lealtad" y se fue diciendo que nada se le debe, que "soy para el PSOE un abrumado deudor".