Nada más cansino que los debates viejos, pertinazmente condenados a jamás cerrarse. Y en cierto modo, el pulso secesionista de Cataluña no ha hecho más que rescatar algo tan patrio, tan lamentablemente nuestro, como es la irreconciliable visión de las dos Españas.

Veremos aún a dónde conduce esta huida hacia delante en que se ha convertido el "procés", cada vez con menos posibilidades de resolución lógica para su apuesta dentro del marco de los silogismos aristotélicos. Llegados a este punto, la imposibilidad de que se celebre el referéndum podría ser, incluso, la tabla de salvación para el gobierno catalán.

Pero con este asunto se ha resucitado ese espectro de las dos Españas. Lo han hecho algunos interesadamente, porque bajo tierra lo que se está buscando es un desgaste de Rajoy y del PP apelando a cuestiones de hace casi medio siglo. Ese es el objetivo secundario.

La posición que adopten el resto de países europeos será determinante, de ahí que resulte tan relevante lo que digan periódicos de otros países con editoriales elaborados desde la fácil equidistancia que permite lo ajeno, en la que lo sencillo y razonable siempre es pedir diálogo. Rajoy se la juega en esa batalla internacional con más relevancia de lo que ahora se vislumbra, porque si se instala en el continente la idea de que todo esto ocurre por falta de negociación democrática la imagen de España se verá deteriorada.

Siguiendo esa lógica que ahora parece difuminarse, sólo caben dos opciones mañana. Primera, que el referéndum no se produzca con la participación necesaria, con lo que los separatistas tendrán otra muesca de afrenta a la que aferrarse y, quizás, conseguir en unos años una consulta con la aquiescencia del Gobierno central menos virulenta y que de paso incremente la ya elevada autonomía catalana. Segundo, que en ese afán de huida termine proclamándose la independencia catalana. En ese caso, la lógica ya no será la herramienta que permita el análisis.