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Doctor en Oxford, conserje en Asturias

La sobrecualificación afecta en España a uno de cada tres jóvenes trabajadores, el mayor porcentaje de la UE y un despilfarro inasumible

Hay en España cerca de once millones de titulados universitarios pero el país soporta unos seis millones de puestos de trabajo para ellos. El número de ciudadanos ocupados roza los diecinueve millones, y el 40% de los jóvenes con título universitario accede a un primer empleo en el que su formación está por encima de los requisitos que se le pide para trabajar.

Es el fenómeno de la sobrecualificación que afecta en España a uno de cada cinco trabajadores y a uno de cada tres jóvenes trabajadores. El fenómeno, compartido en todos los países de la Unión Europea, alcanza en el nuestro unas proporciones descabelladas.

En la Universidad de Oviedo trabaja una doctorada en la Universidad de Oxford. El problema es que trabaja como conserje en una de las facultades universitarias. No quiere publicidad pero su caso sirve de reflexión. Es un puesto muy digno que no le han regalado sino que lo consiguió a pulso, pero ella no estudió para conserje.

El sector de la hostelería está lleno de camareros/as con título universitario, y el del comercio también. A falta de trabajo en la actividad para la que estudiaron los jóvenes se buscan la vida. En un pub gijonés pone copas un joven con dos carreras técnicas y un máster. No es un caso corriente pero tampoco un exotismo estadístico.

En España la sobrecualificación ya no es un problema transitorio sino estructural. Tener sobrecualificación al acceder al primer trabajo es normal, pero que al menos un 25% de los jóvenes mantengan esa sobrecualificación respecto a su actividad laboral cuatro años más tarde de haber empezado a trabajar, ya suena a despilfarro.

Un problema con dos tipos de consecuencias. La primera tiene que ver con el desperdicio de talento (y de fondos públicos) en la formación de personas que se ven abocadas a actividades de exigencias académicas menores o, simplemente, ajenas por completo a su área de estudios.

La segunda, y no menos importante, es que esos jóvenes muy preparados, copan los puestos laborales destinados en principio a quienes tienen cualificación menor. Unos, condenados a no disfrutar de su trabajo, y otros condenados al paro.

El niño de seis años que acaba de entrar en primero de Primaria en Asturias habrá costado al sistema cuando dentro de doce años acabe su Secundaria (Bachillerato o FP) no menos de 70.000 euros. Si accede a la Universidad, la matrícula que paga su familia viene a ser el 15% del coste anual de su presencia universitaria. No hay dinero mejor empleado si al final el joven y la sociedad le sacan partido al esfuerzo.

Ese niño saldrá de la Universidad con un título y la Administración (y sus padres) habrán invertido en él una cifra muy superior a los cien mil euros. Si el joven sigue formándose, y lo hacen muchos ante la falta de expectativas laborales, la inversión sube a costa del esfuerzo familiar ingente.

¿Tiene España demasiados universitarios? En absoluto. Es un mantra sostenido en el tiempo. Un 41% de los españoles entre los 24 y los 65 años tiene estudios universitarios, casi el mismo porcentaje que la media de los países de la OCDE y cinco puntos más que la media de la Unión Europea. Tenemos menos población universitaria que el Reino Unido, Estados Unidos, Francia, Suecia y, por supuesto, países asiáticos como Corea del Sur y Japón.

No es un problema de universitarios sino de adecuación del mercado laboral.

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