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La guía secreta de Asturias

Todo lo que la vista abarca

El pueblo de Següenco, en Cangas de Onís, ofrece uno de los mejores miradores para contemplar los Picos de Europa, el Sueve, los concejos limítrofes y hasta el mar

Todo lo que la vista abarca

Paz. Mucha paz. Y ganas de caminar sin prisa los apenas dos kilómetros de pista que separan el mirador de Següenco del final del pueblo que le da nombre, en el concejo de Cangas de Onís. No se puede sospechar que una vez atravesada esta aldea guapa con rincones que invitan a fotografiarla, y a menos de dos kilómetros caminando, se llega hasta uno de los miradores más imponentes de la zona oriental. Una vez allí, con buen tiempo y si la niebla o las nubes no molestan mucho, contemplar todo lo que la vista abarca es un auténtico lujo reservado a los que, sin dudarlo, suben disfrutando de cada paso que dan, pues en este caso, como siempre, tan importante es el destino como el sendero que hasta él conduce.

A Següenco se llega una vez pasada la capital del concejo, Cangas de Onís, en dirección a Onís, Covadonga o Cabrales. A la derecha se ve enseguida el indicador que pone Següenco y Nieda, este último otro pueblín guapo que se atraviesa antes que el primero. La carretera, como todas las comarcales, tiene sus curvas y se estrecha en algún tramo, pero justamente eso es lo que tiene su encanto. Ya se sabe que los "paraísos" nunca están cercanos a las autovías. Se conduce bien hasta pasar Següenco para dejar el coche al inicio de la pista, que no permite el acceso salvo a los ganaderos de la zona y a quienes van a reparar las antenas que hay arriba.

Se sube bien, la pista es ancha. Y desde el principio ya se disfruta mostrando al caminante, aquí y allá, los claros de los pastos en la montaña con los animales que por allí buscan el alimento, además de pequeñas cabañas que, dispersas, van haciéndose ver gracias al rojo de sus tejados entre tantos verdes intensos y distintos. En algún tramo acompañan incluso algunos caballos que, también hacia arriba, parece que van al encuentro del resto de su rebaño. Eso y la montaña. Las montañas. Los picos sobre los que se posa la bruma. Los pequeños pueblos diseminados y esa infinitud del horizonte que resulta inabarcable e intensa.

Arriba, finalmente, y tras dejar atrás enormes antenas de comunicación, el mirador regala al viajero lo que va a buscar: una sensación de reencontrarse con Asturias como si la viera por primera vez. Tan guapa que parece vestida de domingo y adornada con joyas. Por decir algunas, los Lagos de Covadonga, buena parte de los Picos de Europa, allí señalizados uno por uno, collaos, montes, valles, bosques, ríos y hasta el propio mar Cantábrico. Eso sí, que no falten en la mochila unos buenos prismáticos. Por lo demás, si hay buena luz, la felicidad será completa.

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