Asturias amaneció ayer recordando a Marte. La tonalidad rojiza que dominó la mañana se debió a los fenómenos de dispersión de la luz del Sol por la densa capa de nubes compactada aún más por las cenizas y el humo. Son las mismos efectos que ocasionan que, en condiciones normales, veamos el cielo de color azul y o que este adquiera tonalidades rojizas en las horas del atardecer y el amanecer.

La luz del Sol incluye todos los colores, que corresponden a distintas longitudes de onda. Si no tuviéramos atmósfera solo veríamos el disco solar y el resto de la cúpula celeste permanecería oscura. Pero la atmósfera está formada por gases y moléculas de vapor de agua.

Cuando la luz choca con esas partículas les transmite energía, y las hace vibrar de modo que dispersan luz en todas las direcciones. Por eso durante el día vemos iluminado el conjunto del cielo. El tono azulado de ese firmamento se debe a que los tonos violeta y azulados son los que más se dispersan, por lo que la luz del Sol que llega a nuestros ojos ha perdido buena parte de esas tonalidades que, en cambio, se extienden por la bóveda celeste. Este fenómeno se conoce como "dispersión Rayleigh".

Al atardecer o al amanecer la luz solar recorre más atmósfera, por lo que la dispersión es mayor, de modo que también las tonalidades rojas se difunden. Pero cuando en la atmósfera existen partículas de polvo, o humo y cenizas, el efecto se acentúa. En Marte los polvos de óxido de hierro en suspensión absorben fuertemente los tonos azules, por lo que el cielo marciano ofrece esa extraña tonalidad amarillenta oscura. Por todo ello Asturias amaneció ayer más marciana que nunca.