Desde el momento en que Bernabé y Saulo fueron enviados por la comunidad de Antioquía para la misión en Chipre hasta el desplazamiento que realizará la misionera asturiana Alejandrina Solís, el próximo 29 de octubre a Mozambique, se cuentan por millones los bautizados que han participado en la actividad misionera de la Iglesia. Alejandrina es solo un ejemplo de los 158 misioneros asturianos están ayudando a los más desfavorecidos en 42 países del mundo. "No hago grandes cosas", dice ella, que anteriormente permaneció durante once años en otra misión en Guinea. La barrera del idioma que podría frenar a muchos nunca fue un obstáculo para ella. "El idioma del abrazo y el amor lo entiende todo el mundo", explica esta integrante de las Hijas de la Caridad. Para quienes desconocen la labor de los misioneros, explica que "no estamos todo el día hablando de Dios". De su misión en Guinea recuerda la convivencia con comunidades muy pobres: "Allí la gente malvive". Su labor, explica, pasa por compartir con esas personas "la fuerza que me ha dado Dios y trato de compartir mi vida con ellos".

El delegado diocesano de misiones, Pedro Tardón, se refirió también al proyecto iniciado con seglares hace veinte años en una misión en Ecuador. "Se oferta siempre pero no hay gente que dé el paso", indicó. A quienes deciden tomar este camino se les exige una cierta preparación previa que no siempre están dispuestos a completar. "No hemos tenido suerte hasta ahora", dijo Tardón sobre las misiones con seglares. Asturias cumple 30 años este 2017 de la misión africana en Benín. "La oferta está hecha", aseveró sobre la oportunidad de incorporar a laicos, "hay proyectos", continuó diciendo para animar a los jóvenes a ser valientes y enrolarse a las misiones.

Rolando Ruiz, dedicado a animación misionera en España, agradece la labor de la Iglesia católica en la evangelización de América Latina. "Sin ellos nunca me hubiera enterado de la misión", subrayó este misionero javeriano de origen mexicano. Cuando le preguntan si es fácil dejar su país él reconoce que, como cualquier otro ciudadano, "experimentamos miedo, pero hay algo que nos mueve desde dentro. La misión está en el corazón del ser humano". A la interpelación de por qué ser misionero hoy, Ruiz responde que aquellas personas a las que ayuda "tienen derecho a una vida digna; si ellos no son felices, yo no puedo serlo", concluye.