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Los rescoldos de un desastre ecológico

La ruta de las heridas negras

Un recorrido con vecinos de la zona suroccidental asturiana evidencia los miles de hectáreas calcinadas por el fuego que asoló la comarca

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Allande y Grandas de Salime: recorrido por los territorios quemados en los últimos incendios

- ¿Alguien puede calcular el número de árboles quemados?

-Son millones. Puede sonar excesivo, pero no lo es. Millones.

Por la mañana en uno de los pequeños bares de la arteria principal de Berducedo, en el concejo de Pola de Allande, los clientes, casi todos entrados en años, recordaban ayer la odisea ocurrida una semana atrás cuando el mítico monte de Bedramón fue pasto de las llamas.

Primer escenario. Los límites del fuego. No muy lejos del pueblo se puede ver hoy el punto exacto donde el fuego, debilitado ya de tanto destruir, quedó varado en uno de sus frentes al toparse con un cortafuegos de unos veinte metros de ancho, convertido en cuidada zona de pasto, ayer más verde que nunca en contraste con el negro humeante de una de sus orillas.

Algunos vecinos acompañan a los redactores de este periódico en este recorrido. La comitiva la completa Juan Luis Rodríguez-Vigil, expresidente del Principado y experto en la gestión de los montes. "Bedramón, la joya de la corona, tenía unas 1.800 hectáreas, sobre todo pinos de alta calidad. Ahora deben de quedar sin quemar unas cincuenta".

Los cálculos de Rodríguez-Vigil agrupan a los sucesivos incendios que ha sufrido este bosque en los últimos años. Cuando en el otoño de 2011 el fuego de la sierra del Valledor se llevó por delante medio Bedramón, Vigil escribía en LA NUEVA ESPAÑA: "En realidad, el incendio del Valledor es premonitorio de lo que a relativamente corto plazo puede suceder en la mayor parte de esa enorme porción de Asturias que se acerca ya a una densidad habitacional de cinco habitantes por kilómetro cuadrado. Esto es, prácticamente un desierto que ocupa un territorio tan grande como desconocido y abandonado a su suerte. A su mala suerte".

Ayer, los vecinos lo tenían claro: "o cambia la política forestal de esta tierra o estamos abocados a un incendio tras otro". ¿Cuándo llegará el siguiente de grandes proporciones? ¿Un año, dos o tres? Cuestión de tiempo.

Segundo escenario: las ruinas de San Bruno. La historia de la vieja casa de San Bruno está rodeada de misterio. Cuentan los vecinos que allí, hace mucho tiempo, vivieron en el inmenso caserón de piedra, pizarra y corredor de madera al mediodía, un grupo de ermitaños. Fue, por así decirlo, un monasterio no oficializado, asomado a un desnivel bajo el cual corre el Río del Agua y termina (o empieza, según se mire) una de las lenguas -ahora seca- del impresionante pantano de Grandas de Salime.

El fuego llegó a San Bruno, hoy propiedad particular, y rompió de cuajo parte de su tejado. A lo largo del curso del Río de Eo sobreviven algunas frondosas. Hay castaños, abedules, salgueiros y, como curiosidad, un montón de madroños. Junto a la casona monasterio permanecen en pie enormes pinos de más de veinte metros de altura, de corteza negra como el tizón pero firmes en apariencia. "Que no os engañe el que estén en pie. Con el paso del tiempo irán secando y no van a salir adelante", explica un vecino.

Camino arriba, casi a pie de carretera, está Cornollo, dos de cuyas casas fueron arrasadas por el fuego. Al otro lado del monte lo que queda del pueblo deshabitado de Bustarel se mimetiza con el paisaje negro. Hay que hacer un esfuerzo visual para focalizar un par de fachadas calcinadas.

José Blanco Campa, heredero del propietario de la casona y el pinar aledaño, se acercó ayer con su familia al lugar del fuego. Todos miran los restos de la casona y se hace inevitable una comparación muy evidente: "es como si hubiera caído encima una bomba".

Tercer escenario: un corzo entre los rescoldos. El fuego es eso, una bomba. Cuentan los vecinos que desde las tres a las seis de la mañana "quemó un mundo", cientos de hectáreas amparadas en la noche. "Es como una explosión. Los técnicos nos dijeron que en determinadas circunstancias el fuego puede recorrer un kilómetro en menos de un minuto". Un pequeño corzo cojo sobresale entre los pinos asfixiados. "Si hay un lobo cerca, lo tiene claro". El corzo, probablemente con las pezuñas quemadas, se aleja hacia ninguna parte.

El todoterreno circula por una pista y recorre unos tres kilómetros de pinos arrasados a ambos lados. Negros y alineados, plantados en su día por repoblaciones que costaron dinero y mucho esfuerzo. "Ves esto y es como si se quemara una parte de tu vida. Yo ayudé a repoblar esta zona, y para nada", explica un agente forestal cuyo nombre prefiere mantener en el anonimato.

Cuarto escenario. El alcornocal convertido en ruina. Preguntas vecinales en el aire: ¿Cuánto costó controlar los tres incendios que la semana pasada coincidieron en el tiempo y afectaron a montes de Allande, Grandas, Ibias y Cangas del Narcea? Y ¿cuánto vale la madera quemada que algún maderista no asturiano se llevará a precio de saldo?

Limpiar una hectárea de cortafuegos puede costar unos 800 euros, un precio que baja en la subasta. Muchos de los cortafuegos de la zona están faltos del necesario mantenimiento, y el fuego se aprovecha de ello. Prevenir es barato; curar, carísimo.

Juan Luis Rodríguez-Vigil tiene claro que "sin una buena política territorial que favorezca el poblamiento, es igual disponer de todos los bomberos del mundo porque seguirá habiendo incendios". Lo dice con la mirada en el horizonte. "¿Ve allí aquella mancha negra? Era el alcornocal de Buxu, una rara maravilla de Asturias. Estoy convencido de que este incendio concreto tiene que ver con los pastos, y a alguien se le fue la mano, pero ya está bien de echar la culpa a los ganaderos, así en general. La culpa es de Manolo, o de Pepe o de Juan, de quien sea, pero no se puede culpabilizar a todo el mundo. Que investigue la Guardia Civil".

Quinto escenario. Árboles de ceniza. El fuego de la pasada semana destruyó pinos silvestres plantados hace setenta años. Los pozos de agua y los cauces de los regueros están secos, la tierra sigue expulsando calor y olor en este cementerio ecológico. La capilla de Nuestra Señora de Bedramón se libró por los pelos. A treinta metros de su fachada el sotobosque humea.

Sexto escenario. El prao comunal. Sobre Berducedo surge una zona de pastos, la Prida la Madera. Alrededor de setenta hectáreas utilizadas por los ganaderos locales en buena vecindad. En primavera se recoge la hierba, en verano y otoño (ayer sin ir más lejos), cabezas de ganado pastan en el prao, convertido en un auténtico cortafuegos. Berducedo, por ese lado, está libre de fuego.

En medio del prao, una pequeña masa forestal. "Salió porque el ICONA tenía ahí sus viveros de repoblación", cuenta un vecino. La Naturaleza es generosa.

Una vaca y su cría recién nacida permanecen en cuarentena a la espera de saneamiento en una de las estructuras montadas en su día por el Principado. Otros de estos cercados se los ha llevado el fuego. Ni rastro de ellos.

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