La calabaza es un fruto tradicional de las huertas asturianas, muy apreciada en la mesa y que ahora está de temporada por doble partida: gastronómica, pues es la época de cosechar, y cultural, pues cada vez es más demandada como elemento decorativo de la fiesta de Halloween (la víspera de todos los Santos, el 31 de octubre).

Dolores Álvarez sabe bien el éxito que tiene este fruto (considerado una baya) y a cuyo cultivo es una gran aficionada desde hace más de 15 años en el Valle de Peón y Candanal, en Villaviciosa. “Empecé plantando variedades de aquí y después me fueron regalando semillas, y fui cultivando calabazas de países como Italia, Portugal, Japón, China, Asia o Bolivia”, explica.

En sus tierras crecen calabazas de todo tipo, unas comestibles y otras ornamentales, y variedades como pattypan, cidra, de cabello de ángel, violín, provence, gernika, nápoles, peregrino, muscade, trombocino, goldmarie... Una de las que más le satisface ver crecer es la de Tiós, una de las variedades asturianas más antiguas que se conocen. También cosecha otras pequeñitas muy apreciadas como decorativas, sobre todo en estas fechas.

“Es un cultivo que no requiere muchos cuidados, y me gusta porque nacen ejemplares espectaculares que llaman la atención por sus formas, tamaño y colorido. Las plantas también hibridan y a veces salen ejemplares muy curiosos y bonitos. Aunque este año no fue muy bueno de cosecha, no sé si por el tiempo loco que tenemos. Algunas florecieron pero no dieron fruto”, apunta la maliayesa.

Sus padres Mercedes Costales y Mario Álvarez le ayudan en el cultivo que le ha dada más de una alegría, pues sus calabazas han ganado varios premios en certámenes del Jardín Botánico de Gijón. A la venta las tiene en la plaza de los miércoles de la Villa.

Estos días, la demanda se dispara. Y es que la calabaza, como tantas otras cosas en Asturias, ha tenido su propia reconversión. En este caso exitosa para Halloween.