Tardará en olvidarse la mañana de pánico que vivió ayer Cangas de Onís. Un atraco a la sucursal del Liberbank en la calle Covadonga, la arteria principal de la localidad, a la vista del puente romano, terminó mal, con uno de los asaltantes liándose a tiros en plena calle con las fuerzas de seguridad y cogiendo tres rehenes, dos empleadas del banco y un cliente, mientras los agentes detenían a su cómplice desarmado. La ensalada de tiros dejó un guardia civil herido leve en un brazo y agujeros de bala por doquier. Se iniciaban tres horas de tensión y angustia, que terminaron con la liberación de los rehenes y el suicidio del atracador que se negaba a entregarse.

La película de los hechos se inicia en torno a las ocho y media de la mañana. Los dos atracadores, Juan Carlos Sahagún Gobentes, de 59 años y un historial inabarcable, y J. M. S. V., de 43, ambos naturales de Miranda de Ebro, en Burgos, aparcan un Passat junto al puente romano. Llevan ropas oscuras y gorras blancas. Parecen obreros, dice quienes les ven. Merodean cerca de la sucursal del Sabadell Herrero. Sobre las nueve, cruzan la calle y se meten en la sucursal del Liberbank. La directora acaba de salir a tomarse un café. Hay dos cajeras, un cliente -el llanisco Lucio Cueto González, guarda de seguridad- y otra usuaria que entra tras los burgaleses.

Es entonces cuando los atracadores exigen a una de las cajeras, de forma calmada, que les entregue el dinero. La otra cajera se da cuenta de lo que está pasando y avisa a la última clienta que ha entrado, que sale de la sucursal y avisa a la Guardia Civil. Son las nueve y diez de la mañana. Los agentes se desplazan rápidamente al lugar del atraco. Cuando llegan, los asaltantes aún están dentro. Discuten la estrategia y deciden esperar. Un agente local que viene de dejar a su hijo en el colegio se une al dispositivo.

Pasa un cuarto de hora desde la llegada de los agentes. Los atracadores se disponen a salir. Lo hace primero J. M. S. V. Va desarmado. Uno de los guardias, apostado a pocos metros, de rodillas, le da el alto. En la calle hay varios testigos. Va a desatarse un infierno de fuego. Detrás de J. M. S. V. -"el atracador gordo"-, viene el "atracador alto y delgado", que sin pensarlo saca dos pistolas -"una enorme", dirá un testigo- y se pone a disparar "a izquierda y derecha". Pam, pam, pam... se oyen no menos de trece disparos. Los agentes repelen la agresión, incluido Emilio, el municipal que se ha unido al dispositivo. J. M. S. V.. se tira al suelo con los brazos abiertos. Se ha librado por poco.Sahagún vuelve a meterse en la sucursal y se refugia junto a las empleadas y el cliente, ahora rehenes, en la sala de archivos.

La Guardia Civil y la Policía Local cierran la ciudad. Hasta 40 agentes rodean el banco. Tras permenecer bastantes minutos en el suelo, le dicen al atracador que ha quedado en la calle que se vaya arrastrando hacia uno de los laterales. Lo detienen y se lo llevan al cuartel de Cangas. La localidad se llena de metralletas y fusiles de asalto. Llega el negociador de la Guardia Civil de Gijón, con una chaqueta roja. Tiran un teléfono al atracador. Le preguntan qué quiere, pero el asaltante no quiere nada. Los rumores vuelan: que hay dos atracadores en el banco, que otro ha escapado, que hay un niño retenido... Todo falso. Se pide a los vecinos que permanezcan en sus casas sin asomarse a las ventanas. No se deja salir a quienes se han refugiado en los comercios. El negociador habla largo y tendido con el atracador, que sigue sin decidirse. Son los propios rehenes quienes le convencen de que les deje libres.

Salen de uno, a la carrera, con el pánico en el rostro. Son las doce y cuarto del mediodía. Irreductible, Juan Carlos Sahagún se dirige a un cuarto interior y se descarraja un tiro en la cabeza. Se oye en todo Cangas. La Guardia Civil está a punto de asaltar la sucursal. Entran y comprueban que el atracador está exánime, pero aún vivo. El personal de una UVI móvil trata de reanimarle durante largos minutos. A la una y cuarto de la tarde arrojan la toalla. No retirarán el cadáver hasta las tres y cuarto, camino del Instituto de Medicina Legal. Así acaba este nefasto atraco.