-El mundo sigue parecíu... Crecieron mucho los árboles por aquí.

-¿Qué árboles?

-Tienen unos metros más de altura... Los de la sierra, los pinos de la sierra, son más altos ahora.

Entre el 1 y el 2 de septiembre de 2011 -el momento exacto nunca se llegó a determinar- Tomás Rodríguez Villar, Tomasín, mató a su hermano Manuel en la aldea de La Llaneza (Tineo). El crimen ocurrió ante la cabaña que el ermitaño Tomasín compartía con algunos caballos, muchos desperdicios y toda la soledad posible. En legítima defensa, según la sentencia, le disparó en la cabeza con una inocente escopeta de perdigones que había trucado hasta convertirla en arma letal. Manuel, el mayor, había subido a reñirlo. Tenía fama de muy malas pulgas. Nunca se llevaron bien los hermanos. Después Tomasín se sumergió en los montes donde había pasado la última década como un fantasma harapiento y aguantó 53 días fugado de la Guardia Civil. Cuando fue llevado ante el juez, esposado, maloliente, barbudo y flaco, lo aplaudieron como un héroe en la villa de Tineo. De joven, en los años ochenta, los chavales se habían reído de él a placer. También lo hostiaban de vez en cuando. Pero en 2011 Tomasín ya era un héroe para media Asturias: era la justa rebelión de la víctima, el buen salvaje y etcétera. El pueblo lo absolvió, la justicia lo condenó por homicidio.

El pasado jueves Tomasín salió de la prisión provincial tras cumplir íntegra su pena de seis años. Ayer, cuando todos pensaban que volvería a vagar por los bosques hasta su destrucción definitiva, pasaba su primera tarde en la casa familiar de La Llaneza, en silencio total, leyendo concienzudamente el libro de instrucciones de una lavadora nueva que le han comprado unos primos. En un tendedero había cinco pares de calcetines. Uno, blanco; cuatro, oscuros. Había hecho la prueba y la máquina funcionaba.

En este enlace puedes leer la entrevista completa a Tomasín realizada por LA NUEVA ESPAÑA