Parece que como mujeres, estamos condenadas a vivir con el insoportable peso del miedo. Adonde quiera que vayamos, siempre habrá alguna mirada que nos hará sentir incómodas. Vivimos con desconfianza, recelo e inseguridad. Ver cómo el caso de la joven a la que le vulneraron sus derechos en los Sanfermines de 2016 se trata como una "supuesta violación" me hace cuestionarme el valor de la palabra hoy en día. Básicamente su testimonio se pone en duda porque entró en un estado de shock que no le permitió reaccionar de forma agresiva contra sus agresores.

La perpetración de la violencia no sólo se propicia de forma física, sino también psicológica. Después nos cuestionamos por qué tantas mujeres prefieren el silencio antes que contar su experiencia. Qué más se puede esperar si la validez de lo que ella vivió no resulta verídica ante los demás porque no actuó como asume la mayoría que debió haberlo hecho. La cultura machista está tan arraigada a nosotros... Incluso a veces, y es triste aceptarlo, parece que es un defecto inherente al ser humano.

A pesar de que se nos ha devuelto un poco de esa libertad que nos ha sido usurpada por años, debemos seguir trabajando para erradicar todas esas barreras invisibles que no permiten que tantos hombres como mujeres nos concibamos como iguales.