La sequía generalizada que sufre el país también se deja ver en pequeños detalles dentro del territorio asturiano. En el caso del pantano de Salime, en el río Navia, el bajo nivel del agua embalsada hace que afloren a la superficie muros, vigas, y hasta calles perfectamente identificables del pueblo de Salime, habitualmente inundado por las aguas del pantano. Son visibles, para quien se aventure hasta este punto del embalse, las puertas y ventanas de las antiguas viviendas de piedra, así como numerosas estructuras de madera que se conservan sorprendentemente bien tras más de sesenta años de vida subacuática.

Aunque en esta época del año el intenso frío hace acto de presencia, con temperaturas que apenas superan los cero grados, merece la pena acercarse a este enclave, único sin duda en la región, y descubrir la dosis de historia que albergan los anchos muros, las negras pizarras, las numerosas terrazas de cultivo y cortines de abejas que salpicaban antaño el valle del Navia, y que han acabado engullidos por el río tras la construcción de la inmensa presa a mediados del siglo pasado. También servirá el paseo por el embalse para avistar aves, como la garza, el martín pescador o el cormorán, y para deleitarse con la frondosidad del bosque, en muchos puntos autóctono, que brinda una colorida paleta de ocres, amarillos y marrones en esta época del año. Un paisaje cada vez más recurrente en el pantano de Salime, del que en el pasado enero unos piragüistas relataron cómo "pegaron con el remo en el suelo".