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Bosnia, misión cumplida

Los soldados que participaron en el despliegue español en Mostar destacan "el buen sabor de haber contribuido a la pacificación de aquel pueblo"

Por la izquierda, el brigada Juan Antonio Berredo, el teniente coronel Cuesta, el sargento primero Javier Cascón y el cabo Fernando Sánchez. Miki López

Cuando los soldados de la Compañía de Infantería Mecanizada Asturias llegaron a Mostar, en mayo de 1995, hacía solo unos meses que se había tendido la pasarela en el lugar de lo que antes había sido el Stari Most, el Puente Viejo construido por orden de Solimán el Magnífico a mediados del siglo XVI y que los croatas tiraron abajo a cañonazo limpio en 1993. El general que dio aquella orden, Slobodan Praljak, se suicidó en directo el pasado miércoles después de que el tribunal penal internacional ratificase su condena a veinte años por crímenes de guerra, solo una semana después de que el carnicero de Srebrenica, el serbio Ratko Mladic, recibiese a su vez una pena de cadena perpetua.

Se cierra así el círculo sobre una guerra despiadada en la que hace justo un cuarto de siglo aterrizaron los soldados españoles, primero los de la Legión, luego la Brilat, a la que pertenece el "Príncipe". Han pasado dos décadas, pero los soldados del regimiento asturiano guardan como oro en paño los recuerdos de aquella misión, que les dejó "el buen sabor de haber contribuido a la pacificación de aquel pueblo", como indica el teniente coronel langreano David Cuesta Vallina. Los asturianos viajaron a Bosnia en 1995, 1997 y 1999, por periodos de seis meses.

En el 95, poco después de llegar, la Compañía Asturias tuvo su primera baja, el teniente Alberto Miguel Jiménez, de 27 años, herido de gravedad al estallar una granada de mortero en el puesto de control Mike-1 de la carretera Sarajevo-Mostar. Jiménez sobreviviría, pero tuvo que dejar el Ejército. Unos días antes, un desequilibrado había acribillado a tiros a la cooperante Mercedes Navarro, administradora de Médicos del Mundo, antes de ser abatido por la policía. Solo un mes después se produciría la demencial matanza de Srebrenica, que borró del mapa a 8.000 musulmanes. Los españoles se jugaron literalmente el pellejo en aquella misión.

"Mostar era la ciudad sin hombres, porque o estaban en el frente o estaban muertos. Luego, cuando supervisamos los reasentamientos, solo veías mujeres solas, viudas, con sus huérfanos", describe el sargento primero Javier Cascón, de Lugones. "Nuestra misión era abrir corredores para que llegase la ayuda humanitaria", añade el brigada Juan Antonio Berredo, de Lugo de Llanera.

Una ayuda que llegaba con cuentagotas a través del corredor del Neretva, que partía de la costa hasta Sarajevo, atravesando Mostar. Aquella carretera se conocía como la ruta de la muerte, plagada de minas, explosiones de mortero o francotiradores. Pero cambió su nombre por el de carretera de la vida, porque fue la que hizo posible que Mostar sobreviviese. Finalmente acabó llamándose la carretera de los españoles.

La imagen que resume de aquel Mostar de mediados de los noventa es la del bulevar, la línea del frente que dividía la zona croata de la musulmana. "Estaba todo destruido, como si hubiese pasado un terremoto", rememora el cabo Fernando Sánchez Parra, de Nueva de Llanes. "Esa calle era el frente", dice Berredo. "La dejaron así como recuerdo de lo ocurrido", añade el cabo Sánchez. En mitad de aquella "zona de muerte" estaban acantonados los españoles. El brigada Berredo aún rememora con un respingo la tensión de las patrullas en los BMR de color blanco de la misión de ONU. "Te preguntabas cuántos francotiradores estarían apuntando a tu cabeza cuando atravesabas el bulevar. 'A ver si acabo la patrulla', te decías. Alguna vez, en el check point, nos cayeron granadas serbias a cincuenta metros", relata.

"En el 95 no funcionaba el aeropuerto, no podías salir de los caminos por el peligro de las minas", rememora Berredo. "A parte de nuestros ingenieros les tocó desminar. Eliminar todo eso llevará mucho tiempo", añade el teniente coronel Cuesta. Cascón se acuerda de cuando las alarmas de bombardeo les cogían en la ducha y tenían que salir corriendo al refugio en albornoz, con el casco y el chaleco antibalas. A veces, tras un bombardeo, las comunicaciones con las familias se rompían durante diez días. "Ahora es muy distinto, hay internet, y además existe un equipo de apoyo a las familias en la base", indica el teniente coronel Cuesta. En aquellos tiempos en los smartphones solo eran ciencia ficción, los soldados de la Compañía Asturias tenían que conformarse con una cabina para cien soldados, con derecho a una llamada de cinco minutos con un teléfono por satélite, además "con rebote", esto es, unidireccional. "Teníamos que decir a las familias: 'No hables hasta que termine' o 'Te mando un beso, cambio y corto'", rememora el cabo Sánchez Parra. "Se esperaban mucho las cartas; en aquella época aún se escribían", remata Cuesta.

Como señala el teniente coronel Cuesta Vallina, cuando el "Príncipe" afrontó la primera misión en Bosnia aún era un regimiento con soldados de reemplazo, y muchos se fueron voluntarios a los Balcanes. Les dieron un par de meses de clases para ponerles al día con las costumbres y la lengua de aquella castigada región. Cascón aún se acuerda de algunas fórmulas de cortesía, como "dobro jutro" o "dober dan" ("buenos días"). Cuesta, de la expresión "kako si" ("¿Cómo estás?"), muy necesaria para entablar contacto con la población. Cascón recuerda que en el 97 hubo que pintar todos los BMR en un taller local. "Se llevaban hasta allí a las ocho de la mañana, pero antes de empezar a trabajar, el dueño nos obligaba a tomar un chupito de rakija", relata. Sánchez Parra se acuerda especialmente del café turco "lleno de posos".

La del 95 fue la primera misión en el exterior del "Príncipe", lo que obligó a innovar en la preparación. "Había una presión añadida, porque no había experiencia de estas misiones. Estuvimos dos meses acantonados en Pontevedra preparándonos. Supuso un antes y un después. Además fue una misión prácticamente retransmitida en directo por los medios de comunicación", dice el teniente coronel Cuesta. "Tuvo un impacto a nivel profesional. Se empezó a ver el Ejército de una manera diferente", añade Sánchez Parra. La relación con la población fue excelente. Al principio costó explicar la naturaleza de la misión, que aceptasen los puntos de control o los toques de queda, pero cuando se empezaron a ver los resultados, los bosnios comenzaron a apreciar a los españoles. "Siempre dejamos buenas relaciones en aquellos sitios en los que estamos de misión. Debe ser nuestro carácter", cree David Cuesta.

Una prueba del cariño que se tiene a los soldados de aquella misión es que la plaza principal de Mostar lleva el nombre de España. Un cuarto de siglo después, hay paz en aquella castigada zona. El sentimiento de los soldados que se jugaron el tipo allí lo resume el brigada Berredo: "Esto que he hecho ha servido".

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