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MARÍA JOSEFA SANZ FUENTES | CRONISTA DE AVILÉS. CATEDRÁTICA DE HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO

Avilés y los mil caminos de la mar

La ría fue la arteria de la que partían goletas a América con pasajeros que apenas eran unos niños y volvían cargadas de mercancías

Pepa Sanz, en uno de los puentes de la ría de Avilés. MARA VILLAMUZA

- Cuénteme una historia.

-Ésta es una historia de una villa unida desde siempre a una ría. Una ría especial, nutrida no por un gran río, como las que forman el Sella y el Nalón, sino por muchos pequeños caudales que llegan desde los concejos de Corvera, Illas, Avilés, Castrillón y Gozón.

La ría de aguas limpias hoy que vio llegar los navíos franceses entre los siglos XIII y XVII cargados de lonas para el velamen de los barcos, de vino de Burdeos, de mostaza, de telas finas? La ría por donde entraba la sal procedente del Puerto de Santa María, de Setúbal o de las costas de la Charente Maritime para descargar en su alfolí.

María Josefa Sanz Fuentes, catedrática de Historia de la Universidad de Oviedo. Cronista de Avilés, la ciudad que la vio nacer en 1947. Del barrio de Sabugo, uno de esos orígenes que imprimen carácter. Al sol del mediodía en la plaza del Carbayo, junto a la vieja iglesia de Santo Tomás, Pepa Sanz recuerda?

La llegada de los pesqueros, la frecuente ausencia en casa de su padre, Anselmo, siempre alrededor del almacén familiar de pescado. "Cuando nos levantábamos, él ya estaba trabajando. Por la tarde cenaba pronto, a las siete, y otra vez para el puerto, a esperar la llegada de las parejas de arrastre. Llegó a haber seis en Avilés. Me encantaba aquel ambiente, la pesca, la rula. Mi madre me decía: 'Vete, pero al primer taco que te escuche no vuelves'. Porque no se imagina cómo se hablaba allí, aquello era como la academia de la (mala) lengua. En la costera del bonito salían camiones cargados. El tren de la noche incluía un vagón frigorífico. En Aranda de Duero o en Cáceres se comía pescado fresco rulado horas antes en Avilés".

Anselmo era fresquero, intermediario del pescado, en tiempos en que la mar era una despensa generosa. Anselmo, Pepita y sus dos hijas, Pepa y Elena, cuatro años mayor que ella, disfrutaban de mayor tiempo juntos cuando el temporal impedía faenar y abortaba el negocio. Mala cosa la de los barcos amarrados a puerto. En el centro educativo Carreño Miranda aterrizó Pepa Sanz con su carterina de párvulos con 5 años y allí se pasó una pequeña vida, hasta los 14. "Aquel instituto fue el cimiento de lo que soy ahora".

Pepa Sanz a pie de ría, en cuyo perfil destacan las curvas del Niemeyer. Suenan en la memoria los sones de la banda de música en las matinales del domingo y sobre el bombé del parque, una filigrana exquisita de hierro. "Desde aquí partían hacia América las goletas 'Francisca', 'Eusebia' y 'Villa de Avilés'. Marchaban con pasajeros que eran en muchos casos apenas unos niños. Las goletas volvían cargadas de azúcar, café, cacao, añil y otras mercancías". Las goletas tenían primera, segunda y tercera clase. La primera era ni más ni menos que el camarote del capitán (sin el capitán, se entiende). Los pasajes más baratos convertían al pasajero en carga en bodega. El espacio del ser humano en la ida lo ocupaba el fardo del cacao al regreso.

Avilés es una agradable sorpresa, y más de la mano de la que es cronista de la villa desde julio de 2014. Ciudad maltratada por los estereotipos, es hoy un buen lugar para vivir.

Estereotipo es ése que afirma que Avilés nació como ciudad industrial con Ensidesa. "Mucho antes que la siderurgia estuvieron la Curtidora, la fábrica de vidrios, el molino harinero industrial... Hacia 1870 Avilés tenía seis farmacias". La primera gran industria moderna que se asentó en el municipio fue Cristalería Española, empresa que llegó con sus obreros desde Burgos. El Nodo, primer poblado obrero, es de mediados del pasado siglo. Poblado de autarquía franquista convertido en ejemplo en los noticiarios que precedían a las películas censuradas de la época.

Por entonces, las aguas de la ría ya eran turbias. "Comenzaron a serlo en los años cincuenta por culpa de los vertidos industriales, pero ese brazo de mar siempre sirvió para recibir grandes buques mercantes". Avilés creció a costa de un periodo ecológico oscuro, tiempos de aluvión e hinchazones urbanísticas que, sin embargo, no se llevaron por delante el casco histórico de la villa y muchos de sus pequeños tesoros, como el conjunto de casas modernistas de la calle San Francisco, los soportales de Galiana y Rivero, el palacete del indiano Balsera, hoy Conservatorio, la fachada barroca del palacio de Camposagrado, los retazos de muralla medieval, el teatro Palacio Valdés, superviviente del triángulo dramático que formaba junto al Pabellón Iris y el Somines Teatro Circo. Teatros para la Atenas de Asturias.

Y la iglesia de Santo Tomás de Cantorbery, la iglesia de Sabugo nueva, construida en el umbral de los siglos XIX y XX y rodeada en su día de almacenes de pescado. Templo con aroma externo de pequeña catedral centroeuropea, consagrada en honor de Tomás Becket, arzobispo de Canterbury, canciller de Inglaterra, político y después santo (valga la contradicción), canonizado por un procedimiento exprés apenas dos años después de su asesinato en la Navidad de 1170. Nunca se supo si el rey Enrique II decretó su muerte, pero es seguro que no se entristeció por ella.

La vida de Avilés es otro tesoro. Piedras y corredores, terrazas y pequeñas cuestas urbanas que enfilan al Cantábrico. Y el mirar acogedor de quienes componen el paisaje sentimental de la ciudad.

Pepa Sanz terminó el Bachillerato en Sevilla, donde su padre encontró trabajo y trasladó a la familia. En la Universidad de Sevilla se licenció y doctoró. Nunca renunció al regreso, y cumplió con el sueño a la primera ocasión académica. En su despacho en la Casa de Cultura de Avilés lee y traduce las actas municipales, labor casi de orfebre a la que no se le puede poner fecha de término.

Y vuelta a la ría, principio y fin del trayecto. La que desde siglos vio partir a los pescadores de Sabugo a la pesca de costa, las aguas del cañón de Avilés o de la Mar de en Medio, a los caladeros del Gran Sol irlandés y, ahora, persiguiendo bonitos hasta las Azores. En ella la rula avilesina, cargada de gaviotas, es como el punto de partida y llegada de mil caminos del mar. Todo vuelve como la marea, también la memoria de quienes han trabajado sus orillas y de quienes se alejaron de ellas para no volver a verlas jamás.

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