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Los Tesoros Forestales De Asturias | Tejedas Del Sueve

El bosque eterno

Ocho mil árboles conforman la mayor tejeda de Europa y una de las masas forestales más antiguas y valiosas del continente

El bosque eterno

El gran tesoro forestal (aunque no el único) que cobija la sierra caliza del Sueve, alzada casi a la orilla del mar, es una extensa mancha de tejos constituida por unos 8.000 ejemplares de esta antigua conífera (mezclados con hayas, acebos y otras especies), dispuesta en su vertiente norte, entre 500 y 1.000 metros de altitud. Un tesoro que durante mucho tiempo pasó desapercibido. Hoy, esta reliquia del Terciario (el período de máxima expansión de las taxáceas) se encuentra reconocida como la mayor tejeda de Europa y como uno de los bosques más antiguos del continente.

Esa condición se percibe nada más adentrarse en su espesura ascendiendo por la senda que sube desde Carrandi, en Colunga, en dirección a la base del pico Pienzu, la cota más elevada (1.161 m) del Sueve. Un camino pendiente que invita a recorrerlo despacio, a dejarse atrapar por la peculiar atmósfera que reina en esta selva donde abundan los tejos milenarios y las nieblas acampan con frecuencia. El árbol sagrado de los celtas irradia magia. La luz se filtra de forma distinta a como lo hace en los bosques caducifolios; los troncos nudosos se retuercen de forma inverosímil; las raíces emergen de la tierra y reptan sobre su superficie... Los árboles, de madera imputrescible, mueren de pie o caen incólumes... Todo ello crea un ambiente de irrealidad que evoca el del tenebroso y místico bosque de Fangorn ideado por Tolkien en la Tierra Media de "El señor de los anillos".

Aislado. La dificultad del acceso, posible solo a pie (también se puede llegar caminando desde el mirador del Fitu hasta el Pienzu), ha sido decisiva para la conservación del bosque. Pero ni siquiera ese aislamiento lo ha preservado de alteraciones: el trazado de pistas, que fragmenta la masa forestal y la hace más vulnerable; la sobrecarga de herbívoros (el ganado y la población de gamo, un cérvido introducido con fines cinegéticos), que impide su regeneración, pues el ramoneo constante e intensivo elimina los plantones, y las quemas de matorral que amplifican el déficit de regeneración, en tanto ese medio sirve como vivero para los jóvenes tejos.

La comunidad del arilo. La vida terrenal que acontece en estos bosques mágicos está muy ligada a su condición de perennifolios y a su fructificación invernal. Lo primero, el follaje permanente, denso, significa abrigo frente a las inclemencias meteorológicas y protección ante los depredadores (o mejores oportunidades de acecho para éstos); lo segundo constituye un gancho para una fauna necesitada de alimento en los meses más fríos del año y que encuentra un bocado salvador en el arilo del fruto del tejo, la pulpa carnosa, roja, que rodea la semilla y que es la única parte no tóxica de la planta. Pequeños y medianos carnívoros, como el zorro o raposu y el tejón o melandru son consumidores habituales de este recurso, al igual que los zorzales o malvises y el mirlo común, los cuales, además, engullen las bayas enteras, de manera que actúan como dispersores de la especie, pues la semilla pasa intacta por el tracto digestivo y acaba por ser expulsada con los excrementos.

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