Imposible llegar al 22 de diciembre en España sin tener un décimo o una participación para el sorteo extraordinario de la lotería de Navidad. Esa que se dice llamar "la de todos" y apela a que siempre es mejor disfrutar de la suerte de forma colectiva (con los compañeros del trabajo, con los vecinos, con los clientes de toda la vida, con los amigos, con los del gimnasio, con los del grupo de montaña, con los de la peña de las fiestas...) que a solas (¿es que será triste el destino de aquel al que le tocan los millones de la primitiva con su boleto personal e intransferible?).

Pero precisamente porque la suerte, de tocar, llegará de forma colectiva cualquier español entra en modo pánico a medida que se acerca la fecha del sorteo y no lleva en el bolso una papeleta de la cafetería donde para a desayunar todas las mañanas, de la panadería donde coge el pan a diario o del bar donde toma algo a menudo al salir de trabajar. Por no hablar de si en su lugar de trabajo han decidido comprar unos décimos para jugar entre todos. ¿Quién es el valiente que dice eso de "yo nunca juego" y se marca un solo traducido en ahorrarse, como mínimo, los 5 euros de la papeleta? Peor cuando no hay participaciones: un décimo por barba y a soltar 20 euros.

Pocos, más bien los despistados, se atreven a irse sin comprar de un lugar en el que nada más entrar le reciben a uno con un cartel gigante, "Hay lotería de Navidad", junto al que figura rotulado bien grande el número jugado, que se queda grabado en la memoria y provocará pesadillas: ¿y si era el Gordo y lo tuve delante sin darme cuenta?

En las ciudades es más fácil aislarse con eso de las prisas, pero no en los pueblos: aquí, del verano en adelante -cuando comienza a venderse, cada vez más pronto- salir a la compra, pasarte por la parroquia, acercarte al bar o ir a ver jugar al equipo de fútbol al campo supone un desembolso extra para comprar la dichosa papeleta que ya tiene o tendrá todo el vecindario.

En resumen: se buscan héroes "antiloteríadenavidad", tan exóticos como inexistentes.

Porque todo el mundo cae y, hay que reconocerlo, nadie lo hace movido por lo de disfrutar de la fortuna en grupo, sino más bien porque es muy duro imaginarse que el día del sorteo tus amigos o compañeros de trabajo, o los conocidos del bar o todo el pueblo podrían salir en el Telediario celebrando el Gordo y tú no. Envidia, y no de la sana, es el motor de la lotería de Navidad, por mucho que cueste reconocerlo.

Así las cosas, asumido el pecado, toca esperar al sorteo de mañana. Todos los números van al bombo y con ellos el derecho de albergar por unas horas la ilusión de que unos cuantos miles de euros puedan acabar en nuestra cuenta corriente.

Soñar es gratis. Comprar lotería de Navidad, no. Pero la envidia es una pérdida de tiempo y energía.