"Salto, canto y lo que quieras más". Heliodoro García del Busto, Helio para todos los candasinos, da brincos a la puerta de su administración de lotería: la número 1 de la calle del Rosal, que ayer repartió 34 millones de euros. "Esto es una pasada total. La emoción es tremenda", dice mientras brinda con sidra. El 61.207 lo eligió por "guapo": "Es una combinación apetecible y que no repite ningún número. Ya la pedí otros años". Fue, de hecho, el primer décimo que vendió el pasado 3 de julio y el último que mandó el jueves hasta Alicante. "Fue una mujer, Mirta, y compró dos décimos. Hoy me llamó llorando". Él también lloró, "como un crío".

El lotero fue vitoreado en la calle, en la administración, en las sidrerías... Helio vivía una ensoñación, pese a no haberle tocado ni un céntimo. "No hay palabras para expresar lo que siento. El cariño de la gente es lo mejor. Yo nunca juego", afirma. Él prefiere regalar felicidad. "Tanto Manolita, tanto Manolita, el nuestro Helio dio el premio", gritan en la calle. El dueño del céntrico despacho de loterías, que heredó de su tía María Josefa García del Busto, ya repartió 1,4 millones de euros en 2012, un día antes del sorteo del Niño, además de "un quinto premio de Navidad hace años". Pero el gordo fue el de ayer: 34 millones, que llenaron de júbilo Candás, pero también otras ciudades de España. "Mandé décimos a Madrid, Toledo, Barcelona, Alicante...". Un premio así, reconoce Helio, "da fama, prestigio, seriedad y amistad".

El candasín no siguió en directo el sorteo "por nervios". "Prefiero no verlo. Esta mañana (por ayer) me decían: 'Nada Helio, no toca nada'. Y yo les contestaba: 'El partido no acaba hasta la prórroga'". Y el gol llegó cuando nadie lo esperaba, a las 13.15 horas. El teléfono no paró de sonar. "Lloré y lloré. Es que trabajé muy duro", cuenta con los ojos resacosos de lágrimas. Fueron jornadas frenéticas que se alargaron muchos días "hasta las cuatro de la madrugada". Sólo los paseos en bicicleta y los baños en la piscina le sirvieron para calmar tanto estrés. Pero ayer el cansancio era pasado y la felicidad, presente.

A las cuatro y media de la tarde, Helio todavía comía un pincho de tortilla. No se creía lo que había vivido en tan sólo dos horas y la larga tarde de felicitaciones que aún le esperaban.