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De niño de la calle a mercantilista brillante

Menéndez rememoraba su resistencia a la escuela y sus dudas antes de optar por la vía académica del Derecho

Aurelio Menéndez.

Mis recuerdos de Aurelio Menéndez son muchos; siempre atento y cariñoso, como un padre bueno. Pero guardo especial memoria de aquellas mañanas del verano de 2009, en que quedábamos citados para que me fuera desgranando su vida. Yo había recibido el encargo de hacer una biografía de los personajes más relevante del barrio gijonés del Natahoyo, entre los que se encontraban Pedro Sabando, José Luis Álvarez Margaride, Luis Figaredo y Aurelio Menéndez. La propuesta procedía del propio Margaride, pero fatalmente se fue el promotor y todo quedó en un malogrado proyecto. Conservo aquellas notas llenas de sinceridad y sencillez.

"Mi padre era del Valle Cunqueiros y mi madre de Tablado, Degaña. Mi padre se había casado anteriormente con una chica de San Antolín de Ibias, pero ella y una hija que tuvieron, a consecuencia de la gripe de 1918 que asoló España, fallecieron. Por tanto mi padre quedó viudo con un hijo, José Ramón, que me sacaba 10 años. Murió hace dos". Así inició el relato de su vida Aurelio Menéndez. Su padre contrajo nuevo matrimonio con Primitiva Menéndez, en Orense, en la iglesia de Santa Eugenia, y tuvieron cinco hijos más. En 1920 el nuevo matrimonio vino a vivir a Gijón, concretamente al Natahoyo. Aurelio había nacido el 1 de mayo de 1927, tras un parto feliz. Pesó cuatro kilos, y era algo llorón. Sus recuerdos se centraban en una casa vieja en la subida de Santa Olaya, alquilada, de escalera oscura, que en el bajo sus padres pusieron una tienda dedicada al comercio de legumbres. De ahí que los llamaran "los garbanceros". "Era una sociedad colectiva, aunque jamás vi los papeles; tengo la sensación de que nunca estuvieron inscritos en el Registro Mercantil". Esto comentaba quien habría de llegar a ser el catedrático de Derecho Mercantil más famoso de España.

El negocio fue a más, vinieron los hermanos de Domingo, el padre de Aurelio, a poner un almacén pequeño, después otro más grande. Los siete eran muy trabajadores. Compran en la década de los 30 una fábrica de aceite en Andújar, y Aurelio viaja un año con su padre, pero regresa disgustado de la pobreza reinante; recuerda la plaza del pueblo llena de jornaleros esperando trabajo.

Aurelio empezó sus estudios en la Escuela de doña Pura, en el Natahoyo, y aquel primer día lloró y pataleó para que su madre viniera a buscarlo. "Yo era un niño de la calle, jugábamos en la calle a todo, a la peonza, al pío-campo, a les boles, a los cromos, al lirio-lario, ¡y qué guapo!, me encierran en la escuela. La pataleta fue seria".

La guerra fue muy dura para el joven Aurelio, huye a Francia, pasa hambre, está a punto de morir de sarna, pero al fin el tío Adolfo consigue que llegue a Andújar para reponerse. Al volver a Gijón hace tres cursos del Bachiller en uno, en la Academia España. Y el resto en el Instituto Jovellanos. En el séptimo curso conoce a Mercedes García Quintana, que hace sexto. Tras once años de noviazgo, en 1951 contraen matrimonio. Fue la mujer de su vida.

Tras terminar el Bachiller surge una pregunta: "¿Qué carrera estudio?" Su padre se inclina por la Arquitectura, pero Aurelio dice que no, "Dibujo fatal, no soy capaz de hacer la O con un canuto." Un día dijo que Derecho y su padre casi se muere. Sacó matrícula de honor en todas las asignaturas de la carrera, y obtuvo Premio Extraordinario Fin de Carrera, por la Universidad de Oviedo. Fue alumno de Torcuato Fernández Miranda, con el que mantuvo una relación intensa, de mucha exigencia, "fue duro conmigo"

Su gran maestro fue Salvador Lisarrague. "Mi carrera no hay manera de entenderla sin recordar mi relación con Salvador Lisarrague, fue él quien me dijo que fuera a ver a Rodrigo Uría, un gran mercantilista". Obtiene la cátedra de Derecho Mercantil en 1957, con plaza en Santiago de Compostela, luego en Salamanca; Oviedo otros siete años. En 1970 toma posesión de dicha cátedra en la Universidad Autónoma de Madrid.

El resto es de todos sabido. Aurelio Menéndez era un hombre de profunda fe, aun le he visto el último verano, en la misa de una de la capilla del Colegio de La Asunción. Su salud era muy precaria, pero siempre mostraba alegría por nuestro encuentro. Que descanse en paz y que el Señor le reciba en su gloria.

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