Teodulfo Lagunero y Aurelio Menéndez labraron su amistad en la juventud, cuando ambos realizaban las Oposiciones a Cátedras de Derecho de las Escuelas de Comercio en 1954. Menéndez fue número uno; Lagunero, tuvo la segunda plaza. La vida les llevaría por derroteros muy diferentes, pero siempre se consideraron "amigos del alma": Menéndez encaminado a la vida académica y más tarde la abogacía y la política; Lagunero, hacia los negocios. Republicano y comunista, colaboró con el PCE en el exilio, dando cobijo a Alberti, Marcos Ana y el gijonés Santiago Carrillo, secretario general, del que llegaría a ser gran amigo. En apariencia, Lagunero y Menéndez eran opuestos en lo ideológico. Aunque quizá no tanto. Fue la participación de Menéndez en el proyecto de la Transición -al que llegó de la mano del también gijonés Torcuato Fernández-Miranda- lo que hizo confiar a Lagunero en que la democracia tomaría forma, y transmitió esa seguridad a Carrillo. Estaba convencido de que Menéndez no entraría en un Gobierno que no respetase la soberanía del pueblo.
Nacido en Valladolid el mismo año que Menéndez, en 1927, Lagunero se desayunó ayer con la noticia de la muerte de su amigo. "Me voy quedando solo, se me van yendo los amigos", musitó a su mujer Rosario. El empresario, de 90 años, muy afectado por los achaques de la edad, "quería mucho a Aurelio". Coincidieron en alguna ocasión en Asturias, como en la semana de la Comunicación del colegio de San Antolín de Ibias.
Treinta años antes, Lagunero aprovechó la gran amistad que le unía a Menéndez para ensayar el primer intento para legalizar el Partido Comunista, allá por agosto de 1976, siendo el ibiense ministro de Educación. Era aún "prematuro", como dejó escrito el propio Menéndez. Por lo pronto, es cuando menos curiosa la falta de interlocutores de Carrillo en el Gobierno de Suárez, como remarcó el ibiense. "Teodulfo comenzó diciéndome que venía a verme de parte de Carrillo. Se dice que vino a verme para que el Gobierno expidiera el pasaporte a Carrillo. Es cierto. Pero no lo es menos que Lagunero, por encargo de Carrillo, me habló fundamentalmente de dos cuestiones", escribió en un estudio para la Academia de Jurisprudencia. Uno de esos temas era la oposición del partido al incremento de las tasas universitarias. El otro tema era "de mayor relieve, la legalización inmediata del Partido Comunista".
No faltó al parecer "cierta tensión amistosa". Menéndez le respondió: "Creo, Teodulfo, que tengo un conocimiento suficiente de la realidad política de nuestro país para decirte lo siguiente: antes o después será legalizado el Partido Comunista, algo en lo que estamos de acuerdo más de un ministro, pero tengo que añadirte, frente a vuestras pretensiones, que en este momento es muy prematuro; y no me ofrece duda que podéis estirar la cuerda un poco, otro poco si ese es vuestro parecer, pero si se rompe la cuerda, perdéis". El contenido de la conversación se trasladó al presidente Suárez, e incluso se llegó a plantear que Menéndez se reuniese con Carrillo en Panticosa, en casa del subsecretario de Educación, Martín Retortillo. "Pero el tema estaba todavía muy verde y el presidente incluso pensó, con buen criterio, que futuro de tamaña cuestión no podía confiarse a un miembro del Gobierno", añadió Menéndez. Hasta el 9 de abril de 1977, fecha de la legalización, quedaban ocho meses, en los que intervino el abogado José Mario Armero, "un proceso en el que Suárez jugó con gran audacia y no pequeño riesgo". Menéndez solo le vio una pega: la decisión de legalizar el PCE no fue tratada en el Consejo de Ministros.
