La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Viego quiere la "nevadona"

Los vecinos ponguetos, que viven a 700 metros de altitud, rememoran con nostalgia los temporales pasados

12

Así vivieron el temporal de nieve en Ponga

Nieva en Viego y el silencio deja aún más mudo el pueblo. Los treinta vecinos de este precioso pueblín de Ponga apenas se dejan ver cuando hay nevadas, y eso que "esto no es nada, no tienen nada que ver con las de antes", dice Marcos Domingo, ganadero jubilado de 69 años. Desde la barra del bar del pueblo, el resto le da la razón.

"¡Un vino caliente con azúcar, chaval!", y al minuto ya está servido. Ayer, detrás de la barra, Iván Traviesa, hijo de los dueños de La Corralada, famoso por sus platos de cabrito y las croquetas de queso de los Beyos. No anduvo Iván Traviesa el jueves precavido a pesar de las informaciones del temporal. "Vivo en Oviedo, tenía un día libre y aproveché para venir a ver a mis padres, pero tuve que dejar el coche a dos kilómetros del pueblo porque no pasaba, y nada, andando pa casa", relata. La nieve cuaja en Viego.

El bar era ayer un polvorín, y es que allí hay chimenea, café con leche, huele a cocina de restaurante y además hasta tiene una pequeña tienda, por si acaso. "Éste es nuestro pequeño Carrefour", asegura Antonio Cuadriella. Éste volvió a su pueblo tras una vida en Barcelona, donde el estrés le llevó a padecer un ictus. "El médico me dijo que vida tranquila y volví para aquí. A mi mujer le costó un poco acostumbrarse porque la nieve le entristece, pero yo estoy encantado. ¿Mis hijos? Ésos son de Puigdemont, siguen todos en Barcelona", concreta.

¿Qué tendrá este pueblo que enamora a los foráneos y a los que siempre han vivido en él? Contrastan las miradas que los de dentro y los de fuera tienen de Viego. A los oriundos les falta el bullicio de otros tiempos, cuando había treinta y pico niños en el pueblo y "se podía vivir dignamente de la ganadería", explica Abelardo Domingo, vecino de esta localidad pongueta, de 57 años. Hoy Viego no tiene niños.

Mientras que José Ramón Conejo, madrileño de ésos que ya pasan desapercibidos en el pueblo y que comparte vermú con los vecinos, se enamoró de Viego por su tranquilidad y por sus vistas. "Nos perdimos un día mi mujer y yo en la carretera cuando veníamos al parador de Cangas, y llegamos hasta aquí. Vimos una casa, nos enamoramos de ella y la compramos. Venimos casi todos los fines de semana y no nos da pereza ninguna. Esto es una maravilla", asegura el madrileño.

Pero a los de Viego, que quieren dejar bien clarito que "viajan todos en 4x4 y que no llevan cadenas porque prefieren las ruedas de taco", sí que les faltan algunas cosas. Entre ellas, el amor. Son muchos los que sueñan con poder volver a enamorarse algún día, pero dicen que la cosa está complicada. "Ojalá traigan una caravana del amor por aquí", propone Cuadriella, que se muestra optimista a pesar de la nevada, que cae copiosa, y de que hay que subir 700 metros para llegar al pueblo. Carlos Canda sonríe, pero a él lo que más pena le da es ver cómo la gente se ha marchado y cómo sufren las ganaderías.

Aun así, con frío y quizás demasiado silencio, lo mejor que tiene la nieve es que les junta a todos en el bar. "Pon otro vino caliente", dice el alcalde del pueblo, David Junco. Viego se prepara para la próxima semana, cuando las previsiones dan nieve a 200 metros. Y lo hacen sin prisa, a la orilla de una chimenea en el bar del pueblo, donde nada parece darles miedo. Sólo la nostalgia de aquellas nevadas que dejaban el pueblo incomunicado, pero con más bullicio que ahora, y que obligaban a "palear" los tejados para que resistiesen el peso de la nieve. "Que nieve lo que quiera, aquí estamos deseándolo", sentencia Marcos Domingo.

Compartir el artículo

stats