El bosque de Boxu, en Allande, cubre una superficie aproximada de 13 hectáreas. O así era antes de que los dramáticos incendios que asolaron el Suroccidente en el otoño de 2017 se cebasen en sus árboles. Trece hectáreas son poco bosque, pero 13 hectáreas de alcornocal en Asturias son mucho (es una especie netamente mediterránea), y solo se explican por la singularidad microclimática del valle del Navia. Otras pequeñas masas dispersas por territorio allandés y por los concejos de Pesoz e Illano indican que en otra época esta quercínea estuvo bien extendida a lo largo de esta cuenca. A día de hoy, no obstante, Boxu constituye el último vestigio al que puede tratarse como bosque. Y, pese al daño de las llamas, que destruyeron una cuarta parte de su arbolado, no se ha perdido: su gruesa corteza, la materia prima del corcho, lo repele.

El alcornocal de Boxu, declarado monumento natural por el Principado en 2002, es uno de los tesoros desconocidos de la naturaleza asturiana, una de las joyas "ocultas" de su patrimonio forestal. Su propia situación geográfica, apartado de todo, ha contribuido a ese anonimato. Y, aunque en el contexto regional representa una rareza, si se amplía la mira al conjunto de la España atlántica no lo es tanto: existen numerosos núcleos en Galicia, tanto interiores, en los cañones del Sil y del Miño, como, sobre todo, costeros, en las Rías Bajas, la península de Morrazo y los territorios inmediatos a la frontera lusa. Y aparecen otros alcornocales, más localizados, en la comarca cántabra de Liébana, en los Picos de Europa; en el municipio guipuzcoano de Zumaya, y más al Este, llegando a los Pirineos occidentales. Este mapa se interpreta como la huella de una distribución antigua del alcornoque más amplia y continua que la actual (las grandes manchas de alcornoques se localizan hoy en Extremadura y en el Alentejo portugués, y también se conservan buenas dehesas en Huelva, Córdoba y Ciudad Real).

Tanto el alcornocal de Boxu como las otras masas de este árbol en la cuenca del Navia arraigan en laderas orientadas al mediodía, en estaciones protegidas de la influencia de los vientos húmedos del mar y en altitudes bajas, variables entre 100 y 600 metros. Otro condicionante son los suelos, ácidos y secos, por la ventaja que este sustrato les concede sobre las carbayedas, que, en otras circunstancias, tenderían a desplazarlos.

Dentro de este bosque, que deja pasar poca luz al suelo, crece un sotobosque poco variado y de escasa cobertura en el que únicamente cobran importancia el madroño, hervideira o borrachinal -que en los suelos deforestados del entorno origina masas puras, madroñales- y el brezo blanco; en las zonas en regeneración prolifera, además, la escoba blanca.

La existencia de alcornocales propició en el pasado el desarrollo de una industria tradicional que explotaba este árbol, conocido localmente como sufreira, sin perjudicarlo: se extraía su corteza, de la que se obtiene el corcho, para construir truébanos o trobos (colmenas), y se cosechaban sus bellotas, que se daban de comer a los cerdos. La tradición corchera del valle del Navia se mantiene, aunque, obviamente, dada la exigua superficie que cubren hoy los alcornocales en la comarca, su producción es anecdótica. La extracción de corcho está regulada desde 1995 y solo se autoriza cuando su finalidad sea la fabricación de truébanos. El plan de manejo de la especie que recoge ese uso y que establece la protección de las masas naturales también planteaba un programa de plantación de alcornoques con el objetivo de sostener una explotación industrial de corcho, a mayor escala que la vigente, con financiación autonómica y de aplicación en los municipios de Boal, Illano, Pesoz, Allande, Grandas de Salime, Ibias, Villayón y la comarca de los Oscos, una iniciativa que no ha llegado a llevarse a efecto.

Ninguna especie de fauna posee en Asturias una vinculación primaria o preferente con el alcornocal, salvo, quizá, el lagarto ocelado, un gran lacértido de hasta 80 centímetros de longitud, muy local, restringido a los valles fluviales más térmicos (el del Navia, un tramo del Narcea y el del sistema Deva-Cares), que selecciona las zonas más abiertas y aclaradas de este bosque. El jabalí y el corzo encuentran un refugio propicio en esta densa foresta.