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El día a día en la "escuela" de la Iglesia asturiana

Aprendices en el oficio "de acompañar y consolar"

Once candidatos a sacerdote, de entre 18 y 45 años, componen la plantilla de alumnos en el Seminario Metropolitano de Oviedo

Así es el día a día en el Seminario Metropolitano de Oviedo

Así es el día a día en el Seminario Metropolitano de Oviedo

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Así es el día a día en el Seminario Metropolitano de Oviedo Eduardo García

Los alumnos del Seminario Metropolitano de Oviedo echan cuentas y calculan que desde sus habitaciones a las aulas hay más de quinientos metros y unos 800 pasos. Al cabo del día hacen unos cinco kilómetros de caminata a lo largo del interior del edificio que preside una de las colinas de Oviedo desde 1954. El Seminario tiene gimnasio pero no hace falta.

En esa inmensidad arquitectónica se mueven todos los días once seminaristas, un diácono que en unas semanas será ordenado sacerdote, cuatro monjas, catorce profesores y otra docena larga de personal de intendencia, además de la terna que ejerce de jefatura: un rector, un vicerrector y un director espiritual. Hace unas décadas la nómina de seminaristas llegó a los seiscientos. Aquellos chavalinos poblaron las parroquias de Asturias durante la segunda mitad del siglo XX. Hoy se celebra en las parroquias asturianas la colecta para el Seminario, con motivo del día de San José.

Ideas claras desde la adolescencia. Marco Antonio Fernández, 18 años, es el más joven del grupo. Es natural de Lugo de Llanera. "Esta es una vida que tenía confirmada desde que cumplí los trece. En casa respetaron mi decisión y, además, somos cinco hermanos y mis padres no van a tener problemas para ser abuelos". Entre sus amigos la cosa no fue tan rodada. "Algunas amigas lo tomaron peor porque hay personas que esto de venir a estudiar al Seminario no les entra en la cabeza", dice Marco Antonio Fernández en su habitación en la que tiene colgada una bufanda del Real Oviedo y en una de cuyas estanterías nadan dos peces en el pequeño universo de una pecera.

Lleva desde las siete y cuarto de la mañana levantado y no ha perdido el tiempo. Media hora de oración personal, otra media hora de oración en grupo, los laudes; desayuno, casi cuatro horas de clase y una misa, de ambiente familiar, que el viernes se celebra a primera hora de la tarde, pero otros días laborables tiene horario más tardío, las ocho de la noche.

Marco Antonio cursa primero de Filosofía. Acaba de empezar sus Estudios Eclesiásticos y le quedan otros cinco años académicos. Es recién iniciado en el camino universitario, que ya ha finalizado el avilesino Ángel Vilaboa, de 27 años. Hace unos meses fue ordenado diácono y en breve se convertirá en sacerdote.

Lleva, por así decirlo, casi un año de "prácticas". Un año pastoral, de trabajo en parroquias y calle. "Ayudo en la parroquia de San Pablo, en La Argañosa, y en las Peñamelleras", junto al cura titular de la zona, César Acuña, otro representante de las nuevas generaciones del clero en Asturias, tipos llenos de entusiasmo.

Ángel Vilaboa estudió Ingeniería Informática en Gijón "pero siempre me gustaron las Humanidades". Hay un momento en la vida "en el que te preguntas qué quiere Dios para ti. Crecí en una familia de fe y di el paso". La pregunta tuvo respuesta, que se va a concretar en su próxima ordenación.

El libro de texto, la Biblia. Dicen que no es fácil seguir el ritmo académico de Constantino Bada, doctor en Estudios Eclesiásticos y en Teología Bíblica. Seis alumnos en clase, estudiantes de los cursos cuarto y quinto, algunos con el portátil abierto. "Todos los profesores pensamos que la nuestra es la asignatura más importante pero, mire, yo soy el único que tiene razón", ironiza. El manual de texto de la materia es nada menos que la Biblia "y que nadie piense que la Biblia es un elemento del pasado". En el encerado, letras hebreas, una lengua en la que al final de los estudios los alumnos deben defenderse. Como tema del día, el Libro de Job, un hombre paciente.

Los Estudios Eclesiásticos tienen carácter de enseñanza superior y constan de dos cursos de Filosofía y cuatro de Teología. Las edades del alumnado son muy diversas, desde los 18 a los 45 años. Alfonso López García, natural de Riosa, es de los veteranos, tiene 42 años y no se cree un caso excepcional por plantearse la vida sacerdotal a partir de los cuarenta. Vocación tardía.

"Estudié Derecho, en casa teníamos un negocio y durante mucho tiempo mi planteamiento vital pasaba por formar una familia. Me adentré en la Iglesia y conocí a sacerdotes llenos de sabiduría que llevaban una vida plena, lo contrario a mi vacío existencial".

Lleva dos años en el Seminario, en un entorno de "intenso aprendizaje en el que cada día es preciso dar un sí al Señor y asumiendo que cualquier camino que uno elija tiene rosas y espinas. Me imagino un futuro muy ligado a la comunidad, a la gente, y trabajando en equipo con otros sacerdotes. Esa es la vida que quiero, en el oficio de acompañar y consolar".

Luces, oscuridades y vértigos. No es fácil. Diego Macías, vicerrector del Seminario, reflexiona: "en este camino hay momentos de luz y de oscuridad; así es la vida". Años de discernimiento y quizá también de vértigo.

Misa de una y media en la pequeña capilla de San José. Todos los seminaristas menos uno, que adelantó el fin de semana por motivos familiares. Oficia la ceremonia el vicerrector Macías. Una frase de su homilía pronunciada casi en tono de conversación: "el bien no siempre cae bien y hace sacar a veces lo peor del corazón de algunos. La bondad puede generar violencia como respuesta" porque desnuda a quien no la practica.

Hora del almuerzo, pero antes una visita a las cocinas. Para hacerse una idea del escenario: en las cocinas del Seminario cabe un campín de fútbol. Aquí se preparaba comida para más de setecientas personas. Ahora, el moderno aparataje de acero inoxidable queda empequeñecido en las salas de techos altos y luz natural a raudales, que darían para alimentar a un hospital o un cuartel.

Allí trabajan, entre otro personal auxiliar, cuatro monjas. Jacinta, Casilda, Margarita y Manuela pertenecen a las Franciscanas del Buen Consejo, tradicionalmente adscritas a los seminarios. La menuda Casilda conoció y trabajó en uno, el de Pamplona, en una época con 1.100 comensales a la mesa. Ahora las monjas no cocinan.

Dieta, vigilia y una mirada a África. Viernes de vigilia. Fideuá con gambas, calamares en su tinta con arroz blanco y crema catalana. Cuatro mesas en el comedor. El redactor de LA NUEVA ESPAÑA comparte una con el gijonés Arturo Matías (43 años), el poleso Marcos Argüelles, y el ovetense Miguel Vilariño, ambos de 25 años. Miguel saca su báscula digital para pesar alimentos. "Es que engordé muchísimo y debo tener cuidado". Para compensar, una ensalada.

Hay movimiento de carros de comida, que los seminaristas transportan. El almuerzo sirve para planificar las próximas horas. Arturo Matías explica que hoy es el Día del Seminario, que se celebra en toda España, y mañana, San José, hay algo parecido a una jornada de puertas abiertas para los familiares, con actividades y convivencia. "Nuestra vida está muy ordenada en los tiempos, y es asombroso a la velocidad que transcurren los días, las semanas y el curso entero".

¿Y el futuro, en dónde y cómo? "Donde podamos hacer falta". Cuando acaben sus estudios se pasarán, salvo excepciones, un verano en la misión que la Iglesia asturiana tiene en el país africano de Benin. Toda ayuda es poca, en el tercer mundo de Benin y en el primer mundo de Asturias. Los seminaristas tienen prácticas pastorales en los fines de semana, adscritos a parroquias, por lo general cercanas a sus casas.

Hora del café. Una sala que sirve para "acompañarse" en ese reto de caminar juntos a pesar de las diferencias de edad. Unos juegan a las damas, otros echan una partida de cartas. Se enciende el supertelevisor que se convierte en una pantalla múltiple de videojuegos. Y hay ocasión de hablar.

Andrés Camilo Cardozo, 25 años, es colombiano. Vino de la mano de Lumen Dei. "Todo lo que me pasa lo vivo como un milagro. Ni lo planteé ni lo pensé, la vida me puso en la tesitura del ahora o nunca. En mayo aterricé en Madrid y estar aquí ha sido la mejor decisión de mi vida".

Rubén Ramos es ovetense de La Corredoria. Tiene 19 años. "Tenía nota para entrar en Medicina y había participado en las Olimpiadas Informáticas. Yo creo que ser sacerdote es como ser médico del alma. Y también un poco informático del alma, si tienes capacidad para resetear a las personas".

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